!!! Bienvenido ¡¡¡

Gracias por entrar. Antes de irte, echa un vistazo y comparte con nosotros. Nos interesa conocer todo lo que quieras compartir. ¿Has hecho algún descubrimiento deslumbrante? ¿Una película, un poema, un cuadro, un disco? ¿Una ciudad, un paisaje? Ábrenos una ventana y nos asomaremos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Cuaderno de bitácora: sábado, Dubrovnik

Programa de navegación: "A las 10.00 de la mañana podremos admirar delante de nosotros la costa croata de Dubrovnik y la isla de Lokrum, situada justo enfrente de la ciudad. A las 11.00 embarcará el piloto para realizar la maniobra hasta llegar a nuestro punto de fondeo entre la ciudad de Dubrovnik y la isla de Lokrum. A las 17.30 Costa Favolosa zarpará con dirección a Venecia. Tras haber dejado a nuestra espalda la costa de Dubrovnik, costearemos las islas croatas de Mljet, Lastovo y Susac. Por la noche, alrededor de las 22.30, transitaremos entre las islas de Svetac, Bisevo y Vis. Proseguiremos después con rumbo noroccidental, en el Adriático, hacia Venecia."













Heidelberg, Dresde, Brujas, Delft, Salzburgo, Innsbruck ... Hay una serie de ciudades europeas que parecen de juguete, ciudades con un encanto especial, inconfundibles. Ciudades que conservan la escala humana, en las que todavía se puede vivir. Dubrovnik, cayendo a plomo sobre el mar desde la ladera del monte Srd, es una de ellas. Desde lejos parece uno de esos pueblos de cartón piedra típicos de los nacimientos de Navidad.













La parte antigua conserva sus murallas, y aunque la guerra de los noventa, el asedio y los bombardeos destrozaron la casi totalidad de los tejados y muchos edificios, las murallas permanecieron practicamente intactas. A su derecha, un pequeño puerto, y salpicando la ladera, entre árboles, casas de poca altura conforman el Dubrovnik moderno.













Dubrovnik es una ciudad para la intimidad. Palacios, iglesias, espléndidas casas de piedra, calles estrechas y pequeñas plazas, un escenario perfecto para pasear pausadamente, escuchando solo el sonido de las pisadas en el empedrado. Así debería vivirse Dubrovnik, y no rodeado de turistas, como la he conocido yo.













Placa es el nombre de la arteria principal que cruza la ciudad, que os muestro en las dos fotografías superiores. En un extremo, la gran fuente de Onofrio y la Iglesia de Santa Salvación; en el otro extremo, la Plaza Luza con el Pilar de Orlando, el Viejo Campanario y el Palacio Sponza.














A la derecha de esta calle, multitud de callejuelas trepando por la ladera del cerro, escalinatas abiertas a cafés, restaurantes y comercios. A la izquierda, palacios e iglesias de gran belleza, como el Palacio del Príncipe, un edificio magnífico, entre renacentista y gótico, en cuya fachada se encuentran los capiteles más hermosos que conozco.


























Esta ciudad es una joya.

Ver más entradas sobre el Crucero.

martes, 30 de agosto de 2011

Cuaderno de bitácora: viernes, navegación

Paseo después de cenar por el barco. Los puentes, las cubiertas están desiertas. A estas horas la organización del crucero ofrece múltiples posibilidades de esparcimiento: varias salas donde jugar a las cartas, a las máquinas tragaperras, al bingo; una actuación musical en el teatro; varios conjuntos de música bailable en otras tantas discotecas; pubs para tomar una copa escuchando un piano, o un cuarteto de música clásica ... Tanta oferta me permite disfrutar de un casi solitario vagabundeo por el barco.













Hemos dejado atrás Estambul y nos adentramos en el Estrecho de los Dardanelos. Entre esta noche y mañana desandaremos el camino, volveremos a navegar por el Egeo, luego costearemos la península del Peloponeso y atravesaremos el Jónico y el Adriático, hasta Dubrovnik. Navegamos muy cerca de la costa, en el Estrecho. Casi se distinguen las sombras de las edificaciones, la costa profusamente iluminada.













