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viernes, 30 de abril de 2010

La dama del armiño. Cecilia di Fazio Gallerani



Aún cuando el espíritu renacentista ha llegado a nosotros personificado por varones, algunas mujeres singulares supieron y pudieron encarnarlo. Tal es el caso de dos mujeres inteligentes, sensibles y cultas cuyas vidas se entrecruzaron en la segunda mitad del Quatroccento: Beatrice d' Este y Cecilia di Fazio Gallerani, esposa y amante, respectivamente, de Ludovico Sforza, señor de Milán, uno de los personajes más poderosos y complejos de su época.

Las dos fueron inmortalizadas por los pinceles de Leonardo da Vinci, aunque fue Cecilia quien protagonizó uno de los cuadros más hermosos del pintor: La dama del armiño.

A los ocho años Cecilia se queda huérfana y eso cambiará el curso de su vida. Su padre, el noble Fazio Gallerani, pertenecía a la corte de Milán y, aunque desempeñó algunos cargos de responsabilidad, nunca fue un hombre poderoso ni adinerado. Es muy probable que Cecilia fuera educada por el tutor de sus hermanos varones y se cuenta que, ya desde niña, tenía grandes aptitudes para el latín y la literatura. En 1481, al morir su padre, queda bajo la tutela de Ludovico Sforza, llamado el Moro por el color de su piel y su pelo. Ludovico era un hombre ambicioso, amante del arte, las ciencias y las letras, un gran mecenas que supo rodearse de grandes pintores, arquitectos y literatos como Foppa, Bergognone, Solari, Amadeo, Bramante y Leonardo.

Es de suponer que, hasta su adolescencia, pasara desapercibida a los ojos de Ludovico. Y la niña, curiosa e inteligente, tiene oportunidad de empaparse del ambiente de una corte considerada la más elegante de Italia.

Hacia el 23 de febrero de 1481, coincidiendo con el célebre carnaval milanés, se celebraba el "parangón" de los musicos y los poetas, una fiesta-concurso que congregaba en Milán a los mejores artistas del momento. Y allí se presentó Leonardo da Vinci en compañía de Atlante, un joven de espectacular belleza, según las crónicas, por entonces amigo y compañero del pintor. Aunque quizá el verdadero interés de Leonardo, al presentarse ante Ludovico, fuera ofrecerle sus servicios en el campo de la arquitectura e ingeniería militar, cuando el duque estaba inmerso en la preparación de la guerra de Ferrara y daba a estos asuntos al menos la misma importancia que al divertimento de la corte. El hecho es que Leonardo y Atlante se presentaron al concurso con una lira de plata diseñada por el pintor, un instrumento más parecido a una viola que a una lira, tocada con arco, con una caja de resonancia en forma de cráneo de caballo, que le permitía obtener una armonía más poderosa y una mejor sonoridad. Ganaron el concurso y Leonardo pasó a formar parte del selecto grupo de artistas que trabajaban para el señor de Milán.

Cecilia creció rodeada no sólo de los músicos y cantores más excelsos del momento, sino también de humanistas, como Bartolomeo Calco o Antonio Peloto, médicos, arquitectos y poetas como el célebre Bellincioni.

No sabemos en qué momento Ludovico se enamora de Cecilia y la convierte en su amante y favorita, pero cuando Leonardo da los últimos toques a La Virgen de las rocas el duque le encarga que inmortalice en un cuadro el rostro adolescente de Cecilia "para fijar su belleza antes de que sufriera el ultraje del tiempo". Este fue el primer encargo ducal al pintor. Parece ser que, en el rostro del ángel que mira al espectador, Ludovico había visto la expresión del rostro de Cecilia, y encargó a Leonardo pintar su retrato en la misma pose, con la misma mirada e idéntica sonrisa. Y el pintor realizó un dibujo considerado por muchos como el más bello del mundo. Su paso al lienzo dará lugar a La dama del armiño. Cecilia tiene quince años cuando posa para esta obra.

Durante los siguientes tres años la joven fue agasajada y mimada por el Moro. La vida en la corte resultaba apasionante. Al ambiente artístico e intelectual se sumaba el gusto festivo de Ludovico. Sus fiestas tenían fama en toda Italia, y Leonardo no era ajeno a ello. La función de organización de eventos fue quizá uno de los primeros empleos que da Vinci obtuvo de los Sforza. Estaba encargado de dirigir, desde el punto de vista artístico y arquitectónico, la creación y colocación de los aparatos que constituían el decorado de las fiestas. A él se deben las celebraciones conmemorativas del matrimonio de Giangaleazzo Sforza e Isabel de Aragón, sobrina de Fernando II, rey de Nápoles. Sin embargo no todo era cultura y diversión en el suntuoso palacio de los Sforza. Ludovico dedicó la mayor parte de su vida a hacerse con el ducado de Milán, primero; a defenderlo y aumentar su poder frente a sus vecinos, después. Y sus métodos fueron todo lo crueles y refinados que se puede esperar de un príncipe renacentista.

Llevaba la ambición y la crueldad en la sangre. A los Visconti, señores de Milán hasta mediados del siglo XV, les suceden los Sforza en la persona de Francesco, casado con la última descendiente de los Visconti, quien obliga a los milaneses por la fuerza de las armas a proclamarle duque. A su muerte le sucede su hijo, Galeazo María, un hombre tiránico odiado por el pueblo que muere asesinado por un grupo de nobles en presencia de su guardia. Deja un hijo de ocho años, Giangaleazzo, que creció bajo la tutela de su madre, Bona de saboya, a la que Ludovico le arrebata la Regencia. Años después mandaría asesinar a Giangaleazzo, no sin antes casarle con Isabel de Aragón para así asegurarse el apoyo de Nápoles.

En 1491 ultima los preparativos de su boda con Beatrice d'Este y la de una hija de Giangaleazzo, Anna, con Alfonso d'Este. Así se convierte en duquesa de Milán una joven de dieciseis años culta y refinada, amante de las artes y las letras, que simultaneará la crianza de sus hijos con una labor de mercenazgo equiparable a la de su marido. En los fastos de estas bodas también interviene Leonardo.

Pese al matrimonio de Ludovico, Cecilia sigue siendo considerada la reina de Milán y continua viviendo en palacio. Ese mismo año dará a luz a un hijo de Ludovico, Cesare Sforza, legitimado por su padre. Sin embargo, los celos de Beatrice no se hacen esperar y consigue finalmente que el duque aleje a Cecilia de la corte casándola con el anciano conde Lodovico Bergamini y enviándola a vivir al palacio de Pietro dal Verne. Seis años después se traslada a sus posesiones de San Giovanni in Croce, en Cremona, y es allí donde seguramente disfruta la joven de la mejor época de su vida. Lejos de la corte se dedica a la lectura y el estudio, y desarrolla una encomiable actividad ensayística, aunque no llegó a publicar ninguna de sus obras. En San Giovanni se rodea de una pequeña y selecta corte de literatos, artistas y poetas, como Scaligero, Trissino y Matteo Bandello.

