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jueves, 20 de septiembre de 2012

"La fiesta", de Enrique de la Peña

"La primera noche de aquel primer día de la vida de Azurina transcurrió en el hervidero de hormigas en que se había transformado la cantina de la Negra Luisa. Dentro se movían los asiduos al local con un vuelo loco, de un lado a otro, como pájaros encerrados, pero pájaros bebidos y extasiados. Su brazos, como plumas, al moverse con el ritmo frenético de los sonidos africanos, cortaban el humo denso que empezaba a cuajar el aire de aquel espacio cerrado, creando círculos de una geometría perfecta. La puerta, amachambrada  a cal y canto para los curiosos de fuera, estaba abierta, de par en par, a la locura frenética de los de adentro. El ron de Luisa parecía más excitante que nunca. El alocado grupo, la selecta reunión, vibraba entusiasmada en un frenesí cada vez más carnal, sudoroso y almizclero. La Reina Luisa, entronizada en lo alto de la barra, dirigía el exorcismo de ritmo y amor, humo y vida, con una poderosa macana que conservaba de su padre. Las manos calientes se escondían por debajo de las faldas y los bailes vaporosos de los labios de las negras se perdían húmedos por los cuellos de los marinos hipnotizados. La comunión de chinos, congoleños, indianos y españoles, de negros y mulatos de viejos y de jóvenes era mística y primitiva. Al fondo del salón la mesa más ancha ofrecía al Padre Güell el espacio suficiente para dormir su particular Gólgota y lejos de apartar de allí su cáliz se aferraba a él como naufrago a su rama. La puerta de la trastienda del local, el sacta santorum de aquel ron, dejaba paso a la luz amarilla de dos lámparas y a los gritos de placer de una pareja joven y de piel oscura, enardecida, quizás tumbada, quizás asida a la columna de la que colgaban ofrendas para Huión, mientras se entregaban bramantes acometidas el uno al otro, como el mar contra el acantilado, una y otra vez, incansables, espumosos los dos cuerpos desnudos.
Y en la esquina más tranquila el Señor Hamao se movía con la parsimonia de haber nacido antes de todo y llevar la historia de la isla entera bajo sus pies, siempre descalzos, y en su mirada esa noche, más infinita que nunca, el secreto de la vida.
En la esquina del otro lado, lúcidamente borracho, el Señor Cullings movía su poderosa cabeza de pelo blanco al ritmo de los tambores y las güiras y al moverla hacía brillar su anillo plateado, llenando la estancia de chispazos argénteos, deslumbrantes, que resultaban pirotecnia de aquella fiesta de vida nueva."

Hace muy pocas fechas he descubierto un blog que me tiene fascinada. Todo él es una joya de sensibilidad, y me gustaría compartirlo con vosotros. Blogscriptum. Hoy os ofrezco un fragmento de un precioso relato que, entrada tras entrada, va desgranando. Os invito a hacerle una visita. No os defraudará.

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