Es este el autorretrato de una mujer fuerte y apasionada, capaz de convertir en belleza el dolor y la humillación, que despuntó en su época no sólo por su maestría sino también por asumir roles hasta entonces inalcanzables para su género. Una pintora que, a la postre, mereció los halagos de artistas y príncipes, económicamente independiente; una mujer libre en un tiempo en el que sus congéneres vivían circunscritas al ámbito de lo doméstico. Algunos estudiosos sostienen que mantuvo relaciones incestuosas con su padre y, aunque no se conservan testimonios válidos que lo avalen, los rumores que circularon por su Roma natal así lo afirmaban. A los dieciocho años fué violada por un amigo de este, y sometida a todo tipo de humillaciones durante el proceso posterior. De todo ello surgió una nueva Artemisia, dueña de su arte y su destino.
Artemisia Gentileschi (Roma 1593-Nápoles 1653), fue una de las pocas pintoras renacentistas que concibió la pintura como profesión y logró vivir de su trabajo. Contra el academicismo y el manierismo de épocas anteriores, en una Roma convulsa y cosmopolita, surge el Barroco con fuerza arrolladora. Y Caravaggio, humanizando y vulgarizando los grandes temas de la pintura universal, revoluciona y escandaliza. A Artemisia se la considera su única discípula. De él toma la técnica del claro-oscuro, la monumentalidad de las figuras y el sentido dramático de la escena. Su pintura es apasionada y expresiva; ahonda en el alma de la mujer representada, generalmente heroinas que, como ella misma, han de enfrentarse a una realidad terrible.
No es habitual para una pintora de la época autorretratarse ejerciendo su oficio. Aunque era de buen ver que una mujer pintase, interpretase música o escribiera poesía, estas actividades debían ejercitarse en el ámbito de lo privado. Ella, en un acto de rebeldía, se representa en el lienzo joven y hermosa, en este Autorretrato (1630, Palacio de Kensington, colección de SM la reina Isabel II) pleno de sensualidad.
Fue la hija primogénita de Prudenza Montone y del pintor Orazio Gentileschi. Después vendrían cuatro hijos más, todos varones, pero la niña se convirtió desde su nacimiento en la predilecta de su padre, con el que siempre mantuvo una estrecha relación. Pese a su carácter venal y autoritario, Orazio mantenía a la niña siempre a su lado, prodigándole todo tipo de atenciones. De su temperamento nos habla Giovanni Baglione: "Si Orazio Gentileschi hubiese tenido un carácter más sociable, habría hecho fructificar con creces su talento; pero era más proclive a lo brutal que a lo humano, y no respetaba a ninguna persona, por muy eminente que fuese esta. Opinaba sobre todo y ofendía a todo el mundo con su lengua satírica; esperemos que la bondad de Dios le haya perdonado sus faltas".
Vivían sin lujos pero sin privaciones en una casa de la calle Margutta, en cuya primera planta el pintor había montado su taller. Allí fue donde Artemisia se familiarizó, aún antes de saber andar, con pigmentos, aceites, pinceles y telas. Allí le enseñó su padre la magia de los colores y el secreto de la luz y, entre juegos, fue aprendiendo los rudimentos de la pintura. La casa era visitada asiduamente por mercaderes y artistas, modelos, artesanos, clientes y mensajeros. Y entre los amigos de su padre, los mejores pintores del momento, encabezados por Caravaggio, cuya influencia sería decisiva en su obra.
Artemisia contaba once años cuando murió su madre y tuvo que hacerse cargo de las labores domésticas y el cuidado de sus hermanos, aunque siempre encontraba tiempo para encerrarse a pintar en el taller. Se convirtió en colaboradora y confidente de su padre, que paulatinamente fue delegando en ella el trato con los modelos, la preparación de telas y pigmentos e incluso los fondos de las pinturas. La niña se encontraba en su elemento y aprendía rápidamente. Por aquel entonces se mudaron de la via Margutta a la via Santo Spirito in Sassia, cerca del hospital del mismo nombre, al pie del monte Croce. Aunque la cercanía del centro sanitario debió proveerla de no pocas escenas dramáticas, los alrededores del Tiber y el Giannicolo les ofrecía un paisaje de villas y prados arbolados que contrarrestaba con el bullicioso colorido del que provenían.
