En algunos conciertos siento como una afrenta los aplausos finales. Me hieren como si el estruendo de una bomba rompiera el susurrante silencio del bosque. Eso me ocurrió ayer cuando, tras la última nota del violonchelo de Mischa Maisky, desgranando los últimos acordes de la Suite nº 5 de Bach, el público del Auditorio prorrumpió en vítores y aplausos. Estoy convencida que el interprete hubiera agradecido más el silencio, un auditorio que abandonara la sala sin producir el más mínimo sonido, las notas aún suspendidas en el aire.
Bach. Música en estado puro. Hace dos días Maisky nos regalo tres Suites: la 1ª, la 4ª y la 5ª. Dice José Luis García del Busto en la presentación del concierto, refiriéndose a las Suites: "Es la música de un genio absoluto, no solo consciente del resultado de las notas que escribe sino también de las no escritas pero que están implícitas, esas notas que, aún no pronunciadas, la memoria auditiva capta y procesa, llevada por la lógica del discurso sonoro y armónico."
Bach interpretado por un chelista portentoso, del que Rostropovich dijo que es "uno de los talentos más destacados de la joven generación de violonchelistas. Su interpretación aúna la poesía y la exquisita delicadeza con un gran temperamento y una técnica brillante". Un concierto realmente extraordinario.
Os dejo con la Suite nº 5.
Cierto; además, si uno no estuviese acostumbrado a verlo con tanta frecuencia, le debiera extrañar ese entrechocar furibundo de las palmas de las manos; hay algo de simiesco en ello, mejor se empleara la voz con todas las posibles modulaciones, timbres y volúmenes. El aplauso es primitivo, estridente, demasiado corporal para expresar la exaltación del ánimo. No es lo mismo decir "Qué bella luces, Beatriz, con ese rebozo blanco", que ovacionarla a su paso -menudo pie la lleva- del puente a la alameda.
ResponderEliminarAh; ¿y qué decir de los que aprovechan las pausas para toser como condenados? Malicio que hay algunos lo hacen para dárselas de entendidos de la cosa, como diciendo: amo tanto la música, respeto tanto el silencio durante la ejecución que antes de toser me muerdo los puños, trago un ventolín y me coloco debajo de la lengua dos cafinitrinas en total silencio; pero en los intermedios es la mía: va a saber esa chusma como tose un melómano reprimido y respetuoso...