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martes, 5 de marzo de 2013

En invierno

Viajo en autobús, observando como en la calle, tras el cristal, la gente camina presurosa bajo la lluvia, abrazada a su abrigo, medio oculta por los paraguas. Madrid no es triste en invierno. Su luz es capaz de filtrarse a través de las nubes oscuras e iluminar ese aire enérgico y esperanzado que la ciudad se resiste a perder. Muy cerca de mí, agarrado a la barra, un hombre de mediana edad, delgado y no muy alto, de piel verdosa y barba de varios días. Viste una gabardina parda y se toca con un sombrero del mismo tono que recuerda un platillo volante, varias tallas mayor que la adecuada, que me hace pensar en un plato hondo sobre una bombilla. Sujeta entre sus piernas, una maleta de tela oscura sobre la que posa una mochila como la que lleva mi nieto al colegio.

Observa la calle con atención, escudriñando la numeración de los portales para elegir su parada. No parece conocer el lugar al que se dirige, al menos eso deduzco de su gesto y del aire de incertidumbre, vagamente inquieto, que transmite. En su postura digna, algo rígida, se percibe un punto de desaliento. Fantaseo con la idea de que busca refugio, aferrado a una esperanza con la misma determinación con la que mantiene el equilibrio ante los bruscos frenazos del conductor del autobús. Por algún motivo me recuerda a la imagen que fabriqué en su día de Ricardo Reis, el heterónimo de Pessoa.

Coincidimos en la parada de destino y nos acercamos a la puerta al mismo tiempo. Con un gesto le invito a descender primero y de igual modo me indica que lo hará detrás de mí. Sonríe mostrándome su boca desdentada y siento una enorme congoja, una necesidad imperiosa de echarme a llorar. Últimamente me pasan estas cosas.

El dibujo es de Luis Pérez Ortiz, excelente dibujante, pintor e ilustrador, colaborador habitual del diario El Mundo, amigo, habitual de Mi casa.

1 comentario:

  1. Conozco ese sentimiento, Sol. Todo pasara, ya veras. Mucho animo. Un fuerte abrazo.

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