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jueves, 31 de octubre de 2013

Los precursores del Surrealismo

Comencé hace unos días a hablaros de una exposición interesantísima sobre los precursores del surrealismo, Surrealistas antes del Surrealismo, organizada por la Fundación Juan March, que da paso a la más amplia El Surrealismo y el sueño del Museo Thyssen Bornemisza. He querido hacer una selección de las obras que más llamaron mi atención, aunque varias de ellas se han quedado en el tintero al no haber encontrado en la red una reproducción que traer a Mi casa. Abro con Metamorphisis, un espléndido cuadro de Robert Bayer, firmado en 1936, un ejemplo de esas perspectivas cambiantes que tanto entusiasmaban a los surrealistas, experimentos ópticos que nos hablan más de la percepción de la realidad que de la realidad misma.












De la serie La violación, realizada por Picasso en 1933, uno de sus ejemplares más hermosos, el número cinco; y, a la derecha, La chute des corps, firmado por Pierre Boucher en 1936.















Sobre estas líneas os muestro una de las obras que más me gustaron de la exposición, Anamorphose, de André Steiner, una composición fascinante. A la derecha algo más clásico, La caída de Ixion, de Hendrik Goltzius, una de los cuatro dibujos que componen esta serie, realizada en 1588.














Las figuras humanas o animales compuestas por elementos heterogéneos provienen de los libros miniados medievales y de las extravagantes gárgolas de las catedrales. Los surrealistas adoran estos seres grotescos. Como botón de muestra os traigo Agua, de la serie de los cuatro elementos firmada por Heinrich Göding el Viejo en 1580. A la derecha, Etude pour l'assasinat du double, de André Masson. Y termino con dos obras de Man Ray: a la izquierda, Mr. and Ms. Woodman, y a la derecha una joya, L'enigme d'Isidore Ducasse.











miércoles, 30 de octubre de 2013

Anne-Sophie Mutter trae a Grieg y Franck al Auditorio

Siempre es un placer escuchar a Anne-Sophie Mutter, pero creo que nunca ha logrado conmoverme como hace dos días en el Auditorio de Madrid. No soy experta en música, me siento incapaz de juzgar la calidad técnica de un interprete o una orquesta, pero sí capto inmediatamente su emoción, su entrega, y ese intangible que es capaz de conmocionarte hasta las lágrimas. Escuchándola percibí en su ejecución mayor hondura, una vibración de emoción que trascendía la perfección de su técnica. Así debió entenderlo el auditorio entero porque fue vitoreada y aplaudida con más calor que en anteriores recitales. Y nos premió con dos bises deliciosos.

Acompañada por el contrabajista Roman Patkolo, el concierto comenzó con el estreno en España de Ringtone Variations, una pieza de Sebastian Currier. Música contemporánea interesante, a la que intento ir acostumbrando el oído y la sensibilidad. Luego unas Variaciones sobre un tema de Corelli, de Fritz Kresler, agradables de escuchar, y terminó la primera parte con una sonata bellísima, esta vez acompañada al pìano por Lambert Orkis, la Sonata para violín y piano nº 3 en Do menor de Edvard Grieg. Adoro la obra de este compositor: uno de mis discos más queridos es el que reúne muchas de sus piezas para piano y violonchelo,  Works for Violonchelo & Piano, que os recomiendo encarecidamente.

La segunda parte comenzó con la Sonata para violín y piano en Sol menor de Debussy (no me entusiasma Debussy, quizá no haya sabido descubrirlo), y concluyó con una joya, una de las sonatas más hermosas que conozco, la Sonata para violín y piano en La mayor de otro de mis compositores más queridos, César Franck. Con ella os dejo.

martes, 29 de octubre de 2013

"Surrealismo antes del Surrealismo", en la Fundación Juan March

En algún lugar que no recuerdo leí hace unos días que una obra de arte, antes de cualquier otra consideración, es una aventura del espíritu. Creo que la ejecución de cualquier objeto artístico, desde una sinfonía a un poema, debe suponerlo para quien se enfrenta a él sin más condicionantes que dar rienda suelta a  su creatividad, pero intuyo que tal viaje ha de ser aún más apasionante si penetra en el mundo de lo onírico. Tratar de que el subconsciente se exprese sin cortapisas, que los sueños se concreten en algo material, con su lógica irracional, se me antoja especialmente excitante.












