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viernes, 12 de noviembre de 2010

Los Renoir de la Sterling Collection en El Prado (segunda parte)

Si me dieran a elegir entre los 31 cuadros que componen la exposición Pasión por Renoir que se puede ver en el Museo del Prado de Madrid, seguramente me decidiría por este. Cebollas, pintado en 1881. Aunque sólo sea por contemplar este cuadro, merece la pena acercarse a la muestra.

La modestia de su temática contrasta con el virtuosismo de su ejecución. Renoir ya es un maestro, de alguna manera se ha liberado de las esclavitudes que el artificioso gusto artístico parisino le imponen, y se siente libre al pintar estas cebollas. Se nota en la pincelada larga y fluida, en lo relajado de la composición. Pinta este cuadro en Nápoles donde disfruta de una vida más natural. Y la luz mediterránea entibia también el cuadro, una luz cálida y transparente que se refleja en la piel de las cebollas que brillan, nacaradas. Su textura resulta magnífica, y el contraste entre sus dorados y el verde-azul del fondo, muy del gusto del pintor.

Este cuadro simboliza perfectamente toda la luz y la alegría que transmite la obra de Renoir. Peonías, 1880. "Pintar flores me relaja. No tengo la misma tensión que cuando estoy cara a cara con un modelo. Cuando pinto flores, empleo distintos tonos y ensayo audazmente sus efectos sin preocuparme de estropear el lienzo", manifestó el pintor a su amigo George Rivière. Vemos como la luz se proyecta desde la parte izquierda del cuadro, iluminando profusamente las flores de ese lado mientras deja en sombras las que se encuentran a la derecha. Brilla el paño blanco, bajo el jarrón. En el pincel se condensa la pintura y cada toque carga de texturas el lienzo. Este cuadro es un derroche de color, exuberante y lujurioso.













En la colección del Sterling and Francine Clark Art Institute también encontramos algunos de los más bonitos paisajes de Renoir, como estos La barca-lavadero de Bas-Meudan y El puente de Chatou, de 1874 y 1875 respectivamente. En el primero vemos, en la orilla de un afluente del Sena, un grupo de barquitas junto al lavadero que las clases humildes utilizaban para lavar la ropa en el río. La modernidad de este lienzo está en la falta de interés del escenario que retrata y, sin embargo, compone con él un paisaje amable, nada grandioso, perteneciente a la vida cotidiana de los habitantes de la zona. Renoir, sin darle importancia, nos muestra su impresión ante él y lo convierte así en paradigma del paisaje impresionista. En El puente de Chatou destaca la expresividad y el vigor de las pinceladas que definen el río, en esos azules violáceos tan queridos por Renoir. En otro aspecto, también se trata de una vista sin grandes pretensiones sobre el puente con la ciudad al fondo, cerrando el horizonte, desde el restaurante que el pintor solía frecuentar.













A finales de octubre de 1881 Renoir viaja a Italia, y Venecia es su puerta de entrada. En Italia se enamora de la obra de Tiépolo y Carpaccio, aunque el deslumbramiento le llegó de la mano de Rafael que influyó en su pintura posterior, sobremanera en su tratamiento del cuerpo femenino.
Renoir pinta la Venecia más turística, como antes habían hecho Canaletto o Turner, entre otros muchos. Os muestro aquí Venecia, Palacio Ducal y Bahía de Nápoles, atardecer, pintados con un mes de diferencia y claramente distintos en su factura y tratamiento. El primero es claramente impresionista, realizado con una pincelada suelta y enérgica, muy colorista, mientras que el segundo es más contenido, su pincelada más ligera y regular y más suaves las tonalidades. Diríase que el primero responde a un arrebato y el segundo a una reflexión.



















Bañista peinándose, realizada en 1885, es una de las obras donde más claro se percibe el rechazo de Renoir al impresionismo, tras su viaje a Italia y su descubrimiento de Rafael. En pocos cuadros se percibe el dibujo tan nítido, tan claro el contorno de la figura. No olvidemos que en el impresionismo la figura se ve absorvida por el entorno, pasando a formar parte del ambiente en el que se sitúa. En este lienzo el cuerpo femenino destaca claramente en el paisaje, mimando la calidad de la piel, esa piel luminosa y nacarada tan propia de Rafael y que Renoir hace suya. La Bañista rubia se pintó cuatro años antes, en 1881, en Italia. Ella es Aline Charigot, una modelo que había comenzado a posar para Renoir un año antes y que le acompañó en su viaje. Se casaron en 1890, cinco años después de que naciera su primer hijo, Pierre. En el cuadro, la figura femenina destaca sobre un fondo verde-azul, al que el pintor es muy aficionado (los tonos fríos contrastando con la calidez de la piel), en el que parece apreciarse una pradera, un acantilado y el mar. El dibujo del cuerpo está menos definido, es más suave que en la bañista, pero tanto en la turgencia de las formas como en la calidez y luminosidad de la piel se constata la influencia del maestro italiano.

Cierro con este precioso retrato de Père Fournaise, el propietario del restaurante que Renoir frecuentaba en Chatou. Y su mirada.


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2 comentarios:

  1. Coincido plénamente contigo. Y cuando digo plénamente es total (gestalt).Renoir es una ORGÍA.Deberías aireas todo lo que puedas de la colección de Sterling Clark, incluído el edificio que construyó para alojar su colección, sin olvidarte de los impresionantes exteriores de que dispone.

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  2. Yo considero a Renoir uno de los pintores impresionistas por excelencia que sabe mover los colores de tal manera que nos permite fantasear con la imagen, nada de orgía.

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