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viernes, 13 de febrero de 2015

Ser abuela

Fin de semana con mi nieto. Uno de nuestros mejores planes: pasar un rato largo en La Casa del Libro. Nada más entrar cada uno se dirige a su sección favorita y luego nos encontramos en la primera planta, en la sala de lectura. Allí desplegamos nuestros hallazgos y comenzamos la lectura de aquello que hayamos decidido llevarnos. Él, con verdadera avaricia lectora, procura acabarse uno o dos comics en la propia tienda y luego convencerme para llevarse otros tantos. Yo rebusco entre las ediciones de bolsillo después de haber echado un vistazo a las novedades, que se salen completamente de mi presupuesto.
Y he encontrado una joya que comencé inmediatamente a leer y de la que no me he separado. Un libro gozoso, escrito por una premio Nobel, Elena Poniatowska, de la que no había leído nada hasta ahora. Se trata de la biografía de una mujer excepcional que siempre me ha fascinado, cuya obra pictórica es, para mi gusto, de las más interesantes del pasado siglo: Leonora Carrington. En otra entrada os hablaré de ella.
Después de un rato, temiendo que un empleado venga a recordarnos que estamos en una librería y no en una biblioteca, después de que mi nieto haya devorado dos libros y esté a punto de arrancar con el tercero, decidimos ir a merendar a la vecina Viena Capellanes. Y allí seguimos leyendo, entre señoras envisonadas y parejas de novios. Hacemos tiempo hasta las siete y media, hora a la que empieza la película que vamos a ver. Levanto la vista de Leonora y le miro. No es posible querer más a alguien. Nada comparable a la felicidad de "la abuelez".

6 comentarios:

  1. En lo de 'señoras envisonadas' parece que tus ojos no engañan y que el suave pelillo del abrigo no miente. Pero en lo de 'parejas de novios' habría mucho que discutir. Una simple pareja, ¿ya lo es de novios? Una pequeña broma prematrimonial. Lo valioso: ver aún niño en esa postura, donde el papel de un libro es más relevante que una pantalla.

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    1. Jajaja, tienes razón, toda la razón. Un beso, Tempero

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  2. CHAMBERÍ

    Me asomo a una ventana y solo veo la azotea de la casa de enfrente y un bosque de antenas de televisión. Dos pisos más abajo una mujer gruesa toma el sol en la terraza, tumbada en una estera entre trastos y una jaula de palomas.
    Estoy atento al rumor de la calle y cuando escucho allá abajo el ronroneo de un motor que se para, me precipito pasillo adelante y espero con la oreja pegada a la puerta.
    A veces siento que abren el portal y después el zumbido del ascensor. Corro entonces hacia el salón y me siento en una butaca, ansioso por sentir el tintineo de un llavín en el mecanismo de la cerradura. Nada.
    Así llevo once días, encerrado en este piso de Chamberí; solo bajo a la tienda de la esquina a por lo imprescindible... Pero ni rastro de Teresa.
    La llamo al móvil pero no contesta nunca. A su casa, no me atrevo... Cuando le dije que venía a Madrid a verla guardó silencio...; ahora me doy cuenta de que forzó un giro en la conversación...
    Cómo iba yo a pensar que aquello le contrariaba; cómo lo voy a pensar ahora...
    Sigo esperando y la desazón comienza a apoderarse de mí.
    Pero sin verla, no vuelvo.

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  3. Que suerte la de ese niño, Sol. Todos deberían tener una abuela como tu y este país tendría esperanza. Que suerte la de esa abuela, me parece también...;)

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    1. Te puedo asegurar que la suerte es mía, es un chaval estupendo. Me ha tocado la lotería con él. Un beso, David

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