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viernes, 28 de septiembre de 2012

"Medusa", de Ricardo Menéndez Salmón



"Un día el contable abandona la aldea. Cierta mañana en nada distinta a las otras, con el habitual frío y la habitual escasez de alimentos, Müller toma el camino a la ciudad para no regresar. Nunca más sabrán de él. Abandonada otra vez a su suerte, la madre de Prohaska maldice en silencio, sabedora de que los malos tiempos están llamando de nuevo a su puerta. Sus dos hijos la contemplan expectantes, esperando que ella diga o haga algo. Pero todo lo que se le ocurre es mirarlos como si fueran gallinas asustadas. Luego señala al pequeño con el dedo y lo insulta: "Inútil". Esa palabra, ante la que el otro hermano humilla la mirada, explota en la boca de la madre como una bomba de rabia. Prohaska la observa con fijeza, se dirige hacia ella, avanza una mano y acaricia su rostro. Luego, acercándose al clavo de donde cuelgan sus ropas, coge la zamarra, se calza las botas de cazador, sale al frío y echa a andar. Tiene ocho años. Tardarán setenta y dos horas en encontrarlo. Cuando lo hagan, en las dunas devastadas por el viento, lo hallarán al borde de la muerte, hambriento, exhausto, abrazado a sí mismo como una bandera al mástil que la sostiene."


Mi ejemplar de Medusa está muy subrayado, con buena parte de sus esquinas dobladas. He releído tantos párrafos que creo haber dado una vuelta completa, aunque desordenada, a la novela. Todos los relatos de Ménendez Salmón, desde Panóptico hasta Derrumbe, pasando por La ofensa, El corrector o La luz es más antigua que el amor, producen en mí el mismo efecto: presa de la historia, pretendo seguir adelante pero siempre hay una frase, una imagen, un párrafo que me apresa y me obliga a cerrar unos instantes el libro, el dedo como señalador, y quedarme colgada de ese deslumbramiento. A veces es la belleza de la imagen o la potencia de las palabras; otras su carga poética, su poder evocador; otras su honda significación, las sendas que descubre, como si desbrozase la realidad y, fuera hojarasca, hiciera brillar la verdad. Nada en su literatura es banal, todo arde. Sus novelas son bombas de relojería que te estallan en la mente. Habla de lo sustancial, y lo hace mimando el lenguaje hasta que brilla, de tan pulido. Gran literatura, literatura con mayúsculas. Sus novelas, muy exigentes con el lector, te dan infinitamente más de lo que exigen. No conozco ningún novelista de su generación que lo iguale. Si todavía no le habéis leído comenzad por Medusa. Es más que probable que después necesitéis haceros con el resto de sus textos.

Él mismo ha elegido su "posible" banda sonora. Os la ofrezco.



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