A las 6.25 amanece, según nos informa el "programa de navegación", así que madrugo para poder ver el espectáculo desde la terraza de mi camarote.



























Durante el resto del día leo, tomo el sol, escribo y miro el mar, del que nunca me canso.































Ver más entradas sobre el crucero.

lunes, 29 de agosto de 2011

Estambul, en la frontera

Repaso lo que os he contado sobre Estambul y soy consciente de que no he sabido trasladaros una ínfima parte de mi fascinación por esta ciudad. Estambul es una ciudad fronteriza entre oriente y occidente y, como tal, vive la contradicción y el enriquecimiento, la complejidad y la belleza que suelen nacer del mestizaje. La miras desde lejos, y te parece un sueño ese horizonte de cúpulas y minaretes, los palacios y los pequeños pueblos a la orilla del Bósforo.













Pero lo mejor, como en todas las ciudades, es caminarla, mezclarte con la gente, espiar sus escaparates y entrar en sus cafés.













A media tarde es difícil transitar por una calle que no se encuentre atestada de gente. Por esta zona, algo alejada de las rutas más turísticas, abundan sobre todo las familias haciendo sus compras y muchos hombres solos conversando de pie en las aceras o sentados alrededor de una mesita colocada en plena calle, tomando un café.


















Me encantan estas tiendas, y los productos que venden. Observar a la gente. Mujeres con tirantes y minifaldas se cruzan con otras cubiertas con hiyab y esa especie de chilaba hasta los pies. La sensación de estar y no estar en Europa.













Caminamos hasta el Gran Bazar, en mi recuerdo un lugar fascinante, el prototipo de bazar oriental con su dédalo de calles, miles de tiendas ofreciendo todo tipo de productos, fuentes, cafés, mezquitas... El Gran Bazar, en la época otomana, no era solo un centro comercial sino también el centro financiero de la ciudad. Dependiendo de la zona, las calles olían a madera, especias, tela, cuero ... Hasta mediados del siglo XIX también se vendían esclavos.


















La puerta de Nuriosmaniye, la que veis a la izquierda, con su escudo en el que se representa la pistola, el libro y la bandera, es la entrada principal al Gran Bazar. Luego lo aconsejable es perderse y recordar que la ceremonia del regateo es para los turcos casi tan importante como para los árabes. Aunque merece la pena conocerlo, el Gran Bazar ya no es lo que yo recordaba. Ahora más parece una atracción turística, un anzuelo para captar divisas que un verdadero centro comercial.














Llega el momento de volver al barco y zarpar rumbo a Dubrovnik. Me duele dejar Estambul, quizá sea la ciudad en la que más he denostado de estas "visitas de médico" que el crucero nos fija. No he tenido tiempo de volver al Topkapi, ni al palacio Dolmabahce, no he podido ver la ciudad de noche, iluminada, ni contemplar el amanecer sobre las cúpulas. Pero volveré. Pronto.













Más entradas sobre Estambul.

domingo, 28 de agosto de 2011

Orhan Pamuk: Estambul

"Viví el Estambul de mi infancia como las fotografías en blanco y negro, como un lugar en dos colores, oscuro y plomizo, y es así como lo recuerdo. Eso se debe en parte a que, a pesar de haber crecido en la penumbra triste de una casa-museo, era muy aficionado a los espacios interiores. Las calles, las avenidas y los barrios lejanos me parecían, como en las películas de gánsteres en blanco y negro, lugares peligrosos. Siempre me ha gustado más el invierno que el verano en Estambul. Me gustan las noches que llegan temprano, los árboles sin hojas temblando al viento del nordeste, contemplar a la gente volviendo a casa a toda velocidad por los callejones con sus abrigos y chaquetas oscuras en los días que unen el otoño y el invierno. Los muros de los viejos edificios de pisos y de las mansiones de madera derruidas alcanzan, gracias a la falta de cuidados y de pintura, un color específico de Estambul y despiertan en mí una amargura y una apetencia por la observación que me agradan mucho. El blanco y negro de la gente que regresa a casa las tardes de invierno después de que caiga la oscuridad prematura despierta en mí la sensación de que pertenezco a esta ciudad, de que comparto algo con ellos. Siento como si la oscuridad de la noche fuera a cubrir la pobreza de la vida, las calles y los objetos y que, mientras respiramos tranquilos por fin en casa, en nuestros cuartos, en nuestras camas, nos entregaremos a sueños y fantasías hechos de las antiguas riquezas, las construcciones desaparecidas y las leyendas de ese Estambul ahora tan lejos."