Vivía enclaustrada en su casa, bajo la posesiva protección de su padre. Pasaban juntos muchas horas en el taller, pintando y conversando. Orazio le hacía ver el mundo a través de sus ojos, la iba modelando a su antojo mientras le ofrecía una formación artística y humanistica vedada a la mayoría de las mujeres. Un privilegio por el que debía pagar un alto precio. A través de su padre aprendió a admirar a Caravaggio, sus claroscuros, la inmensa humanidad de sus figuras; juntos viisitaron la capilla Paolina de Santa Maria Maggiore para admirar los trabajos de Cigoli y Reni; en otras ocasiones le acompañaba al palacio de Scipione Borghese en Monte Carvallo, donde estaba pintando los frescos de la bóveda de la sala Regia. Estas visitas le resultaban apasionantes.
Para que aprendiera perspectiva, Orazio decidió encargar a su amigo Agostino Tassi que le diera clases particulares en el taller, ya que por entonces a las mujeres no les estaba permitido estudiar en una academia. Esto dificultaba grandemente el aprendizaje de materias tales como matemáticas, geometría o anatomía, ya que era impensable que las mujeres pudieran reproducir un cuerpo masculino desnudo. Tassi pasaba muchas horas en su casa, tanto en calidad de amigo del padre como de maestro, y al cabo comenzó a asediarla con sus pretensiones amorosas. Hizo correr la voz de que Artemisia mantenía relaciones sexuales con cuantos hombres visitaban la casa y aprovechaba las frecuentes ausencias de Orazio para cercarla. Y un día la violó. Así lo relata Artemisia:
"Permaneció largo rato sobre mí, manteniendo su miembro en mi natura, y, una vez satisfecho, se retiró. Al verme liberada, me precipité hacia el cajón de la mesa, agarré un cuchillo y me dirigí hacia Agostino diciendo: ”Voy a matarte con esto porque me has deshonrado”. Él me replicó entonces, abriendo su navaja: ”Aquí me tienes preparado”
A partir de entonces las violaciones se sucedieron durante meses. No es posible saber las razones por las que ella no le denunció inmediatamente; quizá quiso huir del escándalo aferrándose a sus promesas de amor y matrimonio. También su padre guardó silencio cuando le llegaron noticias de lo que estaba ocurriendo bajo su techo y solo un año después, al sospechar que Agostino podía haberle robado una Judith, se decidió a denunciarlo. El juez Francesco Burgarello tomó declaración a Artemisia en marzo de 1612. Agostino fue arrestado. Se conserva la carta que el ofendido Orazio Gentileschi escribe al papa Pablo V: Santísimo Padre, el acto que se ha cometido en detrimento de este desdichado demandante, perjudicándole de manera grave y considerable, y lo que es más, al amparo de la amistad, es tan vil que de hecho puede ser considerado como un crimen. Más adelante le suplicaba tomara cartas en el asunto para evitar la ruina ulterior de mis otros hijos.
Así se vio Aremisia inmersa en un proceso en el que ella no era la ultrajada, sino su padre. En su defensa, Agostino presentó a una corte de testigos que juraron haber sido seducidos por ella. Incluso algún testigo llegó a afirmar que ejercía la prostitución en su casa.
Durante los siete meses que duró el proceso, la dureza de los interrogatorios fue in crescendo. Repitió su versión en multitud de ocasiones, siendo obligada a especificar detalles humillantes. Incluso fue sometida a tortura para que Su Señoría comprobara si mantenía su versión. Artemisia no se desdijo y Agostino fue condenado a un año de prisión en Corte Savella.