Estos días podemos disfrutar en Madrid de dos exposiciones centradas en el Surrealismo, el movimiento que más profundamente trastocó los cimientos del arte pequeño burgués a principios del siglo XX. Un movimiento en el que el juego, el desorden, la incorrección, la libre expresión de los más profundos deseos e inquietudes dirigieron sus pasos. Se trata de El surrealismo y el sueño, en el Museo Thyssen Bornemisza (que pretendo visitar y traer a Mi casa uno de estos días), y Surrealistas antes del Surrealismo, en la Fundación Juan March, algunas de cuyas obras os ofrezco hoy.














La exposición recoge casi doscientas obras, entre grabados, dibujos y fotografías, que nos acercan a los precursores del movimiento, desde Goya y Durero a Hendrik Goltzius o Picasso, traídas de colecciones públicas y privadas de diversos lugares de Europa y que con dificultad podremos disfrutar en otra ocasión.
Se divide en once apartados, cada uno contemplando el fenómeno desde un punto de vista, y se inicia con "El ojo interior", que de igual modo puede considerarse como "mirador abierto al mundo exterior que como ventana del alma". "El ojo existe en estado salvaje", afirmaba André Breton en su tratado El Surrealismo y la pintura.















Abro con Hombre con la cabeza llena de nubes, de Dalí. A la izquierda, uno de los dibujos que ilustran las cartas enviadas por Francisco de Goya a su amigo Martín Zapater; y a la derecha La rueda de la luz, de Marx Ernst. Debajo dos obras de Odilon Redon, un pintor que me apasiona y que os traje a Mi casa con motivo de la espléndida exposición de su trabajo organizada por la Fundación Mapfre en la primavera del año pasado, y ahora hace un año a propósito de un pequeño libro ilustrado con sus grabados, Baudelaire, Poe, Mallarmé, Flaubert interpretados por Odilon Redon. Se trata de Visión y de El ojo, como globo grotesco, se dirige al infinito. Y, sobre estas líneas, Urbanita solitario, de Herbert Bayer y Les moutons, de Max Ernst, una reproducción fotomecánica del libro de Paul Eluard Repetitions, de 1922. Con ellas termino por hoy; en entradas sucesivas os traeré algunas de las obras que más me han atraído de esta interesante muestra.

lunes, 28 de octubre de 2013

Forges

Me gusta mucho esta ilustración realizada por Forges con motivo del VI Congreso Internacional de la Lengua Española, clausurado hace unos días en Panamá.

"Los días van tan rápidos", de Gonzalo Rojas


Los días van tan rápidos

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en
[mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo
[allá en el fondo
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

domingo, 27 de octubre de 2013

"Cara", de Alice Munro

Estoy tan fascinada con los cuentos de Alice Munro que no me resisto a traeros un extracto de Cara, uno de los relatos agrupados en Demasiada felicidad.

"No quiero decir que me enamorase de Sharon Suttles. Había estado enamorado, cuando apenas había dejado de usar pañales, de una joven criada un tanto marimacho, Bessie, que me llevaba de paseo en el cochecito y me empujaba tan alto en los columpios del parque que casi me daba la vuelta. Y tiempo después, de una amiga de mi madre que tenía un abrigo con el cuello de terciopelo y una voz que parecía emparentada con el cuello del abrigo, Sharon Suttles no era como para enamorarse de ella de esa manera. No tenía la voz aterciopelada ni el menor interés en entretenerme. Era alta y muy delgada para ser la madre de alguien: ninguna curva. Tenía el pelo del color del tofe, castaño con las puntas doradas, e incluso en la época de la Segunda Guerra Mundial seguía llevando melena. Se pintaba los labios de un rojo brillante que parecía muy espeso, como la boca de las estrellas de cine que yo había visto en los carteles, y por casa solía llevar un quimono, en el que creo que había unos pájaros de color claro -¿cigüeñas?- cuyas patas me recordaban a sus piernas.  Pasaba mucho tiempo tumbada en el sofá, fumando, y a veces, para divertirnos o divertirse, levantaba aquellas piernas en el aire, una después de la otra, y lanzaba al aire una zapatilla con plumas. Cuando no estaba furiosa con nosotros tenía una voz ronca e indignada, no antipática, pero tampoco sensata, tierna o recriminatoria, plagada de los matices y los indicios de tristeza que yo esperaba de una madre."

