"Cuando leo o escucho que baja el “consumo cultural”, estiro
las orejas como un perro. Hay más cosas que hago como un perro, pero no sé si
tienen que ver con la cultura. El caso es que la expresión “consumo cultural”
me pone nervioso, como si se tratara de una contradicción en los términos. O es
consumo o es cultural, me digo. Veamos: esa persona que en este mismo instante
se encuentra en la cama de la habitación de un hotel leyendo Crimen y castigo,
¿está consumiendo realmente el libro? ¿Lo consume al modo en que consumo yo
energía eléctrica al encender la luz, al modo en que consumo una conserva al
abrir una lata de berberechos, al modo en el que consumo un pequeño
electrodoméstico al exprimir una naranja? ¿Está consumiendo la novela como el
adolescente que consume la paciencia de los padres, como el cincuentón que
consume para cenar un yogur griego con pipas de calabaza, como el que se compra
un rolex de oro? ¿Podríamos decir que esa persona es usuaria de la novela de
Dostoievski al modo en que se es usuario de un campo de golf o de una tarjeta
de crédito?
(...)
A ver, ¿qué beneficios le ha traído a la señora que hemos
abandonado en la cama de un hotel de Buenos Aires leer a Dostoievski?
¿Acaso, cuando muere un autor, la necrológica señala lo que
su pérdida implica desde el punto de vista económico? Recientemente nos
abandonó Doris Lessing. He leído todo lo que se escribió en los días
posteriores a la noticia y nadie hacía mención a su potencial económico. ¿Las
obras de esta autora no produjeron dinero? Sí, quizá más del que usted y yo
podamos imaginar. ¿Entonces? ¿Se omitió el dato por delicadeza? En absoluto. Se
omitió porque el beneficio económico era un daño colateral. Lo importante de la
obra de Doris Lessing es lo que hizo por el progreso de la cultura humanística,
que no se puede reducir a una cifra. Cuando esto no se comprende, las
humanidades se van al carajo en los estudios. Se quita el latín, se quita el
griego, la filosofía, se reduce el estudio de la lengua y la literatura...
Cuando no se comprende, decimos, pero quizá también cuando se comprende
demasiado. Las sociedades en las que se pierde la sensibilidad cultural son más
dóciles, más fáciles de manejar, son menos libres porque carecen de un discurso
alternativo al dominante. Sin discurso, no hay manera de modificar la realidad.
La realidad es producto del discurso. La realidad actual es producto del
discurso dominante actual. De ahí su calamitoso estado."
(...)
No tiene desperdicio el artículo de Juan José Millán, publicado por el diario El País el 26 de diciembre, y del que os ofrezco un extracto, en el que con su ingenio y lucidez habituales analiza lo que se oculta tras el empecinamiento gubernamental por considerar a la cultura un bien de consumo más, sujeto, pues, a los generalizados y subsiguientes recortes. Merece la pena leerlo completo. En el link lo encontraréis. La ilustración es de Ana Juan.
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