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viernes, 29 de marzo de 2013

Sintra: un paraíso para románticos

El camino desde el centro histórico de Sintra hasta la Quinta da Regaleira discurre en suave ascenso por la ladera de uno de los picos de la Sierra, un paseo delicioso. A la derecha, en pendiente, se suceden las masas boscosas, los jardines de quintas cuyas casas se esconden a la vista. A la derecha, durante un largo trecho, el Parque dos Castanheiros. Poca gente se anima a subir andando hasta la Quinta, o más lejos aún, hasta el Palacio do Seteais (los turistas optan por el autobús), de manera que camino casi en solitario, disfrutando de esta borrachera de olores que la lluviosa primavera trae consigo.













“¡Oh! El edén glorioso de Sintra se mezcla en un abigarrado laberinto de monte y cañada”, comenzaba Lord Byron su poema Childe Harold's Pilgrimage, otro romántico que halló aquí su paraíso. Instalado en Sintra durante el mes de julio de 1809, escribió a Hodgson el día 16 de ese mes: "Hasta ahora hemos seguido nuestra ruta, hemos contemplado todo tipo de maravillas panorámicas, palacios, conventos, etc., que narraré en mi próxima obra, Book of Travels, de mi amigo Hobhouse, y que no anticiparé, transmitiéndole cualquier relato en privado y de forma clandestina. Solo hago constar que la villa de Cintra, en Extremadura, es quizá la más bella del mundo." Y Robert Southey :"Nunca contemplé una vista que destruyese completamente el deseo de viajar. Si hubiese nacido en Sintra, creo que nada me tentaría a abandonar sus deliciosas sombras y atravesar la terrible aridez que las separa del mundo."












Abandonarse, olvidar la aridez que la separa del mundo. Este equilibrio perfecto entre paisajes hermosísimos y construcciones llenas de encanto y belleza me mantienen en un permanente estado de gracia. El camino va deparando sorpresas. La Fuente Mourisca, realizada en 1922 por el maestro local José de Fonseca. A la derecha, entre árboles, arbustos y matojos, con esa sensación de descuido y abandono que aporta a esta tierra un encanto especial, el pórtico que os muestro a la izquierda, por el que transitaba una oveja seguida de dos cabritillas pardas. Algo más allá, otra fuente, la que veis a la derecha (el agua se desborda por Sintra) y justo frente a la Quinta do Regaleira, entre árboles, casi oculto a la vista, las ruinas del palacio que os muestro sobre estas líneas. Rodeado de una alta verja, con claras señales de abandono, no tiene un cartel que ofrezca alguna información sobre él. Intento encontrar un hueco por el que colarme (me enamora: su estilo de inspiración árabe, su romántica decadencia) pero no lo encuentro y sigo mi camino decidida a investigar su historia.











Será mi anfitriona, doña Elena, quien me ponga sobre la pista. Se trata de la Quinta do Relógio, cuyo nombre se debe a la torre con reloj que presidía el palacete construido por el millonario Metznar, y que fue más tarde demolida para levantar el que vemos ahora. Reinando Pedro V, un tratante de esclavos, Manuel Pinto da Fonseca, a quien apodaban Monte Cristo por el personaje de Dumas, encarga a su hijo el proyecto para el palacio. Dice la leyenda que fue residencia de Don Carlos de Bragança y Doña Amelia de Orleans, futuros reyes de Portugal, durante su viaje de novios. Creo que el jardín posterior es precioso, combinando plantas y árboles exóticos con ejemplares autóctonos.












Y termino mi paseo en el Palacio do Seteais, precioso edificio neoclásido del siglo XVIII, hoy convertido en hotel, mandado edificar por el cónsul holandés Daniel Gidmeester. Su nombre, en español "siete ayes", hace referencia a los supuestos suspiros que lanzaron los portugueses al conocer el contenido de la Convención de Sintra, mediante la cual los británicos permitieron a las tropas napoleónicas abandonar impunemente Portugal tras la invasión. En su origen el palacio constaba de un solo cuerpo, siendo su segundo propietario, el Marqués de Marialva, quien le añadió el segundo y construyó, como nexo de unión, el arco de triunfo con el escudo real. El interior no guarda vestigio alguno de su carácter primigenio, se trata de un elegante hotel de lujo, tan falto de personalidad como cualquier otro. Atravesando el arco de triunfo se accede al banco que os muestro a la derecha. Allí sentada, disfruté de la vista de los jardines de palacio y el valle, al sol.

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