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viernes, 21 de mayo de 2010

Inolvidable Hanoi






















En Hanoi el tiempo parece haberse suspendido, a pesar de los grandes hoteles, los polideportivos y algunos grandes edificios que rompen de cuando en cuando el horizonte. Y una tenue neblina con la que amanece a diario abunda en esa impresión. Una ciudad antigua y elegante, pese a la pobreza con la que convives en cada rincón. Una vieja dama que aún conserva su aire señorial y una belleza decadente, una ciudad pausada, a pesar del caos y la vorágine, donde la gente convive, esto es, vive junta: en las aceras abundan los corrillos de personas charlando, bebiendo té, comiendo; los ancianos juegan al ajedrez o ven pasar la vida, los niños corretean descalzos. Hierven de vida las calles de Hanoi. Y huele a vida: a flores, a calor, a especies, ese olor dulce inolvidable.
Si levantas la vista, detrás de ese racimo de cables de la luz que cuelga de poste a poste y camina por todas las calles de la ciudad, encuentras un abigarramiento de carteles, balcones con ropa tendida y macetas de flores, jaulas de madera con pájaros, fachadas desvencijadas al lado de una construcción nueva, sin personalidad alguna; preciosas casas coloniales que se caen a pedazos, remachadas con piezas de uralita o trozos de madera colocados de cualquier manera. Me recuerda a La Habana. Esas casas hoy son talleres, tiendas, almacenes.
Hanoi, ciudad de contrastes. La ciudad de los lagos, con sus maravillosos jardines, sus preciosas pagodas, sus templos. El Templo de la Literatura, en la foto superior, un raro y bien conservado ejemplo de la arquitectura vietnamita, un remanso de paz entre tanto bullicio. Se fundó en el año 1070, dedicado a Confucio, para honrar a los eruditos y hombres de letras. La primera universidad del país se estableció en su interior, con el fin de educar a los hijos de los mandarines. En sus jardines o en el interior del templo es fácil olvidarse del mundo y volar unos siglos atrás.




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