Este precioso texto pertenece a Estambul, de Orhan Pamuk, un íntimo retrato de la ciudad entretejido con la biografía del autor.

sábado, 27 de agosto de 2011

El Pera Palace de Agatha Christie

"El sol que de repente se levanta detrás de las colinas del Pera, sobre los minaretes de la ciudad y la región del Cuerno de Oro, llena tu corazón con una alegría carmesí. Todo lo que se había dormido toda la noche se despierta ahora ... " Así describe Knut Hamsun su primer despertar en el Pera Palace, cuando visitó Estambul en 1800.







El Pera Palace es el hotel emblemático de Estambul, el que albergó a los viajeros del Orient Express que recalaban en su última parada oriental, a diplomáticos e intelectuales, a artistas y espías. Emplazado en el barrio de Beyoglu, al norte de la zona europea, posee unas fantásticas vistas sobre el Cuerno de Oro, sobre el palacio Topkapi, las más importantes mezquitas y el Bósforo.







Fundado en 1892, es el hotel más antiguo de Estambul y el que reunía las mejores condiciones para albergar a las personalidades que llegaban a la ciudad, incluidos los viajeros del Orient Express. Por ello, la Compagnie Internationale des Wagons-Lits et des Grands Expresos Europeos (me encanta el nombre) compra en 1896 parte de las acciones del hotel y lo convierte en uno de los establecimientos más "chic" de Europa.













A excepción de los palacios otomanos, el Pera Palace fue el primer edificio estambulita en tener electricidad, así como el primer ascensor eléctrico, esta preciosidad que os muestro a la derecha. El escritor británico Daniel Farson describe el ascensor con estas palabras: "Es el ascensor más bello del mundo, de hierro fundido y madera ... Que asciende como una señora que hace una reverencia. Los turistas no puede quitar los ojos de este ascensor tan bonito y aristocrático." Y habla también del privilegio de contar con agua caliente corriente, así como de sus magníficas habitaciones, bailes y salas de té.

























Me encanta imaginarme cogiendo el ascensor o tomando una copa en el bar a Sarah Bernhardt, Greta Garbo, Ernest Hemingway, Pierre Loti o el emperador Francisco José. Pero ha sido Agatha Christie quien ha dado más popularidad al hotel. Sus biógrafos sostienen que la escritora de novela policiaca desapareció once días, en los que nadie sabe qué fue de ella. Tres años después de su muerte, la Warner Bross Company, que pretendía realizar una película sobre su vida, contrató a una medium, Tamara Rent, para tratar de descifrar el enigma, y ella vio una llave en una habitación del Pera Palace, la 411. Los representantes de la empresa viajaron a Estambul y allí la encontraron. Por su tamaño, parecía propia de un diario que nunca se halló. El episodio le valió una gran publicidad al hotel, al ser cubierto ampliamente por la prensa europea. Y el hotel ha conservado casi intacta la habitación que ocupaba la escritora, y donde concluyó su novela Asesinato en el Orient Express.













Esta es su habitación y, la que veis sobre la mesita, la máquina con la que, aseguran, escribió los últimos capítulos de la novela.













Os muestro el hall del piso donde se alojaba, y la fachada posterior del hotel. A su habitación pertenecería el balcón izquierdo de la zona central de la cuarta planta. Como veis, un hotel con mucho encanto.

Más entradas sobre Estambul.