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martes, 4 de marzo de 2014

Las Furias de Tiziano en el Palacio de Binche

El jueves 22 de agosto de 1549 María de Hungría agasajó a su hermano, Carlos V, y a su sobrino, Felipe II, en la gran sala de su suntuoso Palacio de Binche, que cinco años más tarde sería destruído por Enrique II de Francia. Un año antes María había encargado a Tiziano cuatro lienzos que tuvieran como protagonistas a Las Furias: Ticio, cuyo hígado devoraba un buitre como venganza de Zeus por haber intentado violar a Leto (o a Artemisa, según otras fuentes); Tántalo, incapaz de procurarse alimento por haber ofrecido a su hijo como festín a los dioses; Sísifo, al que Zeus castiga su falta de discreción respecto a sus infidelidades portando eternamente una enorme piedra; e Ixión, cuya pretensión de enamorar a Hera le valió dar vueltas eternamente en una rueda. Los lienzos deberían recordar a los príncipes alemanes que se habían alzado contra su hermano y a quienes había derrotado un año antes en Mühlberg; la suma violencia de las imágenes debía servir de advertencia contra futuras rebeldías.















El salón, magníficamente decorado, medía 45 m. de largo por 22 de ancho y 11 de alto. Se accedía por una puerta situada exactamente enfrente del lugar ocupado por Las Furias, que colgaban entre ventanales (se distinguen los lienzos a la derecha de la imagen), flanqueadas por estípites armados y sobre un zócalo de dos metros. El tono admonitorio y sombrío del conjunto (los cuadros se veían a contraluz) debía impresionar al visitante, que ya en la sala avanzaba hasta quedar bajo Las Furias para, desde allí, girar a la izquierda y dirigirse hacia el estrado donde, bajo un dosel con imágenes de otros imprudentes que desafiaron a los dioses, como Flegias y Faetón, aguardaba Carlos V.

La escena se reproduce en la aguada sobre papel, dibujo anónimo de la época.

2 comentarios:

  1. Mosén Fraedericus4 de marzo de 2014, 10:28

    El afán servil de destacar a la realeza destroza la hermosa perspectiva. Si fiáramos de lo que vemos, sería este un baile para solaz de gigantes, tal es el tamaño de los soberbios entarimados que ven, a sus pies, una corte de diminutos contradanzantes.

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    1. Nada ha cambiado, Mosén Fraesdericus. Todo sigue tal cual. Muchos besos

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