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martes, 20 de enero de 2015

El amor y la muerte en la cultura greco-latina

Termino el recorrido por la exposición Mediterráneo:Del mito a la razón (Caixa Forum) de la que os he estado hablando estos días con algunas piezas que remiten al amor y la muerte, comenzando con la escultura con la que abro el comentario, Eros y Psique, una obra de la segunda mitad del siglo II ddC, copia de un original tardohelenístico de finales del siglo II adC. En el imaginario clásico, la pareja formada por Eros y Psique es una alegoría de la unión del alma humana con al amor divino.












En la Casa de Terentius Neo, en Pompeya, se halló el fresco que veis sobre estas líneas: Eros, sentado sobre una roca, besa apasionadamente a Psique, sentada en sus rodillas. Una pintura preciosa que completaba la decoración de una pared en la que el elemento principal era el retrato de los dueños de la casa. A la derecha, una escultura de mármol del siglo I adC: Eros presenta a su madre, Afrodita, a su amada mortal, Psique, que se arrodilla ante la diosa y tiende hacia ella sus manos en forma de ruego para que acceda a su matrimonio, gracias al cual alcanzará la inmortalidad.















El torso de Eros que os muestro, del siglo I adC, es una copia romana de un bronce griego del 300 adC. En ella el dios presenta un aspecto adolescente, con los brazos en alto, muy probablemente sujetando una guirnalda.  A la derecha, el Buen Pastor o Hermes Crióforo. En la época de Constantino, a principios del siglo IV se extendió la equiparación de Cristo a la figura de Hermes Crióforo o Buen Pastor (quien llevaba la oveja del sacrificio), una figura muy habitual en el mundo tardorromano, y previamente en el sumerio y babilónico.















La concepción de la muerte como una diosa terrible y despiadada, habitual en la Grecia arcaica y clásica, cambió a finales del siglo VI adC. Heráclito sostenía que la muerte era una liberación: el alma escapaba de la cárcel del cuerpo y regresaba a su lugar de origen, en el empíreo. En los banquetes, se disponían en las mesas estatuillas de bronce articulado que representaban esqueletos y que bailaban al ser sacudidas. Se las conocía como larvae convivalis (el fantasma del banquete), y se utilizaban como unos memento mori para acrecentar la sensación de placer. Y cierro con este maravilloso retrato, que tanto recuerda a los del El Fayum (que he traído en varias ocasiones a Mi casa), realizado en una placa de cristal levemente convexa. Se trata de un medallón pompeyano, de la primera mitad del siglo I ddC.

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