"Mi vida más frenética, más enigmática y reunida, sucede hoy en estas horas lentas y altivas como el mar, tan silenciosas como un hilo negro, a las que llamo con el nombre pobre de insomnio. Maniaco, ayudado de pastillas y médicos, de torpes consejos y de un turbio rencor estéril, he combatido durante años al frenesí parsimonioso de este velar, sin querer ver que en él mi soledad se iba transfigurando en una especie de macabra fortuna. Pues estas madrugadas, casi estalladas de silencio y verdad, a cambio de unas migajas de salud me dan mucho: traen nombres y fantasmas de nombres; me aproximan al pezón en donde bebo el raro caldo de la necesidad de amar, y me sacio; me traen mi miedo, del ronzal, que llega casi pensativo, como un cabeceante caballo del invierno; me traen el vértigo del tiempo, inusitado, sin un solo apellido; me traen un sobresalto de distancia, picoteada de galaxias y de interrogaciones; me traen, oh diosmío, trigo sin pan, peines rotos, botones caídos, deseos sísmicos y turbulenta pesadumbre; me traen el rostro de toda mi memoria, abarrotada como un mapa e injuriada por las premoniciones. Me traen mi inapelable y escocido abrazo con el universo.
Miro entonces mis pies y mis rodillas, mi sexo y mis cartílagos, miro de arriba abajo esta fraterna máquina de morir. Y recuerdo los lechos en los que celebré conmovida y furiosamente al mundo, las palabras de amor o gratitud que dije o escuché como barricadas solemnes contra el ejército de la disolución, y recuerdo cuerpos y años, y veo que todo ha sido espléndido como una amistad, inservible como una máscara. Pues ¿qué buscaba, qué podía conservar, qué merecía?"
Vuelvo una y otra vez a los textos de Félix Grande, en ocasiones hojeando un poemario al azar, otras veces escudriñando su prosa, y siempre encuentro algún tesoro escondido.
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