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miércoles, 21 de enero de 2015

"¿Humorismo?", por Enrique Gil Calvo

El impacto causado por la masacre del Charlie Hebdo ha dado origen a un animado debate mediático en el que destacan dos polémicas muy significativas. Por un lado los límites de la libertad de expresión, en teoría irrestricta pero en la práctica vedada, como revela el delito de apología del nazismo o del terrorismo. En este sentido, parece admitido que deban prohibirse y perseguirse las manifestaciones que prediquen el odio, pero lo que ya no está claro es si la blasfemia o la sátira deben quedar incluidas en esa tipificación. Lo cual nos lleva al segundo tema de debate: el ambiguo status del sentido del humor.

Desde Shakespeare y Cervantes, el humor es seña de identidad de la modernidad occidental. Pero por su propia naturaleza paradójica, es uno de los conceptos más ambivalentes que existen. Por un lado está el humor propiamente dicho, que juega con las contradicciones internas de una situación dada. Y por otra está la burla o broma pesada, que busca escarnecer, zaherir y ridiculizar. De ahí que el humor sea capaz tanto de lo mejor como de lo peor. Piénsese por ejemplo en los chistes machistas contra moros, mujeres o maricas, o en el acoso escolar que se burla del más débil o tonto de la clase. ¿De qué depende que debamos tomarlo en un sentido u otro? Depende del frame, es decir, del encuadre o marco con que lo interpretemos.

El inventor del frame fue Bateson, cuando señaló que todos los cachorros juegan a luchar, y para ello usan un meta mensaje que permite diferenciar el juego (“esto va en broma”) de la lucha (“esto va en serio”). Pero aquí existe una continuidad clausewitziana entre el juego lúdico/político y la lucha bélico/agonística, de tal modo que a veces resulta imposible evitar el paso del uno a la otra. Es posible que en una interacción dada ambas partes lo interpreten de forma opuesta: uno cree que es juego (una broma) y el otro lucha (un ataque). También es posible dar gato por liebre, justificando el ataque más feroz como si en el fondo se tratase de una broma. O al revés, tomar una broma como un ataque imperdonable que clama venganza con el pretexto de que era algo demasiado serio como para tomarlo a la ligera.

Todo depende del contexto interactivo en que se pronuncie la expresión humorística. Si la relación es igualitaria o simétrica, con hermanos, amigos o rivales, se trata de un juego que debe tomarse a broma. Si estamos ante la burla contra un superior (padres, maestros o autoridades), hay desacato, insolencia, lesa majestad o irreverencia. Pero si es contra un inferior (menores, mayores, mujeres, migrantes o minorías), constituye una ofensa despreciativa como la del varón blanco dominante contra los parias inermes a quienes se pone en su lugar rebajando su status todavía más. De ahí el imperativo de corrección política que prohíbe burlarse de las víctimas indefensas.


La moraleja es obvia: lo ecuánime es medir las consecuencias de nuestras expresiones poniéndonos en el lugar de las personas cuyas creencias tomamos a broma, pese a constituir su principal seña de identidad colectiva. Pues aquí no habrá simetría ni revancha posible mientras los musulmanes europeos sigan sin poder ridiculizar al cristianismo burlándose de Jesús en un semanario satírico de gran tirada. El juego limpio es condición a priori del sentido del humor.


Enrique Gil Calvo, diario El País, 19 de enero de 2015

5 comentarios:

  1. Controvertida cuestión... Ponerse antes en el lugar del otro me parece una buena medicina pero mientras vamos ganando en empatía e inteligencia (y nos crece, de paso, el sentido del humor y nos decrece ese ego que tanto se deja afectar), ¿quizá el punto sería "sin ánimo de ofender, pero sin miedo a hacerlo"? Y aun así a alguien habría que seguir cogiéndosela con papel de fumar. No es fácil.

    ¡¡Saludos, Sol!!

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  2. Federico ibn Farid22 de enero de 2015, 16:16

    Eran dos y llevaban una talega con aerosoles de colores.
    Ahora, mientras leo, llevo puesto fez con borla, camperas y chilaba de lino blanco tejida por las manos aladas de esclavas que guardo en un serrallito recoleto, en el piso alto con celosías que dan al patio. Veo brillar entre la filigrana de estuco destellos de ojos fugaces... Y me apetece relegar este tocho de los cuentos completos de Borges y abrir el Alcorán que guardo en una arqueta de cedro, en la oquedad de un naranjo añoso del jardín, y leer la Sura 95, el Aya 5: “Pero luego reduciremos a los incrédulos al más bajo de los rangos, castigados con el infierno”. Ningún autor, sino Borges, halla acomodo en el anaquel de mi estudio con vistas al Albaicín. No tengo tele ni celular: los recados los recogen en la tienda del judío Eliazar (le debo el pan de un mes). Solo la salmodia del almuhédano remueve la calma de mi jardín umbrío. El rumor del agua en la pileta de mármol, el olor del jazmín... Unos ladridos que vienen del Paseo de los Tristes me desmienten. Y una risa femenina en el Carmen de los Mártires.
    Luego, haré llamar a mi fiel mercenario somalí, de la tribu de los mursi, en la región de Mudug, y le ordenaré que traiga, aherrojados, a los infieles que han profanado la mezquita con sus grafías del Infierno... La mano derecha tendida sobre el tajo, aguarda a que el verdugo acabe de afilar el alfanje justiciero.
    Allahu Akbar.

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  3. Nada para lo que usted merece,,,mon soleil.

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