Escribe Miguel del Arco, director de La violación de Lucrecia, en el programa que te entregan a la entrada del Teatro Español de Madrid, donde el día 4 de Noviembre se estrenó la obra: "He dirigido a Nuria Espert, he dirigido a Nuria Espert". Y lo repite como un sortilegio, una frase fetiche que ahuyentará a sus demonios si llegan malos tiempos. Lo mismo haré yo: "He visto a Nuria Espert en La violación de Lucrecia, he visto a Nuria Espert en La violación de Lucrecia". He sido testigo de un ejercicio de transubstanciación. Pura magia.
La sala pequeña del Teatro Español es perfecta para la intimidad entre actriz y público. La corriente fluye en este espacio tan reducido, sin escenario, la actriz al alcance de tu mano. Como decorado, una cama con cortinas de tul, una mesita y una lámpara, y la hábil utilización de la luz. Sale la Espert hablando por el móvil con un amigo querido (parece ser que se trata del escritor fallecido Terenci Moix, gran amigo de la actriz) y rechazando una invitación: debe memorizar el texto de la obra. Cuelga, comienza a decir, y entonces se produce el milagro.
La violación de Lucrecia es un poema narrativo de Shakespeare nunca representado hasta ahora, según aseguran los estudiosos, un texto de una belleza enorme, pero de gran complejidad. Una voz narra los acontecimientos, calla luego, cuando habla Tarquinio, el violador, cuando lo hace Lucrecia, la víctima, o Colatino, el marido, pero siempre vuelve, hilo conductor del drama. Y ella, la Espert, lo es todo: narrador, violador, víctima y marido. Y no se trata de que imposte la voz; toda ella cambia, es "poseída" por Tarquinio, Lucrecia, Colatino, su cuerpo y su voz son solo vehículos de sus tormentos. Un texto imposible que en manos de la actriz se hace fácil, jugoso, asequible. 75 minutos en los que no te mueves, te mantienes en suspenso, colgada de la voz y el gesto de la actriz. Qué grande es la Espert, que ejercicio de belleza, de sabiduría y de elegancia. Y cuánto amor al teatro demuestra embarcándose en un proyecto tan difícil y agotador, ella sola en el escenario representando una tragedia que exige una entrega tan absoluta. Cuando terminó la representación y se apagaron las luces, todo el teatro se mantuvo en silencio un rato largo, hasta que comenzaron los aplausos y los vítores. La actriz se levantó despacio de la cama donde había finalizado la escena y caminó hacia los espectadores como si todavía no se hubiera desvestido de los personajes, aún poseída. Poco a poco su rostro se fue relajando, apareció la sonrisa que fue ganando amplitud mientras el entusiasmo de un público entregado la obligaba a salir una y otra vez a saludar. Una noche memorable.
"El trabajo de estos meses ha sido el más duro que recuerdo en toda mi carrera; parecido, quizás a Las criadas o a Maquillaje. Ha mezclado placer, fatiga física y mental y en algunos momentos profundo desconcierto. Eso es el teatro para mi", manifiesta la actriz.
El Suicidio de Lucrecia ha sido representado en muchas ocasiones a través de la pintura. Reproduzco algunas de ellas. De derecha a izquierda, Rembrandt, Tièpolo, Jean François de Troy, Michele Tosini, Tintoretto, Andrea Casali, Veronés, Lucas Carnach, Artemisia Gentileschi y Tiziano. Maravillosas pinturas, aunque a mi me conmueve especialmente la de Artemisia ya que ella también sufrió una violación.
El contexto argumental, que aparece en prosa encabezando la obra en el original, cuenta la historia mítica que da lugar a la fundación de la república en Roma. Corre el siglo VI a.C. y reina el último monarca romano: Lucio Tarquinio. Los generales Colatino y Sexto Tarquinio (hijo del rey) rivalizan en una conversación acerca de la fidelidad de sus esposas. Van a sus casas a sorprenderlas, y la de Sexto está de celebraciones mientras que Lucrecia, la de Colatino, está hilando castamente. Sexto Tarquinio, tras comprobar que su esposa no le es fiel, viola a Lucrecia, la mujer de Colatino, la cual lo denuncia y luego se suicida. Bruto, amigo de su marido, encabeza entonces una revuelta contra la familia de Tarquinio, que acaba derrocando al rey.
La tragedia de Lucrecia también inspiró a dramaturgos y músicos. El escritor francés André Obey la llevó al teatro y en ella se basó el libreto que Ronald Duncan escribiría para The rape of Lucretia, la magnífica ópera del compositor inglés Benjamín Britten, estrenada en el Festival de Glyndebourne en 1946. Os ofrezco unos minutos, aunque no tengo idea del lugar ni la fecha de la representación.
Maravillosa Nuria Espert. Una actriz con una técnica precisa pero flexible, un monstruo escénico. Grande,grande,grande. Manejaba los tiempos, el ritmo (eso tan difícil de alcanzar en teatro), los silencios, y encarnaba.
ResponderEliminarCuando saludó tras la representación (humilde, pequeñita, toda sonrisa) casi se tropieza con la silla y la mesita que formaba parte del escenario, decorado que momentos antes había manejado a su antojo. ¿Porqué? Porque era otra.
No se podría decir mejor, María. Completamente de acuerdo. Se nota la mirada experta, de actriz a actriz.
ResponderEliminarCreo que lo que quieres decir es que el mundo es tu casa, no viceversa.
ResponderEliminar/5jonathan