Aunque Cremona le ofreció el sosiego que necesitaba, Cecilia seguía informada puntualmente de los avatares de la corte a través de amigos y admiradores. En 1497 muere Beatrice d'Este estando embarazada, el mismo año en que la nueva amante de Ludovico, Lucrecia Crivelli, retratada por Leonardo en La Belle Ferronière, da a luz a un hijo del duque. La situación política de Milán se complica extraordinariamente. La reclusión del verdadero titular del ducado, Giangaleazzo, en el castillo de Pavía junto a su mujer, Isabel de Aragón, y su posterior asesinato, le habían privado del apoyo de Nápoles. Ya no contaba con aliados en Italia y Luis XII de Francia reclamó sus derechos sobre el ducado de Milán como descendiente de Valentina Visconti. Ludovico fue presa fácil para los ejércitos franceses y tuvo que refugiarse en Innsbruck, sede de la corte de Maximiliano I. Y aunque intentó reconquistar el ducado, cayó prisionero de los franceses y murió recluido en el castillo de Loches en 1508. Cecilia le sobreviviría 28 años.

Mujer intelectual, amante de las artes y las letras, poeta y ensayista, protectora y musa de muchos artistas de la época, siendo ya una mujer madura Cecilia di Fazio Gallerani recibió una carta de Leonardo da Vinci que comienza: " Madonna Cecilia, mi Diosa muy amada, he leído tu dulce...".

Es caprichoso el azar. Serrat & Noa


Preciosa canción de Serrat, que canta acompañado por Noa. Una canción especial para mí.

Juan Diego Flórez en I puritani, de Bellini



Esta noche he escuchado I puritani en el Teatro Real de Madrid, interpretado por Juan Diego Flórez y la soprano cubana Eglise Gutiérrez. Os dejo este "A te o cara" para que podais disfrutar de la maravillosa voz del tenor peruano.

martes, 27 de abril de 2010

Letra para cantar un día domingo


Y a última hora no quedaba nada:
ni siquiera las hojas del los árboles
-acacias-, ni el viento de la tarde,
ni la alegría, ni la desesperanza.
La caricia que pudo haber rozado
aquella piel, no se produjo porque
aquella piel no era la tuya,
ni los ojos
que me miraban eran
tus ojos, ni el deseo
-que en otros tiempos hubiera sido
suficiente-
tenía sentido, desviado
del cauce de ti misma.

A última hora había pasado un día,
y al sentirlo hecho sombra, y polvo, y nada,
comprendí que la luz había llenado
sus horas,
y todas las palabras
que ocuparon mi boca, y los gestos
de mis manos,
y la fatalidad de mis designios,
y las calles que anduve paso a paso,
y el vino que bebí, y la alegría
de saber que existías en el mismo instante,
no era sólo el fracaso repetido
del Día del Señor, sino que eran
un día más sin ti:
comprendí con dolor que jamás, nunca
para mí habrá domingos ni esperanza
fuera de tu mirada y tu sonrisa,
lejos de tu presencia tibia y clara.

Ángel González

lunes, 26 de abril de 2010

El buen salvaje



Llegué a creer que la felicidad
no es un asunto de los seres humanos
Y le llamé conocimiento
a una escarcha diaria y contagiosa
cuyo nombre es claudicación

Por todas partes me salían camaradas
veían grandeza en mi preocupación
llamaban madurez a mi infortunio
La miseria siempre ha gozado
de un raro y comunal prestigio

Ahora, cuando tu piel me dio el coraje
para agredir a la resignación
y bramar por la dicha en medio de las plazas

seres, instituciones, todo
me rehuye o me segrega
todo se aparta de mi lado, hiedo
Soy un peligro público que expande
la pestilencia de la libertad

Félix Grande

A veces



A veces
alguien te sonríe tímidamente en un supermercado
alguien te da un pañuelo
alguien te pregunta con pasión qué día es hoy en la sala de espera del dentista
alguien mira a tu amante o a tu hombre con envidia
alguien oye tu nombre y se pone a llorar.

A veces
encuentras en las páginas de un libro una vieja foto de la persona que amas y eso te da un tremendo escalofrío
vuelas sobre el Atlántico a más de mil kilómetros por hora y piensas en sus ojos y en su pelo
estás en una celda mal iluminada y te acuerdas de un día luminoso
tocas un pie y te enervas como una quinceañera
regalas un sombrero y empiezas a dar gritos.

A veces
una muchacha canta y está triste y la quieres
un ingeniero agrónomo te saca de quicio
una sirena te hace pensar en un bombero o en un equilibrista
una muñeca rusa te incita a levantarle las faldas a tu prima
un viejo pantalón te hace desear con furia y con dulzura a tu marido.

A veces
explican por la radio una historia ridícula y recuerdas a un hombre que se llama Leopoldo
disparan contra ti sin acertar y huyes pensando en tu mujer y en tu hija
ordenan que hagais esto o aquello y enseguida te enamoras de quien no hace ni caso
hablan del tiempo y sueñas en una chica egipcia
apagan las luces de la sala y ya buscas la mano de tu amigo.

A veces
esperando en un bar que ella vuelva escribes un poema en una servilleta de papel muy fino
hablan en calatán y quisieras de gozo o lo que sea morder a tu vecina
subes una escalera y piensas que sería bonito que el chico que te gusta te violara antes del cuarto piso
repican las campanas y amas al campanero al cura o a Dios si es que existe
miras a quien te mira y quisieras tener todo el poder preciso para mandar que en ese mismo instante se detuvieran todos los relojes del mundo.

A veces
sólo a veces gran amor.

José Agustín Goytisolo

domingo, 25 de abril de 2010

Sin comentarios sobre Sean Conery.





Un toque de frivolidad





Annie Leibovitz, la fotógrafa mejor pagada del mundo, la responsable de algunas de las mejores portadas de revistas míticas como Vanity Fair, Rolling Stone o Vogue, firma la última campaña de Louis Vuitton y nos ofrece una serie de fotografías que me entusiasman. Y no puedo evitar la tentación de colgarlas aquí. Hasta Mihail Gorbachov ha caído en sus redes y aquí le tenemos, junto a un clásico Vuitton. Y Francis Ford Copola con su hija Sophia, al estilo Memorias de Africa.

sábado, 24 de abril de 2010

Simonetta Vespucci vs. El nacimiento de Venus




"Simonetta era el Renacimiento encarnado en una mujer, la ninfa de la Antiguedad que respiró, caminó y habló el lenguaje de la libertad". Así define Robert de la Sizeranne, estudioso francés, a esta joven amada por los más poderosos y representada en uno de los cuadros más hermosos del Cuatroccento italiano: El nacimiento de Venus.

En 1469 Simonetta Cattaneo llega a Florencia, recién casada con Marco Vespucci, primo de Américo Vespucci, miembro de una rica familia de la nobleza florentina. Tenía cieciseis años. Había nacido en Porto Venere, el puerto de Venus, pequeña ciudad situada en la costa liguria, hija de ricos comerciantes genoveses.

La república de Florencia que encuentra Simonetta está en plena ebullición. Acaba de morir Pedro el Gotoso, de la influyente familia de los Médici, detentadores del poder político y económico de la ciudad, y han tomado las riendas de la república sus hijos Lorenzo y Giuliano. Italia está estructurada en Ciudades Estado y Florencia es una de las más ricas y poderosas. Cuatro familias rivalizan en riqueza y aspiraciones políticas: los Pitti, los Strozzi, los Pazzi y los Médici, aunque fueron estos últimos los que lograron gobernar la ciudad durante tres siglos. Y lo consiguieron a base de comprar voluntades y colocar en todos los puestos clave de la administración republicana a personas que, en la práctica, funcionaban como empleados suyos.