sábado, 26 de octubre de 2013

"La lección de Redgrave", por Marcos Ordóñez

El entusiasmo siempre parece sospechoso, sobre todo en los encabronados tiempos que corren. Cuando se habla bien de alguien, sobre todo por escrito, no deja de sorprenderme, pese a los años que llevo en el asunto, que la pregunta más habitual sea “¿Es amigo tuyo?”, como si detrás del elogio hubiera siempre una segunda intención. Naturalmente, no hay que hacer el menor caso, pero eso requiere un cierto entrenamiento que ha de comenzar a edad temprana. Diría que somos entusiastas en nuestra primera infancia, cuando descubrimos y jugamos solos (y esa es la mirada que hay que recuperar), antes de que nos descalabraran las más alegres certezas al entrar en el grupo, donde siempre había alguien que arqueaba la ceja, sonreía de lado, y nos perdonaba la vida porque quedaba mucho mejor escupir el No que abrazar el Sí.

Subtexto eterno del arqueador de ceja: “Yo, de entrada, no. A mí no me la dan. Yo no me mojo. ¡Menudo soy yo! Y si al final resulta que es que sí, tiempo habrá de apuntarse al carro”. A base de cantazos nos empujan, desde temprana edad, hacia el lugar del No. ¿Cuántas veces dudamos en proclamar un Sí rotundo ante el grupo porque teníamos miedo a quedar en minoría, a que se rieran de nosotros y nos dijeran que aquello no estaba de moda y que éramos lelos y no entendíamos? Y es que el Sí entusiasta requiere una cierta dosis de coraje, y el No desdeñoso nos hace parecer más listos y más insobornables. ¡La de veces que habré oído, saliendo de un estreno, la terrible frase “Supongo que te lo cargarás!” O esta otra, tras la crítica (por meridiana que sea): “A ver si me explicas por qué te gusta tanto", a la busca del trasfondo amical o de conveniencia.

No hay que tener miedo a proclamar nuestro entusiasmo, a condición de dejar siempre bien claros los vectores de energía de una obra artística. Y, desde luego, aprender también a detectar las razones del No: lo que no funciona y porqué. Ambos trabajos requieren una combinación de pasión e inteligencia analítica que no siempre tenemos a nuestro alcance. Sabias palabras de Jules Renard: “El crítico depende de su gusto y de su humor, pero ha de formarse el gusto y vigilar su humor”. 


Aunque, para sabiduría, la admirable lección que le dio Michael Redgrave a su hija Vanessa, y que ella contaba en Talking Theatre, el estupendo libro de conversaciones de Richard Eyre. “Cuando yo era adolescente, en 1954”, decía la actriz, “el vanguardista de la familia era mi padre: a él le entusiasmaba lo que hacían George Devine y Tony Richardson en el Royal Court y a mí me volvía loca el teatro que triunfaba en el West End, el teatro de toda la vida. Una vez me recomendó que fuera a ver uno de los primeros montajes de Joan Littlewood en Stratford East, un Ricardo II con Harry H. Corbett. Salí horrorizada porque no había telón ni decorados, y le dije que aquello era un espanto. Mi padre me dijo: ‘Que no te vuelva a oír hablando así de tus compañeros. Cuando vayas a ver una obra, lo primero que has de hacer es tratar de entender lo que se han propuesto y por qué. Y cuando creas haberlo entendido, has de preguntarte si han logrado lo que se proponían. Si te anclas en tus gustos y tus prejuicios nunca entenderás nada del teatro y, todavía peor, nada de la vida’. Es la mejor lección que me dio mi padre. Desgraciadamente, he tenido que reaprenderla en muchas ocasiones”. Yo también me olvido a veces, como ella, de hacerme la pregunta esencial: “¿Me habrá dicho esta función algo que no he sabido escuchar?”.

