No veo mucha televisión. No puedo decir que no me interese: cuando la enciendo suelo encontrar algo que despierta mi curiosidad y me mantengo atenta un rato pero siempre, invariablemente, termino levantándome del sofá y haciendo otra cosa. Al cabo de un rato la apago. A menudo comienzo a ver alguna de las películas que emiten a la hora de cenar, y las sigo con interés hasta que termino el postre y recuerdo el libro que me espera sobre la mesita de noche. Adiós película. Uno se ve obligado constantemente a elegir como gastar el tiempo, y atesora con avaricia lo que le queda empleándolo, en la medida de lo posible, en lo que más placer y felicidad puede reportarle. La televisión ofrece fundamentalmente entretenimiento, y "entretenerme" es exactamente lo que no deseo en absoluto.
Viene esto a cuento (o no) de unos párrafos que Frederick Exley dedica a tan popular electrodoméstico en su novela Desventuras de un fanático del deporte, de la que os hablé hace unos días. Dice así:
"Durante aquellos meses, ni una sola vez emanó de la pantalla una idea o emoción auténticas, y acabé por concebir que aquel medio era subversivo. Por su capacidad para el engaño, por sus mentiras sin ambages, por su falta de carácter, por su debilidad mental, por su violencia sin objeto, por las repugnantes personalidades que quiere que nuestra juventud emule, por su infinita y humillante concesión a nuestras fantasías, la televisión mina la fuerza del carácter, vacía nuestras venas y corrompe irreparablemente la noción de realidad. Pero es un medio tierno y encantador; y cuando ha completado su salvaje trabajo y reducido al adulto al estado de recién nacido baboso y balbuciente, se alza siempre equilibrada, semejante a una madre pechugona, para llevarnos otra vez al refugio de sus tetas de pardos pezones."
Toda la razon. Nos estan idiotizando. Saludos.
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