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viernes, 8 de marzo de 2013

Mi barrio

Cuando uno alcanza una edad tiene el corazón muy repartido. Si tienes vocación de sumar, no de restar, se van acumulando personas, instantes, experiencias, lugares, atesoras los recuerdos y siempre queda espacio para algo más. Piensas que vas dejando parte de ti por las esquinas y terminas por comprender que te lo vas llevando todo, que sigues siendo la que fuiste en cada una de tus edades, y así como presientes que tu ayer permanece en los lugares donde creciste, que perteneces a esa canción con la que te dieron el primer beso, a la película con la que lloraste por primera vez, al árbol en el que grabaron tus iniciales, cada paso que diste, con sus certezas y sus dudas, vive en ti con idéntica intensidad que entonces.












Hace unos días recorrí mi barrio, el que me acogió cuando llegué a Madrid desde mi Asturias natal, y donde viví veinticinco años. Llegué siendo una niña y lo dejé, para volver a mi tierra, en compañía de mi hija. Aquí viví quizá la etapa más importante de mi vida, y recorro las calles descubriéndome en cada esquina. Una sensación agridulce. Chamartín es un barrio sin mucha personalidad y aunque ahora vivo en el centro, entre calles llenas de sabor y de historia, aquel siempre será mi casa.












El parque donde mis hermanas y yo jugábamos, al que luego llevé a jugar a mi hija. Mi portal. Hace un par de años entré, toqué el timbre de la que había sido mi casa y pedí permiso para entrar y volver a recorrer sus habitaciones. Sentí una enorme desolación cuando  descubrí que lo habían convertido en un estudio de arquitectura, tirando todos los tabiques. Ya no existía mi habitación, ni la de mis padres, ningún espacio recordaba lo que había sido. No sé si lo habéis vivido, pero la impresión es brutal. Lo mismo me sucedió en el colegio, ahora en manos privadas.
















La papelería donde comprábamos libros y cuadernos está cerrada por jubilación; también la vecina tienda de bordados. Sin embargo sobrevive el garaje donde reparaban el coche de mi padre, la tienda donde cogían los puntos a las medias de mi madre, la mercería, el estanco, la tienda de flores de la esquina.















Los árboles permanecen,  crecimos al unísono. Uno, frente a mi portal, conserva mi nombre.

9 comentarios:

  1. El árbol con tu nombre -ese organismo vivo con tu nombre vivo sobre él- es como una promesa feliz en esa inevitable historia de pérdidas. ¡Felicítate por él! Te ha esperado todo este tiempo y ¡persevera! ¿No es una señal?

    Todo lo mejor.

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    1. Espero que sí, Marian. Un beso muy fuerte, amiga mía.

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  2. No has puesto el rincón del parque de Montevideo,donde esperabanos a que mamá nos llamara para ver Bonanza y nunca lo hacia porque prefería que tomaramos el aire.

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    1. Jajajaja, es verdad. Lo fotografié, no creas, pero como imagen era una birria y la deseché. Pero ahí estuve, recordando nuestros juegos con las muñecas en aquellas ventanas con rejas, debajo de las nuestras. Y las escaleras que espiábamos desde las ventanas del salón. Qué gusto, hermana. Un día debería,os recorrer el barrio juntas. Un millón de besos

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  3. Varias cosas, Sol, el paseo me ha gustado mucho por como lo has contado. Yo siempre soñe con hacer lo que tu, llamar a la casa de mi infancia, pero nunca me hubiera atrevido. Ahora ya no existe. De hecho de mi infancia queda muy poco. Mi ciudad es cruel con su memoria, esto es la Comunidad Valenciana. Y por ultimo pero no por ello menos importante, la foto primera me encanta, es como una vieja pintura. Por entradas como esta me gusta tu blog. Un beso.

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    1. ¡Gracias! Viniendo de ti es todo un halago. Tú, que eres un maestro de la fotografía. pues todas estas fotos te las debo a ti, aunque no lo creas. Aprendo muchísimo con tu trabajo, y fuiste tú quien me puso en la pista de las posibilidades de Picassa. Así que esta entrada es toda tuya. Un beso enorme, David. E infinitas gracias por mantenerte tan cercano.

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  4. Al vivir cerca, hermana, es una zona que recorro muchas veces.
    Montevideo, recordando a Valle que se caía mil veces del saltador Gorila, siempre tenía las rodillas hechas polvo. Y ahí mismo iban los gitanos con la escalera y la cabra y la trompeta, siempre nos asomábamos a verlos. Nuestra casa tan ideal donde tanto nos pegamos, nos reíamos y cantabamos. El cole, con esas monjas tan encantadoras, pero aún así lo recuerdo con cariño. En la esquina estaba la Tintorería Amaya, con la señora de la mancha en la cara, pobre era un enorme angioma, que a mi, me impresionaba y no paraba de mirarla. El estanco, donde nos dejaban ponernos detrás del mostrador bien pequeñas, me imagino que no se nos vería. Me encontré hace unos años a dos hermanas y me presenté, nos recordaban perfectamente y con mucho cariño, encantadoras. El parque y nosotras dando vueltas alrededor de los árboles siempre castigadas por nuestra querida señorita Menchu, muy divertido. El Colegio, las Agustinas de la Consolación, que fue nuestro primer cole y hacía esquina y llevábamos aquellos cuellos duros que se rompían y nos pellizcaban el cuello, muy cómodo.
    El Puy, ha estado hasta hace poco. Yo he comprado alguna vez y hablado con el matrimonio de toda la vida, también se acordaban de nosotras.
    Al lado de nuestro primer colegio, un poco mas arriba el puesto del Tío Paco, que nos vendía el palolú. En fin todas lo recordamos con mucho cariño y yo me alegro de vivir tan cerca.
    No hay ni una sola vez que pase por delante de nuestra casa que no mire hasta el fondo para ver nuestra puerta. Besosssss. Tu hermana Lola

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    1. Qué memoria tienes, se nota que eres pequeñaja. Los saltadores Gorila, ahora me acuerdo, yo llegaba saltando desde casa a Montevideo. Una época feliz, verdad? Somos afortunadas. besos hermanina.

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