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jueves, 18 de octubre de 2012

Sobre la pena de muerte

Asisto en Oviedo a una interesantísima conferencia sobre el cerebro a cargo del ciéntifico Juan Lerma Gómez, Director del Instituto de Neurociencias de Alicante y uno de los invetigadores más prestigiosos de este país en este campo del conocimiento. Durante cerca de dos horas, con un talante didáctico muy de agradecer, nos habló de los adelantos que en el conocimiento del funcionamiento del cerebro han tenido lugar en los últimos años, pese a lo cual aún es un territorio casi inexplorado. El cerebro es exactamente lo que somos; el cuerpo no es más que una marioneta manejada por él. Su capacidad de modificación es incalculable: cada acontecimiento, cada información que recibimos lo modifica incluso físicamente, aunque su desarrollo se completa a los 21 años. La relación afectiva con los padres durante la infancia es determinante en su desarrollo, llegando a influir decisivamente en sus capacidades futuras, incluso sobre su tendencia a la felicidad o a desarrollar enfermedades sicológicas. Nos habló de los experimentos realizados en este sentido con ratones y sus crías, y los comportamientos agresivos que los mamíferos pueden desarrollar en su edad adulta si se les impide el contacto afectivo y los cuidados de su madre durante su infancia.

Mediante estimulación y utilizando la tecnológia adecuada es posible modificar las neuronas que definen las actitudes agresivas. Como este tema me resulta apasionante, insistí sobre él durante la cena que siguió a la conferencia y que tuve la suerte de compartir con él. Lerma opina que los comportamientos agresivos se derivan de una patología, esto es, un anómalo funcionamiento neuronal. Recordé esta conversación hace unos días, cuando se celebró el día mundial contra la pena de muerte. Así pues, estamos llevando a la silla eléctrica a enfermos, simplemente porque no podemos curarlos. Algún día nuestra desarrollada y tan cacareada civilización será tachada de "bárbara" por estos crímenes legales. Aunque el tema es peliagudo, desde luego. Recuerdo cómo me impresionó Frances, una película que vi hace tiempo, protagonizada por Jessica Lange e inspirada en la vida de la actriz Frances Farmer, una mujer agresiva, diagnosticada de psicosis maníacodepresiva y esquizofrenia, cuya personalidad cambió radicalmente al serle practicada una lobotomía. Junto con su agresividad desapareció su talento, modificándose sustancialmente su personalidad. Cierto es también que, no hace mucho, para evitar una septicemia producida por una herida infectada se amputaba el miembro correspondiente, y hoy se controla con una dosis de antibiótico. En cualquier caso, ejecutar a seres humanos cuyo único delito estriba en poseer cerebros defectuosos no deja de ser pura barbarie.

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