Marcos Ordóñez, diario El País, 24 de octubre de 2013.

viernes, 25 de octubre de 2013

"Funny Games", de Michael Haneke

No suelo hablar de las películas que veo en televisión, en primer lugar porque no soy muy aficionada a este medio (la enciendo mientras como o ceno, exclusivamente; en ocasiones la utilizo como música de fondo durante la siesta, y en general la apago antes de que finalice el programa en cuestión para irme a leer a la cama). Por otra parte, no me gusta el tratamiento de la información que ofrecen los noticiarios televisivos y prefiero infinitamente ver películas en el cine que en las someras pantallas de los televisores.












Pero en esta ocasión hice una excepción y ayer vi, sobrecogida, una película que en su momento me perdí en la pantalla grande, Funny Games, de Michael Haneke. Un trabajo sobre la banalidad del mal que te pone los pelos de punta. Dirigida con la precisión y el ritmo inexorable de Haneke, exhibe la violencia extrema sin utilizar una gota de sangre; el horror de la película reside en esa limpieza formal, en la extrema frialdad de sus protagonistas, en sus guiños, en su intolerable cortesía. Unos diálogos brillantes y un final despiadado. En una entrevista reciente manifestaba que pretendía que la violencia provocara desazón y asco, y se lamentaba de que el cine la haya convertido en objeto de consumo.

Funny Games es una película extraordinaria. Si no la habéis visto, seguro que podéis encontrarla en vídeo. Os dejo un trailer:

jueves, 24 de octubre de 2013

Antonio Gamoneda, un poema

Ha venido tu lengua; está en mi boca
como una fruta en la melancolía.

Ten piedad en mi boca, liba, lame,
amor mío, la sombra.

Josep López, "Manos maestras"

Me encanta esta imagen. Me gustan las manos nudosas, de dedos romos y abultadas venas, manos fuertes y delicadas. Manos que enseñan a acariciar y modelar el barro a otras manos infantiles. Quiero pensar que se trata de un abuelo y su nieto. Me gusta como la arcilla resbala por la tersa piel del niño mientras se estanca en las arrugas del adulto.

Su autor es Josep Pérez, un espléndido fotógrafo aficionado que a veces nos regala sus imágenes en un blog que os he recomendado en más ocasiones, Viendo la vida posar. Allí podréis disfrutar de los trabajos de Josep y de David Hornero, aunque el primero tiene un blog propio más especializado en captar la vida animal. Se trata de www.bichitosenlamirada.blogspot.com.  Merece la pena una visita.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Decir adiós

Cuando vuelvo a una ciudad conocida, querida, renuevo las rutinas que le son propias, los trayectos familiares, mis costumbres en sus calles. Vuelvo a comprar en las mismas tiendas, visito los viejos rincones, paseo los mismos paisajes. Renuevo mi amor a ellas, que se mantienen casi idénticas mientras yo envejezco. Cuando paseo por el Muro de Gijón y llego a La Escalerona, saludo la casa donde veraneaban mis abuelos, y recuerdo a mi abuela asomada a la ventana, esperando nuestra llegada desde Madrid, con la merienda preparada. Y al llegar a la escalera 14 que conduce a la playa busco un toldo de rayas verdes y blancas, como el de mi infancia, y me recuerdo junto a mis padres jugando al clavo, tomando el sol o en mis primeros escarceos amorosos. Ante el Club de Regatas vuelvo a ser aquella joven de sus primeros trajes largos, y en el Parque de Isabel la Católica, risas y juegos con mis hermanas y mis primos. Somió, El Jardín, El Barín, La Providencia, La Lloca del Rinconín, La Pondala, Somió Park...