Los Médici eran una familia de agricultores toscanos que llegan a ser prósperos banqueros en el crepúsculo de la Edad Media. Por su origen humilde son tachados por la aristocracia florentina como advenedizos y plebeyos, pero gracias a su astucia logran colocar a su banco, el Monte dei Dotti, a la cabeza de las finanzas republicanas. A partir de entonces su ascenso social es imparable y, paralelo a este, el florecimiento artístico de la ciudad. Porque, si bien supieron hacerse con una incalculable fortuna, lo que hicieron mejor que nadie fue su metódico modo de gastarla. Pasaron a la historia como los mecenas por antonomasia, apoyando a filósofos, poetas, arquitectos, pintores y escultores. A ellos se debe, por ejemplo, la Academia Platónica; la Escuela del Jardín de San Marcos, antecedente de la Academia de 1.561, por la que pasarían, entre otros, Leonardo da Vinci y Miguel Àngel; y la Biblioteca Laurenciana. Ellos fueron el principal motor del renacimiento florentino, que se extendería al resto de Italia y empaparía Europa.

Cuando Lorenzo y Giuliano acceden al poder tienen veinte y dieciseis años respectivamente. Viven en el hermosisímo palacio de los Médici, en la Via Larga, rodeados de artistas e intelectuales. A este ambiente accede Simonetta de la mano de su marido y enseguida es requerida en cuantos fastos organiza la Casa. Ni Lorenzo ni Giuliano son indiferentes a su belleza y cuentan las crónicas que ambos se enamoran de la joven, aun cuando es Giuliano quien logra seducirla. Es fácil imaginar la fascinación de Simonetta ante cuanto le rodea. La corte de los Médici, fastuosa y refinada, donde reina la exaltación de la belleza, el lujo y el placer de los sentidos, se rinde ante su encanto. A sus pies, los dos hombres más poderosos de la República. Pero Lorenzo está casado con Clarice Orsini, perteneciente a una de las familias romanas de más rancia nobleza, y se entrega a las tareas de estado con mayor entusiasmo que su hermano. Dotado de gran inteligencia, encarnó durante su principado (1469-1492) el ideal del Renacimiento italiano: poeta, filósofo, mecenas y diplomático, gozó de gran popularidad en su ciudad y de prestigio en Europa. Èl fue la personificación y el epicentro del Cuatroccento florentino. Y a pesar de que murió joven -sólo contaba cuarenta y tres años- sin él no se podría entender la historia italiana, civil e intelectual del último tercio del siglo XV. En él se inspiraría Maquiavelo para escribir El príncipe.

De su habilidad como diplomático nos habla el siguiente episodio: en 1478 el rey Fernando de Nápoles declara la guerra a los florentinos. Nada más contrario al talante y los intereses de Lorenzo que las hazañas bélicas, de modo que, dos años más tarde, decide partir hacia Nápoles solo y desarmado, casi a escondidas, con el gran riesgo que suponía recorrer tamaña distancia para un personaje de su rango. Logró llegar a Nápoles, entrevistarse con Fernando y firmar la paz. Todos los historiadores coinciden en alabar en él al prudente conciliador de los intereses italianos. Supo ser el "fiel de la balanza" política, frenando rivalidades peligrosas, conciliando intereses contrapuestos y evitando unas guerras que hubieran sido funestas para el desarrollo económico de los Estados italianos.

La Florencia de la última mitad del siglo XV, donde vivían de 60.000 a 80.000 personas, brillaba a orillas del Arno con sus cúpulas y campaniles, magnífica en sus palacios y casas señoriales en cuyos pórticos y bancos de piedra se congregaba la multitud. Una ciudad de comerciantes y artesanos, alegre y bulliciosa, donde sólo una minoría, aquellos que podían pagar impuestos, contaban con derechos ciudadanos. La música se elevaba por encima del griterío popular: era el sonar de clavicémbalos, órganos, violas, laúdes, arpas, cuernos, trombones y violonchelos, a los que tan aficionados eran los florentinos. Se jugaba al ajedrez y a los dados en plena calle. En las plazas la gente se arremolinaba alrededor de los mendigos y los narradores de fábulas, salmodiando sus historias de amor y guerra. Y entre los puestos de comida y cachivaches, entre tanta algarabía, la muchedumbre podía observar a una mujer principal atravesando la calle rodeada de criados, mostrando los atributos de su rango y belleza, pues no en vano se vivía la exaltación de "lo humano" frente al oscurantismo y la represión religiosa precedente. En Florencia se sentía, como quizá en ninguna otra ciudad, la fuerza de la vida.

Gustaban las familias principales de organizar torneos, bien pudiera ser en la hermosa Piazza de la Signoría, cuya estructura rectangular resultaba muy apropiada para ello. Allí los caballeros se medían bajo el madrinazgo de la dama elegida, que solía entregar una prenda como señal de aceptación. En enero de 1475 Giuliano organiza un torneo en honor de Simonetta, inmortalizado en las Estancias del poeta Poliziano, nombrándola Reina de la Belleza. La tradición dice que este gesto supuso el reconocimiento público de sus sentimientos y que en el diseño del estandarte lucido por Giuliano habría intervenido la mano de Leonardo da Vinci. "La pintura de un estandarte con un duende para el torneo de Giuliano" se puede leer en la lista de sus trabajos que Tommaso, hermano del artista, realizó después de la muerte de este. En esos años el pintor trabajaba en el taller de Verrocchio, en Florencia, siendo este uno de los más afamados de la ciudad. El estandarte se trataba de una representación de Simonetta bajo los rasgos de una Venus al estilo de Botticelli, en pose clásica, con los párpados cerrados, esperando el sueño o la muerte. Junto a Venus se representó a Cupido, con un estudio de hojas y cañas. Los críticos piensan que, aun cuando la diosa fuera obra de Verrocchio o algún otro de sus discípulos, tanto el "duende" Cupido como la vegetación podrían ser de Leonardo. Pero poco tiempo más pudo disfrutar la pareja de su amor ya que, unos meses después, moriría Simonetta aquejada de tuberculosis. El gesto de la joven en el estandarte fue premonitorio. "La bella Simonetta", como se la conocía en Florencia, fue llorada por toda la ciudad.

De Giuliano es poco lo que se sabe, pues no la sobrevivirá durante mucho tiempo. En aquella Florencia convulsa florecen las conjuras y las familias patricias no pueden resignarse al poder de los Médici. Son sus competidores, los banqueros Pazzi, quienes urden la venganza con el apoyo del papa Sixto IV y del rey de Nápoles. Lorenzo, tan hábil para otros asuntos, no ve llegar el peligro. El 26 de abril de 1.478, mientras Lorenzo y Giuliano escuchan misa en Santa Maria dei Fiori, los conjurados atacan y matan a este último de diecinueve puñaladas, mientras Lorenzo aprovecha la confusión para huir por la sacristía. De nada les servirá a los Pazzi su conjura ya que la ciudad toma partido por los Médici y al grito de palle, palle (haciendo referencia al escudo de los Médici que contenía unas "palle" o bolas) matan a los asesinos y a sus familias. Lorenzo, de ser "primer ciudadano", pasa a ser considerado "el señor".

El sicario que le propinó el golpe de gracia a Giuliano fue Bernardo di Bandino Baroncelli, quien logró huir entre el tumulto que se organizó en los alrededores de la catedral, cerca del Ponte Vecchio. Quizá mediante la ayuda de los Pazzi y la protección del arzobispado de Pisa logra abandonar Italia y refugiarse en Constantinopla. Pero el brazo de Lorenzo es largo y su deseo de venganza infinito. Bernardo fue apresado, extraditado a Florencia, juzgado y condenado. Año y medio después de la muerte de Giuliano, Bernardo Baroncelli fue colgado con las mismas ropas turcas que vestía en el momento de su detención. Leonardo da Vinci inmortalizó el instante en un dibujo en el que se le ve colgando de una de las ventanas del palacio del Capitán.

