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viernes, 24 de abril de 2015

Un domingo en Nueva York

Amanece un día luminoso y helador. Domingo. Ayer hemos hecho la compra en un supermercado cercano a nuestra casa. Cuatro cosas básicas, cien dólares. Desde mi último viaje la vida se ha encarecido notablemente. Tres dólares el billete de metro, como botón de muestra. Junto a nuestro portal, una tienda de licores, y en el bajo un restaurante. Enfrente, una tienda de arreglos de ropa y una asesoría financiera. Caminamos por el barrio, casi desierto. Pequeñas tiendas de objetos deliciosos: joyas antiguas, sombreros, ropa con encanto. Esa mezcolanza que distingue a esta ciudad de cualquier otra, amalgama de gentes y modos de vida, de status económico y razas.















Decidimos coger el autobús y dirigirnos a Harlem, para participar en una misa gospel en la 128 St con la 7º avenida, una experiencia única que mis hermanas no debían perderse. La iglesia que elegimos es Salem, de culto presbiteriano, la que veis en la fotografía. Como siempre que he presenciado esta ceremonia, somos agasajadas y recibidas efusivamente por dos señores muy bien vestidos en la puerta del templo y, en mitad de la misa, invitados por el oficiante, nos ponemos en pie los visitantes de los diversos países para ser ovacionados por los asistentes. Es sorprendente el calor y la simpatía con la que se celebra nuestra presencia, y curioso comprobar como los españoles formamos el grupo más numeroso.












Cantamos, damos palmas, bailamos... Su fervor alegre y expansivo es contagioso. Incluso intentamos seguir los cánticos por medio del misal que encontramos en nuestro banco. En un momento determinado, todos se levantan y se abrazan y besan entre sí. Repartimos los nuestros encantadas.












Harlem ya no tiene nada que ver con aquel barrio miserable y temeroso que conocí hace casi treinta años. Recuerdo entonces como un grupo de chavales me amenazaron al verme sacar la cámara de fotos, con qué agresividad corrieron hacia mi. Recuerdo sus magníficas casas casi destruidas, cartones en las ventanas y la basura tirada por la calle, restos de hogueras en las aceras y grupos de hombres sentados en las escaleras con aspecto intimidatorio. Y comprendo su actitud: a veces actuamos como si la miseria fuera una atracción turística.
















Recuerdo también que la última vez que visité este barrio coincidió con la muerte de Michael Jackson, y habían convertido el Teatro Apollo en un altar en honor al cantante. Harlem estaba de luto.  Caigo ahora en la cuenta de que también coincidió otro viaje con el fallecimiento de Frank Sinatra, y esta vez fue el Empire el que se vistió con la bandera americana para homenajearlo. Coincidencias.



6 comentarios:

  1. Ya?Ahí te quedas? No! Dejas con ganas de más, Haz las historias más largas guapina que aunque estuve allí lo estoy volviendo a disfrutar.

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    1. ¿Tú quieres que mis improbables lectores salgan corriendo, aburridos hasta el bostezo con historias que, seguro, no les interesan nada? Comedimiento, hermana! Bastante lata les doy. Además, el relato no ha hecho más que empezar. ¡Paciencia! Y besos varios

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  2. Te acuerdas del restaurante de Harlem en Malcon X Blvd ,se llamaba Sylvia`s y daban "Soul food" y cantaban los comensales y querían que cantásemos. Como me pone NY.

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    1. Me acuerdo perfectamente. Para mí, es visita obligada. Lee la próxima entrada y lo comprobarás. Un beso, cielo.

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  3. Haz caso a tu hermana y no te prives en las historias. Para los que amamos esa ciudad y tenemos difícil hoy por hoy volver (ya pasaron 20 años de la ultima vez y aun nos daba respeto Harlem), nos abres una pequeña ventana (con escalera de incendios y todo).

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    1. Jajaja, eres un encanto. Espero no aburriros. Muchos besos, guapo

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