Ya adulta me enamoró el Elogio del Horizonte, y allí regreso siempre con la seguridad de encontrarlo con los brazos abiertos, abrazando el mar, el viento, y a mí. Temprano, esta mañana, volví a sentarme bajo su sombra, mirando el mar, adormecida por el sol. Disfruté de mi soledad y del silencio, solo roto por el bronco susurro de las olas.














Y allí estuve con la mente perdida, dejándome mecer. Las campanas anunciando las once me despertaron de mi ensoñación. Luego interpretaron el Asturias patria querida, tintineantes, la misma melodía que cuando la escucho en Oviedo, marcada por el reloj de la Caja de Ahorros, me llena de tristeza.














El cielo se fue cubriendo de nubes. Refrescó, y volví sobre mis pasos. Siempre cuesta trabajo decir adiós.

martes, 22 de octubre de 2013

"Demasiada felicidad", de Alice Munro

Una de las ventajas de alojarme en casa de un amigo escritor cuando viajo a Gijón es que tengo a mi disposición su magnífica biblioteca. Ante la borrachera de libros ajenos siempre caigo en la tentación de aparcar durante unos días lo que estoy leyendo y aprovechar para descubrir algún tesoro. Difícil elección, entre tanto título atractivo. Pero en esta ocasión voy directa al estante donde se alinean los apellidos que comienzan con la letra "M" en busca de cualquier texto de Alice Munro, la nueva Premio Nobel, de la que no he leído nada. Tengo donde elegir, y me decido por un título sugerente, Demasiada felicidad. Y caigo rendida ante la poderosa prosa de esta canadiense, la contundencia con que nos ofrece sus pequeñas historias. Creo que acabo de estrenar un tiempo en brazos de esta mujer.


He aquí un extracto de su segundo cuento, Ficción:

"¿Cómo podía haber ocurrido algo semejante? Joyce se lo plantea a Jon, así misma y después a los demás. Una aprendiza de carpintero torpe de andares y de ideas, con pantalones anchos y camisas de franela y -en invierno- un jersey grueso y sin gracia moteado de serrín. Una cabeza que pasa lenta e inexorable de una estupidez o un lugar común a otro y eleva cada paso a la categoría de ley universal. Una persona así ha eclipsado a Joyce, con sus piernas largas, su cintura fina y su larga trenza de pelo oscuro y sedoso. Con su inteligencia, su música y el segundo coeficiente intelectual más alto.
- Creo que sé que pasó- dice Joyce.
Esto es más adelante, cuando los días se han alargado y los contoneos de los crinums refulgen junto a las cunetas. Cuando iba a dar clase de música con gafas oscuras para ocultar unos ojos hinchados de llorar y beber y en lugar de volver a casa después del trabajo iba a Willingdon Park, donde esperaba que Jon fuera a buscarla, temiendo que se suicidara. (Jon fue, pero solo una vez).
- Creo que fue porque había hecho la calle -dijo-. Las prostitutas se hacen tatuajes por el negocio, los hombres se excitan con esas cosas. No me refiero a los tatuajes, aunque, bueno, también, claro que también se excitan con eso; me refiero al hecho de que se hayan vendido. Tanta disponibilidad y tanta experiencia... Y encima reformadas. Una María Magdalena de mierda, eso es lo que es. Y Jon es tan crío sexualmente... Te dan ganas de vomitar.
Ahora tiene amigas con las que puede hablar así. Todas tienen algo que contar. A algunas las conocía de antes, pero no como ahora. Hablan en confianza, beben y se ríen hasta llorar. Dicen que no se lo pueden creer. Los hombres. Las cosas que hacen. Es asqueroso, absurdo. Increíble.
Y por eso es verdad.
Hablando así Joyce se siente bien, realmente bien. Dice que incluso hay momentos en que le está agradecida a Jon,porque se siente más viva que antes. Es terrible pero maravilloso. Un nuevo comienzo. La verdad desnuda. La vida desnuda."

domingo, 20 de octubre de 2013

"La Traviata", en el Teatro Campoamor de Oviedo

La Traviata es una de esas óperas que nunca te cansas de escuchar, una de esas que creo nos sabemos de memoria todos los que amamos la música. Hace unos días pude disfrutarla en el Teatro Campoamor de Oviedo, en una nueva producción firmada por este, el Festival de Verano de El Escorial, la Quincena Musical de San Sebastián, el Auditorio Baluarte de Pamplona y el Gran Teatro de Córdoba. Una iniciativa espléndida esta colaboración, que permite contar con excelentes montajes y profesionales de primera fila.