Giuliano dejará un hijo ilegítimo, Giulio, nacido el mismo año de su muerte, que con el tiempo se convertirá en el papa Clemente VII. Pero este no sería el único Médici que ocuparía el trono de san Pedro: le precedería su primo Giovanni, hijo de Lorenzo, que accedería al papado con el nombre de León X.

Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, más conocido como Sandro Botticelli, amigo personal de Lorenzo, fue el encargado de perpetuar la belleza de Simonetta. No se sabe para quién pintó El nacimiento de Venus, pero tanto esta obra como La Primavera se encontraban en 1.550 en el Castello, una villa cerca de Florencia perteneciente al duque Cosme I de Médici. Los historiadores creyeron durante mucho tiempo que el encargo había sido para el propietario de esta villa, que en 1.486, año en el que se pintó el cuadro, era Lorenzo Pierfrancesco de Médici, apodado "el joven" para diferenciarlo de su primo. Si bien está acreditado que en esta fecha La Primavera le pertenecía, no está claro que ocurriera lo mismo con El nacimiento de Venus. Pero tanto si el cliente fue un Médici como si no, que Simonetta protagonizara este lienzo diez años después de su muerte nos habla de la impronta que había dejado en la memoria de quienes la conocieron. Simonetta Vespucci, pintada por Piero da Cosimo y Botticelli, cantada por el poeta Poliziano, amada por Marco Vespucci, Lorenzo y Giuliano de Médici, y Alfonso de Aragón, futuro rey de Nápoles, ha llegado a nosotros convertida en leyenda.

viernes, 23 de abril de 2010

Noctámbulos, de Edward Hopper


Como un voyeur espío lo que sucede en el interior del bar. He aquí cuatro personas solas, como cuatro peces en una pecera, en silencio, cada cual girando en su órbita al margen del otro. No se miran. Me veran ellos a mi mirando?

Hotel Room, de Edward Hopper


Acaba de llegar. Ha hecho un largo trayecto desde la estación; hacía calor, le oprimían los zapatos y el hotel resultó estar bastante más lejos de lo que la guía indicaba. Se descalzó en cuanto cerró la puerta, soltó las maletas, dejó el sombrero sobre la cómoda y se desnudó enseguida. La moqueta estaba gastada, pero las sábanas parecían limpias y tampoco le desagradó el paisaje que se veía detrás de las cortinas: la fachada posterior de un edificio gris de oficinas, con los cristales muy sucios, a través de alguno de los cuales se podía entrever gente trabajando. Eso era exactamente lo que quería: nada. En unos minutos se daría una ducha, pero antes extrajo la carta del bolso, se sentó en el borde de la cama y volvió a leer las líneas que ella le había escrito, desde aquella misma habitación, una semana antes. Se escucha a lo lejos el zumbido de un extractor. Le sobresalta el timbre del teléfono. Una voz levemente metálica le anuncia la llegada de su visita y solicita permiso para hacerla subir. Una vez concedido cuelga el teléfono, observa distraídamente la habitación, se inclina y coloca los zapatos correctamente, paralelos uno al otro, camina suave hacia la ventana y la abre.

The Baseballs - Umbrella



Un poco más de rock

jueves, 22 de abril de 2010

The Baseballs - Hot N Cold



Acabo de descubrirlo. Fantástico rock.

Perdido ando, señora


Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida;
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí porque sin vos no estoy presente;

sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar a vos continuamente;

sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.

¡Oh, vos por quién perdí alegría y calma
miradme amable y volvereis al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi Dios, mi vida!

Bernardo de Balbuena



La causante de los delirios amorosos de Bernardo de Balbuena es Doña Isabel de Tobar y Guzman, dama a la que muy probablemente conoce en Nueva Galicia (México) a donde viaja desde su Valdepeñas natal y donde se ordena sacerdote, hacia 1585. En aquellos años no es extraño que los clérigos dediquen poemas de amor, a veces muy subidos de tono, a la dama que pretenden. Ahí tenemos algunos espléndidos de Góngora, y el Desmayarse, atreverse de Lope de Vega, para mi gusto el más hermoso y exacto poema de amor de la literatura hispana.


Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarse y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor: quien lo probó lo sabe.

miércoles, 21 de abril de 2010

A Alicia, disfrazada de Leia Organa


Si sólo fuera porque a todas horas
tu cerebro se funde con el mío;
si sólo fuera porque mi vacío
lo llenas con tus naves invasoras.

Si sólo fuera porque me enamoras
a golpe de sonámbulo extravío;
si sólo fuera porque en ti confío,
princesa de galácticas auroras.

Si sólo fuera porque tú me quieres
y yo te quiero a ti, y en nada creo
que no sea el amor con que me hieres ...

Pero es que hay, además, esa mirada
con que premian tus ojos mi deseo,
y tu cuerpo de reina esclavizada.

Luis Alberto de Cuenca

El desayuno


Me gusta cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gusta más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
"Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno".

Luis Alberto de Cuenca

Pat Metheny & Anna Maria Jopek - Are you going with me?


Un descubrimiento fantástico este tema de Pat Metheny y Anna Maria Jopek. Gracias a mi gurú.

martes, 20 de abril de 2010

Misa en Si menor de Bach. Agnus Dei.


Esta tarde, en el Auditorio de Madrid, el director Jordi Savall ha dirigido a Le Concert des Nations y a la Capella Reial de Catalunya interpretando la Misa en Si menor de Bach. Ha sido un concierto espléndido. No puedo resistir la tentación de dejaros aquí este maravilloso Agnus Dei, interpretado por la Munich Bach Orchestra, con Karl Richter en la dirección, y la voz de Hertha Töpper.

lunes, 19 de abril de 2010

Ofelia vs. Elizabeth Siddal


"Inclinado a orillas de un arroyo, elévase un sauce, que refleja su plateado follaje en las ondas cristalinas. Allí se dirigió (Ofelia) adornada con caprichosas guirnaldas de ranúnculos, ortigas, velloritas .......... Allí trepaba por el pendiente ramaje para colgar su corona silvestre, cuando una pérfida rama se desgajó, y, junto con sus agrestes trofeos, vino a caer en el gimiente arroyo. A su alrededor se extendieron sus ropas, y, como una náyade, la sostuvieron a flote durante un breve rato. Mientras, cantaba estrofas de antiguas tonadas, como inconsciente de su propia desgracia, o como una criatura dotada por la Naturaleza para vivir en el propio elemento. Mas no podía esto prolongarse mucho, y los vestidos cargados con el peso de su bebida, arrastraron pronto a la infeliz a una muerte cenagosa, en medio de sus dulces cantos".


Así describe Shakespeare, en Hamlet, la muerte de Ofelia, escena representada en el cuadro pintado por John Everett Millais en 1852, que se encuentra en la Tate Gallery de Londres. Es un óleo pequeño, de 76 x 112 cm, colgado en una sala entre más de una docena de cuadros y que sin embargo te atrapa en cuanto lo descubres.

