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viernes, 21 de mayo de 2010
La Bahia de Halong
Entre la bruma, como si de una ensoñación se tratara, van dibujandose primero las siluetas, luego los cuerpos de unas masas rocosas, cubiertas de vegetacion, de formas caprichosas y diferentes tamaños, unas detrás de otras, salteadas, amontonadas, planos y planos de luz , una visión algo fantasmagórica. El junco va entrando en un mundo irreal. Solo rompe el silencio el ronquido sordo del motor y la algarabía de los pajaros. Bordeas islotes, vas sorteando escollos, algunos de más de treinta metros de alto, que siguen saliéndote al encuentro, te van rodeando, y te sientes en otro mundo. La belleza es sobrecogedora. Es un paisaje íntimo, indescriptible. Hay algunos lugares tocados por la mano de Dios: este es uno de ellos. Lo disfruté cada minuto con una intensidad extraordinaria, no me perdí nada, no dilapidé una sensacion. Lo interioricé con todas sus luces, cada momento del día, como se sumergió en la noche. Y la primera luz del día siguiente. Luego tuve que despedirme y me dolió como lo hizo despedirme de Petra, o del Wadi Rum, el desierto rojo del sur de Jordania. Algunos lugares te agarran el corazón para siempre. Yo sabia que me ocurriria con Halong. El Golfo de Tokin. No puede sonar más exótico. El mar de China. Desembarcamos en una playa y nos bañamos mientras se ponía el sol. Miraba a mi alrededor y no podia creerlo.
En las profundidades de la Bahía de Halong vive un monstruo marino, Tarasque. Emerge en contadas ocasiones, pero los lugareños creen a ciegas en su existencia y muchos aseguran haberlo visto. Se trata de un dragón acuático, responsable de la caótica formación de los tres mil islotes que conforman este mágico paisaje. Al golpear con su cola, la tierra se hundió en profundos valles. El mar dejó al descubierto sólo las cumbres. Ahora, sobre sus verdes aguas se deslizan juncos y sampanes como en un sueño.
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