Salgo a comprar algunos regalos de Reyes que me faltan y encuentro todas las tiendas en las que entro atestadas, el metro rebosante, en la Puerta del Sol no cabe un alfiler. Me dirijo al Fnac, donde se pueden encontrar discos y libros a un precio algo más razonable que en las tiendas minoristas (lo siento: intento mimar las pequeñas tiendas de mi barrio, pero "la pela es la pela", que diría un catalán, y estoy en la ruina total). Voy a tiro hecho: sé lo que busco, de manera que pretendo no entretenerme demasiado. Imposible. Una hora más tarde sigo husmeando por estantes y vitrinas y el peso de la bolsa que contiene los objetos seleccionados va en aumento. La atracción que ejercen sobre mí es superior a mis fuerzas, y la rebaja en el precio un cebo insoslayable.
Se me amontonan los libros por leer. De repente descubro en mi casa cds que no escucho hace años, música que me entusiasmaba, sin la que creía no poder vivir. Cds apilados en los estantes, libros que me urgía leer y que fueron sustituidos por otros, y así sucesivamente. No me da la vida, y compro como si fuera a vivir eternamente. Y lo malo es que en infinidad de ocasiones no recuerdo de qué trataba un libro que en su momento me fascinó.
Me viene a la memoria algo que leí hace unos días, un texto de Muñoz Molina que creo haber traído a Mi casa: "Yo me pregunto muchas veces", decía, "no sin tristeza, por la huella que me ha dejado todo lo que he leído, por lo que quedará de tantas páginas que recorrí muchas veces con una rapidez excesiva, por distracción o por el simple hábito de devorar lecturas, que se parece tanto, por lo compulsivo y poco saludable, al de devorar comida. Uno quiere creer que una parte de lo borrado de la memoria
consciente forma parte de un suelo fértil que lo sigue nutriendo aunque no
piense en él; una riqueza atesorada que ayuda a dar alguna forma de solidez a
su vida, un fundamento a sus ideas y a sus impresiones. Pero también sospecha
que, igual que hay demasiado de todo en cualquier ámbito del comercio y del
consumo, también lo hay en estos mundos en apariencia más espirituales de las
artes y los libros, y que la multiplicación abrumadora de la novedad puede
llevar más al aturdimiento y a la ansiedad que al disfrute provechoso."
Pero sigo rebuscando y vuelvo a casa como una niña con zapatos nuevos. Os cuento mis Reyes de este año: Las 10 sinfonías de Mahler por la Filarmónica de Viena, dirigida por Maazel; las 7 de Sibelius por la Sinfónica de Londres dirigida por Sir Colin Davis; la Consagración de la Primavera, de Stravinsky, por la Sinfónica de Birmingham dirigida por Rattle; y un disco extraordinario: la Filarmónica de Berlín, con Rattle a la cabeza, y Lang Lang interpretando el Concierto no. 3 de Prokofiev y el Concierto no. 2 de Bartok. Lo estoy escuchando mientras escribo: realmente soberbio. Y una novela: Limónov, de Emmanuel Carrère.
Me he vuelto loca, pero estoy feliz.
Ja, ja, no te quejes si no ahorras. Y ya que lo has hecho, a disfrutarlo, al fin y al cabo si los reyes han sido tan generosos es porque has sido buena, que si no de que. A los reyes no se les engaña facilmente... a las infantas si.
ResponderEliminarJajajaja, santa, soy santa. Felices Reyes David. Tú también eres buenísimo, así que seguro que te llenan de regalos. Muchos besos
EliminarQuerida Sol. A disfrutar los Reyes que tan buenos regalos te han hecho aunque el bolsillo tenga por ahi un agujerito por donde se escapan las monedillas.
ResponderEliminarMe parezco a tí porque me parezco o porque soy mujer?
Lo de los libros...increíble!
Felices Reyes y muchos besos
Celia