La muerte de Ofelia fué un tema recurrente para la pintura del XIX. Los simbolistas la adoraban, los románticos veían en ella un arquetipo de sus ideales estéticos e incluso morales. Qué puede haber más romántico que morir cantando, mecida por el agua, rodeada de plantas y flores, mientras tus propios ropajes te van empujando lentamente hacia la nada? La ciénaga, la tupida vegetación que la rodea, la quietud y el silencio.

Durante sus estudios en la Royal Academy ,Millais conoce a Holman Hunt y a Gabriel Rossetti con los que funda la hermandad Prerrafaelista: romanticismo en los temas y su tratamiento, intención moralizante, realismo en la ejecución. Aunque más tarde Millais se apartará de sus amigos, durante un tiempo su colaboración es estrecha y se trataron con asiduidad. Así que no es de estrañar que Millais conociera y frecuentara a la que fuera más tarde mujer de Rossetti, Elizabeth Siddal, según algunos autores la modelo de la que el pintor se sirvió para su Ofelia.

También Rossetti convierte a "Lizzy" Siddal en protagonista de muchas de sus obras. Huyendo del calor de Londres, Rossetti y Lizzy se trasladan a Hastings en la primavera de 1854, y allí el pintor la dibuja leyendo, sentada en un sillón de inválido. F. M. Brown les visita y describe de este modo la relación entre ellos: "Se la ve más delgada y más cadavérica y más bella y más desmadejada que nunca, una auténtica artista, una mujer sin igual durante mucho tiempo. Gabriel sigue como siempre, difuso e inconsecuente con su trabajo. Dibujando maravillosos y deliciosos Guggums -ese era el nombre cariñoso que Rossetti daba a Elizabeth- uno detrás de otro, todos con una estimulante frescura, todos con el sello de la inmortalidad".

En 1860 se casan y se van a vivir a Chatham Place. Elizabeth sufre un aborto, está enferma, las infidelidades de su marido le hacen sufrir extraordinariamente y dos años después se suicida ingiriendo laúdano. Rossetti volverá a pintarla, esta vez como Beatriz, reservándose para si mismo el papel de Dante. La figura de Beatriz presenta una expresión de éxtasis, sujeta en sus manos un pájaro con una amapola en el pico, simbolizando el láudano que la mató. Tras ella se distinguen dos figuras mirándose que representan a Dante y al Amor. El reloj de sol simboliza el paso del tiempo.

Lo real y lo irreal, el sueño y la vigilia, el amor y la culpa. Puro romanticismo.



sábado, 17 de abril de 2010

Dorothea Lange

Esta no es la fotografía más famosa de Dorothea Lange, la fotoperiodista que documentó como nadie las consecuencias de la Gran Depresión en las clases norteamericanas más desfavorecidas. Pero es una foto realmente conmovedora. Sobran las palabras.

Coro de los esclavos. Nabucco




James Levine dirigió este "Nabucco" en el Metropolitan Opera House de Nueva York en el 2001.

Agnes Sorel: el Díptico de Melum


La temática de esta tabla es habitual en la pintura religiosa del siglo xv y precedentes: la Virgen, sentada en un trono y rodeada de ángeles, sosteniendo en su regazo al Niño Jesús. Tampoco era extraño en la época mostrar el pecho de la Virgen en actitud de amamantar a su Hijo. Entonces, ¿qué tiene de insólito esta pieza que resulta tan inquietante para el espectador?


En primer lugar, la Virgen no está amamantando al Niño, sino que enseña el pecho desnudo al espectador mientras Jesús mira hacia su derecha. El pecho no es el de una nodriza, sino un pecho terso y lleno, de adolescente. La figura es esbelta, con el talle ceñido. Una cierta sensualidad se desprende de la redondez de los hombros, el cuello y la delicada piel de su cuerpo. El vestido es elegante y va peinada a la moda, con media cabeza rapada y los labios pintados. El historiador de arte Johan Huizinga encontró en ella "un soplo de decadente irreligiosidad". Es el retrato de una cortesana.

¿Quién es esta joven, sugerente y atractiva, cuyo atuendo contrasta tan vivamente con la imagen tradicional de la Virgen María? En la parte posterior de la tabla encontramos una inscripción, fechada en 1775, certificada ante notario, que reza así: “La Santísima Virgen con los rasgos de Agnès Sorel, favorita de Carlos VII, rey de Francia, muerta en 1450.”

Agnès Sorel, amada hasta su muerte por Carlos VII, nació en Fromenteau en Touraine hacia 1422 y murió en Anneville (Normandie) en 1450. Hija de Jean Soreau y Catherine de Maignelais, pertenecía a la baja nobleza francesa. Desde niña recibió una esmerada educación y pronto destacó por su curiosidad intelectual, su inteligencia y su belleza. Y sus progenitores debieron pensar que merecía un futuro mejor que envejecer en un pueblo casada con cualquier ilustre campesino de la zona. Así que, siendo todavía muy joven, decidieron enviarla a hacer fortuna como dama de compañía de Isabelle de Lorraine, reina de Sicilia, esposa de René d’Anjou. Quizá en la corte podría enamorar a un gentilhombre y disfrutar de una vida sin estrecheces. Pero Isabelle le ofrece una remuneración tan exigua que, en 1433, con veintiún años, Agnès se siente preparada para abordar mayores empresas y se traslada a la corte francesa. Un año después la encontramos como dama de la reina, María d’Anjou.

Agnès era hermosa y llena de vitalidad, y se hace famosa en la corte, donde pronto se la conocerá como la Bella Agnès. Dicen las crónicas que lucía una hermosa cabellera rubia y sus ojos azules proyectaban una mirada cálida y dulce que contrastaba con la voluptuosidad de su cuerpo.

Chastellain, cronista de corte del duque de Borgoña, cuenta que Agnès Sorel era una mujer bellísima de la que el rey se enamoró en cuanto la vio.

Parece ser que la reina María, no muy agraciada y dedicada por entero a la crianza de sus catorce hijos, sentía una enorme simpatía por Agnès. Cuando los requiebros del rey rebasaron los límites de la cortesía y se adentraron en el terreno de la caza y captura, Agnès acudió a pedir consejo a la reina. María debió de pensar que, ya que no podía contar con la fidelidad de su esposo, por el cual tampoco sentía gran pasión, mejor dejarlo en brazos de una aliada que arriesgarse a encontrarlo en la cama de una posible adversaria. Y les dió su bendición.

Así fue como se labró su fortuna aquella distinguida provinciana, quien, según parece, sintió por Carlos VII un sincero afecto. El papel que le tocó vivir no era extraño en su época, cuando los reyes acostumbraban a visitar las alcobas de las damas de la corte e incluso no tenían reparos en cortejar a las más hermosas plebeyas. Pero, hasta el momento, no se había visto en la corte francesa la oficialización de estas relaciones. A Agnès Sorel le corresponde haber sido la primera amante oficial de un rey francés. La favorita. Incluso se creó un título para ellas: maîtresse en titre.

Ante esta situación, ¿qué papel jugaban las reinas? Como no les quedaba más opción que soportarla, su máxima aspiración era que la favorita no las desbancara en el trono y fuera su aliada ante las intrigas de la corte. Algunas se desquitaban a la muerte de sus esposos, pero mientras tanto convivían con ellas e incluso las admitían como parte de su séquito personal. En muchas ocasiones su papel se limitaba a criar a los príncipes y su poder se circunscribía a ser madre del futuro rey. Porque hasta en los actos de representación más solemnes podían verse desbancadas por la usurpadora. Según relata en sus memorias Enea Silvio Piccolomini, quien más tarde sería el papa Pío II, refiriéndose a Agnès: “A la mesa, en la cama, en el Consejo, ella siempre tenía que estar a su lado.”