Una mujer deshonrada era poco más que una apestada en la Roma del XVII: su futuro se reducía a envejecer recluida en sus labores domésticas sin más compañía que su familia directa. Por ello Atemisia recibió como una liberación la noticia de que Pietro Antonio di Vicenzo Stiattesi, mercader y pintor, vecino de Florencia, la quería como esposa. Orazio le dio la noticia como algo ya acordado: se casaría, viviría lejos para recomponer la reputación de su familia y podría seguir pintando, siempre y cuando lo hiciera con decoro y discreción. La boda se celebró en noviembre de 1612 en la Iglesia de Santo Spirito.
Artemisia abandonó la bulliciosa Roma para instalarse en la elegante Florencia, con sus magníficos palacios y exquisitas plazas, una ciudad refinada donde los burgueses semejaban aristócratas y estos, con los Médici a la cabeza, continuaban considerando como bien supremo el arte y la belleza. Artemisia se entregó a la pintura en cuerpo y alma, y muy pronto le llovieron los encargos.
Nunca le interesó representar paisajes y bodegones, temas a los que debían ceñirse las pocas pintoras de su época. Le conmovían las escenas bíblicas y mitológicas, los hechos históricos, en particular aquellos protagonizados por mujeres enérgicas cuya belleza proviniera de su espíritu. Así, mientras su vida transcurría ayudando a su marido en los negocios, atendiendo las labores domésticas y criando a su hija Prudenza, pintó a Marta y María, a Cleopatra, Lucrecia, María Magdalena, Esther, Bethsabé, mujeres hermosas y rotundas, cuerpos femeninos plenos de expresividad. Sus heroínas amaban, sufrían, vivían intensamente, y esa pasión se palpaba en los lienzos. Nada más lejos de la blandura, dulzura y delicadeza que se suponía al arte femenino.
La admiración que su obra suscitaba trascendió las fronteras florentinas y se multiplicaban los encargos. Artemisia comenzó a contratar modelos masculinos a los que pintaba en su taller; se convirtió en asidua invitada a los palacios, recibida por el Duque de Toscana y agasajada por los Medici y, el 19 de julio de 1616, admitida en la Academia Vasari de Dibujo- fue la primera mujer que formó parte de esta institución. Pero seguramente tanto éxito resultó insoportable para un marido renacentista, y más si se trataba de un desconocido y mediocre pintor, de modo que Artemisia fue repudiada por su familia por segunda vez. Sola, muy lejos de su ciudad natal, separada de su hija, cuya custodia le sería concedida más adelante, se instaló en el borgo dei Santissimi Apostoli, cerca de la plaza de la Catedral y se entregó en cuerpo y alma a su trabajo. No le faltaban los encargos: bajo la protección de Cosme II pintaba para la corte, para las familias Barberini, Antinori, Niccolini, para los Pitti y los Tornabuoni. Seguía frecuentando los palacios, tomó criados, era respetada y admirada. Y, por primera vez en su vida, gozó de independencia económica y total libertad.
Durante los años siguientes la fama de Artemisia no cesó de crecer. Tras la muerte de Cosme II traslada su residencia a Génova, donde se instala junto con su padre y su hija y pinta para las familias más importantes de la ciudad. Luego se sucederían largas estancias en París, Roma, Inglaterra y Nápoles, dónde fue requerida por el duque de Alcalá y donde pintó su primera obra para Felipe IV de España, el Nacimiento de San Juan Bautista. De su relación con un viejo amigo romano, Pietro Rinaldi, en 1624 nace su segunda hija, Porzia. Donde quiera que va, es agasajada por príncipes y reyes. Recibe tanto dinero por sus cuadros como los pintores más renombrados del momento. Sus obras se exhibían al lado de las firmadas por Rubens, Veronés, Caravaggio y Bernini.
Artemisia Gentileschi murió en 1653. Logró ser la pintora más admirada de su época, pero su conquista más importante fue la libertad.
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