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martes, 26 de mayo de 2015

"Espejos, estrellas", por Xuan Bello

La distancia a veces embellece las cosas. Miro por mi ventana y veo un pequeño huerto, junto a unos fresnos que darán sombra si así lo precisa el hortelano. Se trata de un huerto sembrado de estrellas, es lo que yo veo con total claridad. Parpadean, refulgen, aparecen y desaparecen armónicamente. Veo al hortelano caminar junto a la tierra de labor. Se agacha y tal vez arranque alguna mala hierba. Me pregunto qué malas hierbas ahogarán el nacimiento de una estrella. Lo hace para bien, compruebo con una mirada, pues el campo de destellos fulgura. Pienso si el hortelano será como aquel labriego que contaba Sánchez Ferlosio, que un día se puso a labrar y se durmió. Los bueyes siguieron tirando de la tiva, del arado, y se salieron del campo. Siguieron y siguieron trazando un único surco hasta llegar al mar de Portugal pues el buen hombre, que estaba cansado de muchas labranzas, no se despertaba. Cuando llegaron al mar los bueyes, que serían como aquellos que se comieron los tripulantes del azar para espanto de Odiseo, quisieron seguir camino hacia lo imposible pero una ola fresca, que le salpicó la cara, despertó al durmiente. Bostezó, vendió los bueyes y el arado, y siguiendo el curso del surco volvió a su casa.
Bien sé que el campo que veo desde mi ventana no es de estrellas aunque lo parezca. Son humildes cedés plateados, nueva basura vieja de nuestro tiempo, donde espejea el sol para espantar a los pájaros. La realidad vista de cerca, a veces, da miedo por su descarnado sentido de la utilidad. Recuerdo a una buena médica, una expertísima oncóloga, que al mirar las ramificaciones del tumor que mi pobre padre padecía, se le escapó:
–¡Qué bonito!
Lo miraba desde lejos, como yo miro mi campo de estrellas, y podía admirarse, como quien ve un cuadro abstracto, de las sombras, manchas y luces que dispone la muerte lenta del tiempo. Nos ha pasado a todos: ¿recuerdan aquellas imágenes de la primera guerra de Irak convenientemente televisadas? Qué bonito Bagdad en llamas, qué armonía única la de la destrucción. Después vinieron las otras imágenes, las de los muertos y heridos, y después aún por si fuera poco otra segunda guerra y un pueblo masacrado.
Sin embargo acercarse a las cosas, no quedarse en lo somero y superficial, merece la pena. Nos marean a impuestos y a hambres para que nos quedemos a distancia, a una distancia prudente, de la realidad. Es lo que le pide el señor al siervo, que sea prudente e interesado, que es una manera educada de decirle que sea cobarde y codicioso. Una sociedad cobarde y codiciosa levantará pirámides y murallas, pero nunca escuelas y hospitales. El razonamiento perverso es este: si espejea el vertedero de nuestros sueños, ¿qué importa que la putrefacción nos carcoma?
Acercarse a la realidad tiene sus problemas, en efecto. Tanto puede descubrirse el espanto como la maravilla y, además, la duda y la torpeza acompaña tantas veces nuestras acciones. Pero aunque hayamos visto nuestra historia reciente como un pudridero de ideas o un paridero de hienas, no por eso nuestra responsabilidad se atenúa. Votar libremente, sin coacción alguna, fue un derecho que nuestra sociedad tardó siglos en conquistar. Votar en conciencia es una fiesta de la inteligencia, de la cordura; recordar que la democracia no sólo sucede un día cada cuatro años, también.

Ahora es el momento de ver si eran espejos baratos o estrellas. Usted decide.

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