Así pues, nos encontramos con Carlos VII enamorado, dispuesto a satisfacer todos los caprichos de su amante. Y Agnès lo desea todo. En pocos meses se convierte en la mejor clienta del célebre Jacques Coeur, mercader internacional y gran joyero del rey, a quien en un año compra joyas por valor de 20.600 escudos, entre ellas el primer diamante tallado que se conoce al día de hoy. Y la llena de títulos nobiliarios: castellana de Loches, señora de Beauté-sur-Marne y condesa de Penthièvre.

Agnès era original y extravagante, y pronto marcó la moda femenina en la corte. Peinaba sus cabellos en pirámides vertiginosas, se paseaba con las colas más largas y suntuosas vistas hasta entonces, sus ropajes estaban profusamente bordados y adornados con martas cibelinas y sus escotes eran tan espectaculares que en una ocasión un obispo se quejó ante el rey "de las aberturas de la delantera, por las que se pueden ver los pechos y los pezones". Su estilo debía de ser tan personal que no es de extrañar que el propio Fouquet, subyugado por su belleza, la representara en el Díptico con un escote tan atrevido. Se dice que en una ocasión apareció a caballo entre los cortesanos en un torneo, ataviada con una armadura de plata adornada con perlas.

Pese a sus extravagancias, la corte la quería. Y la influencia que ejerció sobre el rey resultó beneficiosa para Francia.

El año en que Agnès nació se podía hablar de la existencia de hasta tres Francias: la inglesa, la francesa y la borgoñona. La primera estaba encarnada por Enrique VI, rey de París, reconocido soberano de Francia e Inglaterra; la segunda encabezada por Carlos VII, llamado rey de Bourges por reunir allí una corte paralela a la de París, y apoyado por los nobles de Anjou, Foix, Orleans y Borbón, así como por Saboya, Escocia y Castilla; y la tercera por el ducado de Borgoña, es decir, el este y norte del país, entonces una gran potencia política y económica. Desde 1422 las tres Francias protagonizaban una violenta guerra civil, pues eso fue a la postre la guerra de los Cien Años. Pero mientras Inglaterra mantenía fuerte y controlado su territorio francés, Carlos VII, apático e inepto, permitía a su corte sumirse en el caos y la corrupción. Cuando Orleans, sitiada por los ingleses, estaba a punto de capitular, una joven iluminada procedente de Lorena, llamada Juana de Arco, al mando de un pequeño ejército, logra levantar el asedio devolviendo a los franceses la iniciativa de la guerra. La joven tenía 17 años y ninguna experiencia militar, pero decía haber escuchado las voces de san Miguel y santa Catalina exhortándola a expulsar a los ingleses de Francia. Su aparición en escena sólo se comprende por el clima de desesperación que vivía el mundo campesino francés a causa de los desastres de la guerra. Era este un caldo de cultivo perfecto para la exacerbación de los sentimientos patriótico-místicos. Superado el mito de la invencibilidad inglesa se sucedieron las victorias y Carlos VII fue coronado rey en Reims en presencia de una Juana feliz. Pero las envidias cortesanas, la falta de recursos, la voluntad de consolidar las posiciones conquistadas y su sempiterna debilidad decidieron al rey a postergar nuevas batallas y, sin los apoyos militares adecuados, Juana fue derrotada y apresada por los ingleses en 1430. Tras un proceso vergonzoso, fue quemada en la plaza del mercado de Rouen, ante la total indiferencia del monarca.

Sólo tres años después se incorporaría Agnès a la corte. Se impuso la tarea de rescatar a su amante de la abulia, instándole a poner en orden las finanzas del reino y recobrar para los franceses Guyana y Normandía. Y logró reactivar una guerra que concluiría con la expulsión definitiva de los ingleses en 1453.

Pero también tuvo detractores. Los moralistas Thomas Basin o Juvénal des Ursins la hacen responsable del despertar sexual del rey, juzgan severamente su libertad de costumbres, acusándola de convertir a un rey casto en un libertino enteramente entregado a los placeres de la carne.

Con todo, su enemigo más peligroso fue el delfín, el futuro Luis XI. Se sabe que el príncipe intentó durante algunos meses congraciarse con Agnès, ofreciéndole valiosos regalos, hasta que un día, no soportando más la humillación que le producía la devoción de su padre hacia la joven y responsabilizándola de la postergación de la reina, deja estallar su cólera y la persigue espada en mano por el palacio real. Para salvar su vida, Agnès corre a refugiarse en la cámara del rey. Carlos VII, indignado por tamaña tropelía, expulsa a su hijo de la corte y le envía a gobernar el Dauphiné.

Esta anécdota tendrá terribles consecuencias para la favorita. Estando el rey luchando contra los ingleses, en pleno invierno, acuerdan reunirse en Jumièges, cerca de Rouen. Agnès emprende el viaje embarazada de seis meses y sufre una disentería que acaba con su vida en poco tiempo. Tiene veintiocho años. El rey sospecha que ha sido víctima de un envenenamiento y en primera instancia acusa al joyero Jacques Coeur, pero pronto las sospechas recaen sobre el delfín. La muerte de la favorita quedará impune.

Por orden del rey, su corazón fue enterrado en la abadía de Jumièges y su cuerpo transportado a la colegiata de Notre Dame de Loches. En esta iglesia se construyó su sepulcro, con una estatua yacente reproduciendo el cuerpo y el rostro de Agnès, estatua que se encuentra actualmente en el castillo de Loches. En ella es representada con las manos unidas ante el pecho en actitud orante. A ambos lados de su cabeza se colocaron dos ángeles, y dos carneros a sus pies. En el sepulcro se lee esta inscripción: "Aquí yace la noble dama Agnès Seurelle en vida señora de Beauté, de Roquesserière, de Issouldun y de Vernon-sur-Seine, piadosa con todas las gentes y que con largueza donó sus bienes a las iglesias y a los pobres, que falleció el noveno día de febrero del año de gracia de 1449. Orad a Dios por su alma. Amén."

viernes, 16 de abril de 2010

La mirada de Saudek

Hace unos años, no recuerdo cuantos, visité Praga con una de mis hermanas. Una vez instaladas en el hotel nos lanzamos a la calle, a caminar la ciudad. Recuerdo que cruzamos el puente de Carlos y enfilamos por una calle que desembocaba en la Plaza del Ayuntamiento Viejo, para mi una de las plazas más bellas del mundo. Habíamos caminado bastante (nuestro hotel estaba en Nové Mesto, al otro lado del río) y nos decidimos por hacer un alto en un café. Veladores negros, sillas de rejilla y en las paredes reproducciones de las fotografías de Jan Saudek. Todas en blanco y negro. Quisimos comprar alguna, pero no estaban a la venta.
Son hermosas las obras de Saudek? Sin duda, pero no desde una óptica convencional. Saudek indaga en la belleza y en la fealdad, en la ternura y la degeneración, en la vileza y la espiritualidad. En su obra lo abyecto y lo sublime se dan la mano. Puedes amarla o rechazarla, desde lugo a nadie dejará indiferente. Y lo que parece estar fuera de toda duda es que estamos ante uno de los creadores más personales, auténticos y descarnados del panorama artístico europeo actual. He elegido, como botón de muestra, dos fotografías amables, dos de mis favoritas.