Tanto la soprano Ailyn Pérez, como el tenor Aquiles Machado y el barítono Gabriele Viviani, en los tres papeles principales, estuvieron espléndidos. Hubo momentos en que sentí un nudo en la garganta, en particular cuando Ailyn/Violeta cantaba en un susurro su dolor. Bellísima la voz de la soprano, dulce y cálida. Me gustó mucho la escenografía de Antonio López, el vestuario de Gabriela Salaverri (la acción parecía desarrollarse en la España de los años 50, Violeta caracterizada como Hilda), la dirección musical de Carlo Montanaro y el trabajo de la Orquesta Oviedo Filarmonía y el Coro de la Öpera de Oviedo.









Después de la función tuve la oportunidad de compartir una copa de vino y un rato de conversación con los cantantes. Volver al Campoamor tiene para mí connotaciones familiares muy queridas, y lo disfruté enormemente. En la prensa asturiana se publicó la foto con la que cierro, y ahí me podéis encontrar, en primera fila. Aquí la guardaré de recuerdo.


Os  ofrezco La Traviata completa, con Anna Netrebko y Rolando Villazón, representada en 2005 en el Festival de Salzburgo. Palabras mayores.

sábado, 19 de octubre de 2013

¿Algo insólito?

En la Plaza del marqués, en Gijón, junto al Palacio de Revillagigedo, se encuentra el Pozo de la Barquera, ante el que los ciudadanos del siglo XVI al XVIII presenciaban el nombramiento y juramento de los cargos electos del Concejo de la ciudad. Cómo creo haberos comentado en alguna ocasión, me gusta leer la prensa en la terraza de un bar vecino al mencionado pozo, y esta mañana he sido testigo de un suceso que en un primer momento me resultó insólito, pero que inmediatamente supuse mucho más habitual de lo que sería deseable. Para vergüenza de este país.

Un hombre mayor, casi un anciano, de fuerte complexión y atildado y juvenil atuendo (pantalón gris, camisa blanca asomando el cuello por el escote de un jersey amarillo de lana, brillantes zapatos negros, pelo y bigote canoso bien dibujado), con dificultad manifiesta alcanzó a traspasar la verja que circunda el pozo, manteniéndose en inestable equilibrio sobre un somero repecho interior, ante mi alarmada mirada y la curiosidad de una niña pequeña que corrió, curiosa, a presenciar la hazaña. Caminó como pudo por tan exigua superficie, se agachó y recogió lo que colegí una moneda que algún turista había tirado cual si se tratara de la Fontana di Trevi, y que no había alcanzado el profundo interior del agujero. Con las mismas, se volvió con cuidado, alzó una pierna, luego la otra; introdujo la moneda en el bolsillo, y se fue.

He aquí a los nuevos pobres. Esto es, nosotros.

viernes, 18 de octubre de 2013

Reflejos

Me despiertan los chillidos de las gaviotas junto a mi ventana. Recién amanecido, el aire tiene una transparencia brillante. Desayuno a toda prisa y me lanzo a la calle en busca del mar.












La playa, en bajamar, está casi desierta, solo algunos arrojados bañistas, paseantes de perros y jóvenes  surfistas. Me fascinan los caminos que dibujan sus huellas en la arena virgen; si fuera una buena fotógrafa  sabría sacarles partido. Envidio a los más madrugadores que hoy la han estrenado. Y fotografío los reflejos en el agua de la ciudad, casi a ciegas porque esta luz incierta me confunde.












De vuelta a casa, el Puerto Deportivo también me ofrece el mundo al revés.






















Recientemente un amigo me confesaba su diaria celebración de la vida. Cómo no hacerlo, si gratuitamente podemos disfrutar de estas extraordinarias insignificancias.