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sábado, 6 de abril de 2013

Mademoiselle Sallé

Era mi hija adolescente cuando realizamos juntas un viaje a Lisboa, mi segunda visita a la capital portuguesa, que ya me había enamorado años atrás. Le enseñé los lugares que conocía y que pensaba iban a interesarle, juntas descubrimos rincones nuevos y disfrutamos de un tiempo para nosotras. Las madres de hijas adolescentes saben que no siempre es fácil.

No recuerdo que nuestros paseos nos llevaran a ningún museo, a excepción del Calouste Gulbenkian, obra de un industrial de origen armenio con residencia en Portugal que, a su muerte, legó a la ciudad, a través de una fundación que lleva su nombre, una muy importante colección de arte. El Museo se encuentra en el Parque de Santa Gertrudes, y es de obligada visita para los amantes del arte. Allí podemos encontrar desde piezas de arte egipcio, greco-romano, chino, japonés e islámico hasta arte europeo del período comprendido entre el siglo XI al XX. Van der Weyden, Bouts, Ghirlandaio, Rubens y Rembrandt junto a Turner, Manet, Renoir o Degas. De sus paredes cuelgan el espléndido Retrato de una joven, de Ghirlandaio, y los retratos de Santa Catalina y San José, de Van der Weyden, entre otras muchas maravillas. Y, sin embargo, no recuerdo haberlos visto. No recuerdo nada de lo que allí disfruté, excepto un solo cuadro. ¿Por qué ocurren estas cosas? ¿Por qué, paseando por una sala repleta de piezas bellísimas, algunas incluso obras maestras, de repente te atrapa un objeto, en este caso un cuadro, que objetivamente no es el más hermoso, ni el más representativo, ni siquiera está firmado por un número uno, y te quedas ahí, ante él, prendida, con el alma en vilo, y todo lo que te rodea se desvanece? Eso me sucedió a mí entonces ante este retrato que hoy traigo a Mi casa, el de Mademoiselle Sallé, firmado por Quentin de la Tour en 1741. Marie Sallé, nacida en 1707 y muerta en 1756, fue una bailarina y coreógrafa de ballet francesa, discípula de Françoise Prévost, que debutó en la Ópera de París en 1721 y, en cierta medida, revolucionó la danza clásica de su época al añadirle expresividad y dramatismo, desentendiéndose de los rígidos cánones que hasta entonces la encorsetaban. Marie no solo bailaba, también dotaba de vida y pasiones a los personajes que encarnaba, actuaba sobre el escenario. Desechó los tejidos que le impedían moverse con libertad, sustituyéndolos por otros de mayor ligereza. Puede decirse que se anticipó a las reformas que, en el mundo de la danza,  más adelante llevaría a cabo el coreógrafo Jean- Georges Noverre.

Como os podéis imaginar, yo no sabía nada de esto cuando me miró desde su retrato, aunque esa información no hubiera aportado ni detraído nada a mi encantamiento. La mujer que se hallaba ante mí podía haber sido una famosa bailarina, un ama de casa o una princesa de la Casa de Windsor, tanto me hubiera dado. De toda ella emanaba paz, dulzura, quizá la serenidad que yo entonces necesitaba. Pero fue su mirada lo que me conmovió hasta el alma: una mirada tan tierna, tan compasiva y amorosa, una mirada que todo lo entendía y todo lo aceptaba. Me sentí envuelta en su calidez, desarmada, y cuando mi hija se acercó a mí me encontró llorando como una Magdalena delante de aquel cuadro. Ella todavía lo recuerda. No he vuelto a verla, pero sé que está allí y, en algún momento, regresaré.

8 comentarios:

  1. Qué cosas tiene la mente, Sol... Leo lo que cuentas del cuadro de Q. de la Tour que tanto te cautivó y me sobreviene el recuerdo de un perro que vi en la Rua Augusta lisboeta.
    Hacía unos días que había reparado en él. A eso de las siete de la tarde, cuando los comerciantes bajaban con estrépito las persianas metálicas (en Portugal "fechan" muy temprano, ya lo sabrás) y la gente desaparecía como por ensalmo de las calles, aquel chucho de raza indefinida permanecía echado en medio de la calle como si esperara por algo o por alguien. Tanto me movió la curiosidad que una tarde de aquellas pregunté a una señora mayor que venía arrastrando un carrito de la compra. Me explicó que el perro venía haciendo aquello desde "há muito tempo", que estaba esperando a que diesen las (?) de la noche para colarse en el último ferry que salía desde los cais del Terreiro do Paço y que, cruzando el Texo, lo llevara hasta Barreiro, en la otra orilla. Era cierto, pues llegué a ver un recorte de prensa del Diario de Noticias que lo mencionaba a media página. Me pareció una historia fascinante, digna de un cuento de Miguel Torga o de aparecer en un relato de Saramago. Siempre lo he recordado.
    Y ¿por qué me habrá surgido este recuerdo, al hilo de tu bello (y nostálgico: cuánta nostalgia destila, Sol) relato. Pues porque me he acordado de un museo madrileño que debe de quedarte bien cerca, en Serrano. Se trata del Lázaro Galdiano. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Pues que tanto C. Gulbenkian como Lázaro Galdiano eran hombres riquísimos, amigos de atesorar obras de arte, que hoy disfrutamos en los respectivos museos. ¿Y qué pinta el perro de la Rua Augusta en todo esto? Pues resulta que en una vitrina del museo madrileño lucen las joyas de la esposa del culto millonario. Y una de ellas -agárrate- es un collar del chucho faldero de la dama, con incrustaciones de piedras preciosas, diamantes incluidos.
    No sé por qué pero estoy seguro de que me iba a gustar más el perro callejero.
    Con cariño te lo cuento, Sol.

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    1. Curiosa asociación de ideas, sí. El Lázaro Galdiano está cerca de mi casa, y lo visito con frecuencia. Creo que lo he traído a Mi casa en más de una ocasión. Si tienes curiosidad, seguro que lo encuentras si escribes su nombre en el buscador del blog.
      La que cuentas es una bonita historia; daría para un cuento. Un abrazo, Federico

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  2. ¿Qué es el arte, sino una manera de ver?
    Una emotiva y brillante entrada.

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  3. Expresas muy bien las sensaciones. Realmente el rostro de la Dama transmite serenidad y bondad. Sonríe con una sonrisa intima de cariño. Esconde sus manos no sabemos si a causa del frío, pero no es habitual.
    Si Sol, tiene algo especial Mademoiselle Sallé.
    Un abrazo. Estaré unos dias fuera. Hasta mi vuelta

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  4. Esa misma experiencia me ocurrió hace muchos años con "Retrato de un Joven", atribuido a Rafael, de la colección Thyssen. Llegó a obsesionarme hasta el punto de volver años mas tarde solo por volver a verlo. El motivo lo desconozco, pero el amor tiene esos misterios, no responde a razones concretas. La diferencia entre tu y yo, es que yo soy incapaz de plasmar esos sentimientos en un texto y menos hacerlo tan elegantemente como lo haces tu. Un beso grande, Sol. Que tengas un buen fin de semana.

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    1. Tú lo haces a través de la cámara, David, infinitamente mejor que yo a través de un texto. Sí, uno se enamora sin saber bien por qué. Feliz fin de semana también para ti. Un abrazo muy fuerte.

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