Immediate Family


Con este título Sally Mann, fotógrafa norteamericana, bautizó un conjunto de fotografías realizadas en el seno de su familia, protagonizadas en la mayoría de los casos por sus propios hijos, y que la auparon como una de las fotógrafas más importantes de USA. Muestras de sus trabajos se encuentran en los principales museos de EEUU y en 2001 el Times la eligió como la mejor fotógrafa del país. Con una agudeza y un instinto extraordinario para captar el instante, descubre en la naturalidad de niños y adolescentes un algo inquietante y misterioso que puede llegar a perturbar. Desde luego, sus fotografías son una belleza. En la red encontrareis una muestra importante de su trabajo. Su obra no ha estado exenta de polémica, incluso grupos radicales llegaron a acusarla de pornografía infantil. Mirando estas fotografías una vez más se puede comprobar como la fealdad se encuentra en los ojos de quien mira y no en lo contemplado.

jueves, 15 de abril de 2010

Los libros


Un amigo me envía el borrador de su nueva novela en uno de esos sobres acolchados que utiliza el servicio de correos, junto con una breve nota en la que, además de los consabidos agradecimientos y cariños me pide le ofrezca un título para su obra. "Me he quedado vacío, en blanco, no se me ocurre nada útil", escribe, "quizá cuando la leas puedas tú bautizarla".
Con el paquete aún en las manos me vienen a la memoria algunos de los títulos que más me han fascinado: El obsceno pájaro de la noche, de Donoso, Al otro lado del río y entre los árboles, de Hemingway, Suave es la noche, de Scott Fitzgerald, Quieres hacer el favor de callarte, por favor de Carver... Dejo el paquete sobre la mesa y me acerco a la librería en busca de estas novelas. Estantes de literatura hispanoamericana. D de Donoso. No está. Ya empezamos. Repaso con el dedo libro a libro: El jardín de al lado, El lugar sin límites, Casa de campo (bendito Seix Barral). El obsceno pájaro de la noche ha volado. Me dirijo a los anaqueles de los autores norteamericanos. Gracias a dios enseguida encuentro Suave es la noche en una edición de la editorial Planeta fechada por mi madre en 1974, y también la novela de Carver, pero Al otro lado del río.... debió seguir el vuelo de El obsceno pájaro .... y buscar nuevos horizontes. Una ola de rabia me sube a la garganta. Sé que no he perdido estos libros, ni los he prestado (jamás presto un libro, prefiero regalarlos) de manera que sólo resta una alternativa: me los han robado. Y como no me imagino al del butano rebuscando en mi librería, la cosa está clara: algún amigo quiere hacerse con una biblioteca a mi costa. El juntacadáveres, no era de Donoso? Vuelvo a los hispanos. No, de Onetti. Aquí está. Salvado.
Qué tienen los libros de íntimo, de tesoro especialísimo que nos inspira este coraje y esta desazón perderlos? Y no sirve sustituirlo por otro. Tiene que ser ese, ese objeto concreto en el que leímos esa obra, en esa edición, ese ejemplar y no otro. Y si eres aficionado a escribir en los márgenes, hacer acotaciones por doquier, entonces el libro adquiere una cualidad añadida, como de diario, y un carácter sagrado que lo convierte en una joya insustituible.
A partir de hoy cachearé al personal antes de dejar mi casa, sin distinción de sexo, edad o condición. Mi palabra de honor.

martes, 13 de abril de 2010

¿Esta es quien soy?


Cuando esta tarde regresaba a casa en el autobús me fijé en una chica sentada unas butacas adelante, hablando por el móvil mientras miraba por la ventana, aislada del resto. No tendría más de venticinco años. Gordita, vestida con un anorak y unos pantalones negros informes, de mala calidad; un bolso mochilero negro con tachuelas, muy gastado; las botas sucias y varias sortijas de plata en sus dedos cortos y rollizos, de uñas comidas. No era fea. Tenía la cara redonda, de rasgos regulares, unas gafas de pasta oscura y media melena lisa y morena sujeta detrás de las orejas. La piel blanquísima, casi transparente. No parecía una estudiante, me dio más la impresión de una empleada de imprenta o de contable en una oficina. Había en ella un algo de seriedad responsable, de triste madurez.

Como apunté antes, hablaba por el móvil. Lo hacía en susurros, pero la escasa distancia me permitió escuchar sus palabras. Su voz era amable, hablaba despacio, dulcemente. Y decía: " ¿Así que en esto me he convertido? ¿Esta es quien soy?".

Una mujer del norte


Coincido con ella siempre que me inclino por esa cafetería cuando salgo del gimnasio, en menoscabo del mesón de la plaza a donde habitualmente me dirijo, periódico en ristre, dispuesta a disfrutar de una deliciosa hora de paz, café y noticias (pésimas, habitualmente) mientras se van relajando mis doloridos músculos. Suelo optar por la cafetería en cuestión cuando tengo menos tiempo disponible o me resulta irresistible la tentación de acompañar el café con una porra, que allí ofrecen calentitas y crujientes.

Llega algo después que yo y se sienta muy cerca, en un taburete ridículamente bajito frente a una suerte de mostrador colocado en paralelo a la barra del bar. Es una cafetería atroz, llena de humo, dónde los camareros gritan la comanda a un compañero que no dista más de metro y medio, elevando la voz por encima del estruendo de las máquinas tragaperras y la televisión, conectada a todo volumen. Los parroquianos suelen ser vocigerantes grupos de oficinistas, amas de casa con el carro de la compra, jubilados armados de periódico y puro y ese tipo de español medio que puede ser carpintero o taxista, cuyo prominente y peludo vientre asoma entre botón y botón de una camisa a punto de estallar, malencarado y bravucón, que con gesto chulesco lanza su proclama sobre futbol, política o economía, por poner un ejemplo, a quién se le ponga por delante, mientras se mete un par de copas de orujo o coñac entre pecho y espalda.

Allí trato de aislarme y leer, con irregular fortuna. Y llega ella. Alta, delgada, pelo corto blanco y ondulado, rostro agradable, algo caballuno: quijada definida, nariz larga, ojos grandes y hundidos, mentón firme y boca de labios largos y finos. Le calculo unos setenta años. Viste pantalón de pernera recta, de franela, pana lisa o fina lana en tonos oscuros, jersey de cuello alto con un pañuelo al cuello, zapatos planos de cordones con suela de goma y un chaquetón corto de moutón. Es sin duda una mujer del norte. Le envuelve un cierto aire aristocrático. La imagino entrando en sus caballerizas cerca de Edimburgo, golpeando las botas de montar con la fusta, la chaquetilla y la gorra húmedas de llovizna.

Me da los buenos días con una media sonrisa y hojea el ABC mientras bebe su café a pequeños sorbos. Cuando lo termina, enciende un cigarrillo. Lo hace lentamente, con mimo: lo sujeta con la punta de dos dedos finos, de uñas cuadradas, muy cerca del filtro, y le da pequeñas caladas, exhalando el humo con concentración y un punto de solemnidad. Un gesto de una sensualidad sorprendente proveniente de alguien de sus años.

