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domingo, 26 de agosto de 2012

"El hombre, la gente y sus neuronas espejo", por Andrés Ortega

"La aparición del otro en toda vida individual es uno de los elementos constitutivos de la filosofía y la sociología de José Ortega y Gasset. “El otro hombre, como tal, es decir, no sólo su cuerpo y sus gestos, sino su yo y su vida me son normalmente tan realidades como mi propia vida”, señaló en 1949.
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Una neurona espejo se dispara, se activa, cuando un animal actúa y también cuando un animal observa que la misma acción la lleva a cabo otro animal. La neurona reproduce el comportamiento del otro, como si el propio observador estuviera actuando. Es decir que al principio fue tanto el verbo como la imitación.
“La cultura”, señala Ramachandran, “consiste en colecciones masivas de capacidades y conocimiento complejos que se transmiten de persona a persona a través de dos medios centrales: el lenguaje y la imitación”. La capacidad de imitar permite no solo reproducir, sino también aprender a una escala individual, y posteriormente colectiva. Es decir, que probablemente primero aprendimos a imitar. Y de ahí debió surgir la capacidad únicamente humana de adoptar el punto de vista del otro. La capacidad “de ver el mundo desde el punto de vista de otra persona es también esencial para construirse un modelo mental de los pensamientos complejos e intenciones de otras personas para predecir y manipular su conducta”, señala el neurocientífico. Ortega y Gasset llegó a la importancia de esta capacidad por otra vía, la de la observación y la reflexión filosófica y sociológica, y sus conclusiones se ven ahora avaladas por una base física cuya manera de funcionar se está desentrañando, aunque queda camino por recorrer. Pues una cosa ha sido descubrir estas neuronas, y otra, mucho más difícil, descifrar la verdadera naturaleza de esas conexiones.
En este recorrido en el conocimiento de la mente ni siquiera está claro si se llegará al final, si el ser humano llegará realmente a conocerse a sí mismo. Pero sobre este sistema parece también reposar la capacidad de la metáfora, sin la cual los humanos no seríamos lo que somos.
A Ramachandran le gusta llamarlas “neuronas Gandhi” o “neuronas de empatía” porque sirven para borrar la separación entre el yo y el Otro, algo muy propio de los enfoques orientales tradicionales. Claro que permiten no solo conocer al otro, sino también juzgar sus intenciones, para, si es necesario, defenderse frente a ellas. Empatía no implica simpatía.
Como hemos señalado que intuyó Ortega y Gasset, estas neuronas están también presentes en otros animales, como monos y pájaros que tienen un sentido social. Pero, como decimos, estos carecen de cultura porque les falta el lenguaje, entre otras cosas, además de la capacidad motora (incluída la mano que sí tienen los simios) mucho más desarrollada en el hombre, junto con la capacidad del pensamiento abstracto y transmisible.
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En parte, la cultura nos ha liberado de la genética al reforzar la capacidad de aprender los unos de los otros. “Al hiperdesarrollar el sistema de neuronas espejo, la evolución, de hecho, convirtió la cultura en un nuevo genoma”, separado de la carga genética con la que nacemos, y con otros sistemas de transmisión. Puede que incluso la cultura permita que algunas de nuestras capacidades pensadas para unas funciones se desarrollen para otras no previstas, como pasa con esa actividad esencial, pero nada natural, que es la lectura. Claro que otros van más lejos y creen que gracias a la tecnología, incluída la manipulación genética, los seres humanos van a poder trascender su biología.
De momento hemos llegado a ese Homo sapiens, que el científico indio describe como “el mono que miró en su propia mente y vió el cosmos reflejado en ella”.

Andrés Ortega, diario El País, 18 de agosto de 2012.

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