Esta mañana había vuelto a concentrarme en mi lectura cuando escuché una voz femenina, transparente, dulcísima, elevarse sobre el estruendo, cantando. Fueron unas pocas notas. La miré. Estaba concentrada en alguna ensoñación, muy lejos de allí. Sonreía al cantar. De repente se calló y siguió leyendo.

lunes, 12 de abril de 2010

jueves, 8 de abril de 2010

Sarah Vaughan My funny Valentine




Dos versiones espléndidas de la misma canción inolvidable

Chet Baker My funny valentine

Abrazada a una lágrima


Como la hormiga testaruda lleva su carga sosteniéndose en ella
así te encuentro siempre abrazada a una lágrima,
a una lágrima tuya que no has llorado todavía,
que no quieres llorar,
que no puedes llorar porque es más grande que tu cuerpo,
y no la puedes contener como el mundo no contiene su noche,
y te apoyas en ella, sin llorarla, para que siga estando junta,
y duermes a su lado vigilándola un poco,
y la sostienes en tus brazos, sin llegar a abarcarla, como el raíl sostiene el tren,
y la proteges con tu vida de la profanación
para que el mundo, pequeñito, no la pueda enjugar en su pañuelo.

Luis Rosales

miércoles, 7 de abril de 2010

Antony Hegarty - If it be your will (Leonard Cohen)



Cierra los ojos y escucha la dulzura, la melancolía. Es fácil dejarse mecer por la voz triste de Antony.

Momentos previos (copia)

Estoy en la cola del pasaporte. Me dispongo a leer el libro de Marguerite Duras "Los Ojos Azules Pelo Negro" tal y como he venido haciendo en el metro de Madrid, con toda esa amalgama de gente que se mira a veces, en pocas ocasiones, porque son las ocho y media de la mañana, y no se ven; que andan enfrascados en sus novelas románticas, sus crucigramas, sus estudios varios, sus listas de la compra y de todo tipo...
en fin, yo, que miro con atención y asombro, finalmente me siento entre dos entes de esos como yo, y me sumerjo en el viaje que es este libro.
Por los pasillos (del metro) pienso en lo viril e infantil de los hombres calvos, en que no me atraen demasiado porque esa calva me recuerda al infante a punto de entregarse al deglutir de un pecho redondo.
Pero no. Estoy en la cola del pasaporte, una habitación cerrada a excepción de una desproporcionada puerta de dos hojas y unas ventanas a mi espalda que se sienten desafortunadas, cara a la luz y contra el mundo. Esa luz vegetativa entra tamizada por la estancia.
Una niña que habla español a duras penas, una morena explicándole a un teléfono móvil todo el trajín papelerístico, dos funcionarias pacientes y correctas frente a nosotros, los que esperan.
Y todo pasa muy rápido: le atienden, me atienden, pongo huella, ay no perdona, la derecha, la otra, piden dinero, salgo al cajero de la calle, el sol, vuelvo pago me lo dan y me marcho. Joder. ¿Será que ya estoy de vacaciones? El sistema capitalista, con sus prisas, no veas si funciona.
Y yo sin leer a la Duras.

María de Santiago

martes, 6 de abril de 2010

Vietnam


Presiento Vietnam. Lo pre-siento. He comenzado a preparar el viaje, a un mes vista, y compruebo como la información que voy recopilando resbala sobre mí, mientras me va cercando una atmósfera dulzona, una calidez sensual y excitante que me empapa como esas lluvias torrenciales, apasionadas, que sé me aguardan allí. Cierro los ojos y lo pre-siento, palpo a Vietnam en mi imaginación. Las imágenes se mezclan: la desembocadura del Mekong, quizá provenientes de El amante, de Annaud; Saigón (de dónde estas imágenes?, quizá de El americano impasible); los mercados; ríos de bicicletas........ Y la algarabía, el calor húmedo y pegajoso, la luz tamizada. He releído El amante y El amante de la China del norte. Ese lenguaje enloquecido, que te aplasta como el calor y te empapa como la lluvia. Esa forma de recrear una atmósfera en la que te sumerges y de la que cuesta un esfuerzo ímprobo librarse. La primera y la última página de El amante son antológicas. Dice ella en El amante de la China del norte: "Ella le mira y piensa - con una sonrisa que llora- que tal vez se pondrá a quererle para toda la vida". "Que tal vez", dice. Tiene catorce años. En Indochina, años treinta.
También me espera el olor, que casi ya lo podría describir. Pienso que llegaré a Vietnam llena de pre-sensaciones, y quizá nada se corresponda después con la realidad.
Ahora recuerdo que en Venecia sentí que esa ciudad no era real, no tenía consistencia real: era un estado de ánimo, una presencia en el imaginario de los hombres, un ente onírico. Y no exactamente por su belleza: existen muchas ciudades muy hermosas, muchos paisaje deslumbrantes. Es algo que tiene más que ver con su luz, con su forma de "ser" en esa luz. Una ciudad ingrávida. Venecia es un rincón y como tal te invita a resguardarte, a replegarte sobre ti misma y escuchar.
Ahora Vietnam.

domingo, 4 de abril de 2010

Hoy


Hoy me he debatido entre entrar en el texto que me estoy estudiando o no. Siento la vida ligera y zángana. Me he rodeado de belleza y me he dado mimitos, pero no consigo despegarme del hecho: sola. ¿Sola y feliz? ¿Sola y libre? Puede ser. Allá está el texto y aquí estoy yo. Me mira. Me inquiere. Yo, impertérrita (o lo intento). Cuando miro mi texto, creado únicamente para mí, me tengo que agarrar un poquito al asiento. Le temo y le ansío. Ese viaje fascinante también espejo de mi debilidad. Procuro entregarme a él, pero hoy va a ser que no. Hay días que son para una misma. Para decir un a la mierda grande y vigoroso. Hay días que ni siquiera son para escribir. Son para contemplar.
Hoy he hecho un poco de todo, pero sobretodo me he fagocitado a Marlango. Un grupo que cada día me tiene más asombrada, con esa mezcla de candidez, frescura y sencillez. Lo liviano de su último disco me tiene como una abejita frente a su encantadora. Me transporta. Y sus componentes destilan sabiduría en las entrevistas que me voy encontrando. Entonces todo tiene conexión. Entonces la belleza, el mar con su planeta, y lo artístico confluye en una mirada única. Les comprendo y eso hace que, en el día de hoy, sonría más ampliamente. Por esa luz renovadora y mágica. Por el arte.

María de Santiago

La solitude organisative, de Miquel Barceló


Este es el título de la exposición de la obra de Barceló que está teniendo lugar estos días en la sede de la Fundación La Caixa, en Madrid. Una exposición fascinante, de un poderío extraordinario. Este es el primer deslumbramiento que os ofrezco: algunos de estos cuadros son de una belleza que te clava en el sitio y te deja allí, desconcertada y profundamente conmovida.
La solitude organisative es también el título del primer cuadro que te encuentras al comenzar el itinerario, a mi juicio uno de los más impactantes de la muestra. Ya lo había visto reproducido en libros y en alguna revista, y me había fascinado, pero no estaba preparada para encontrarme ante él. Se trata de un gran simio, un gorila, parece, sentado en medio de nada, o de todo, en la cima del mundo. En realidad es un autorretrato del pintor. Aunque solo fuera por contemplar este cuadro merece la pena acercarse a la exposición. Es brutal. Tanta belleza. Todo estalla en este cuadro, que sin embargo representa la quietud, la armonía. Parece estar construido a arañazos, a golpes. La pintura tiene una textura orgánica, una materialidad que te invita a alargar la mano y acariciar esa piel tan maltratada. Me fascina Barceló. Me encantaría verle trabajar, observar su relación con el lienzo. Esta exposición es toda pasión.