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jueves, 30 de enero de 2014

"Bill Viola, En Diálogo" en la Academia de Bellas Artes

Después de ver el maravilloso espectáculo que Bill Viola ha montado en el Teatro Real con motivo de la representación de Tristán e Isolda, aprovecho la primera oportunidad que se me presenta para visitar la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde ha colocado cuatro instalaciones En diálogo con los Zurbarán, Cano, Ribera o Goya que cuelgan de sus paredes.












El videoartista más admirado, fascinado por el barroco español (bromeó con los periodistas afirmando que se iba a construir una casita en un rincón del museo), confronta sus obras con vírgenes y santos, y comprobamos que comparten más de lo que se podría presuponer. Abro con Dolorosa, una obra del año 2000, metáfora del dolor universal. A cámara lenta, en alta definición, aparecen en un díptico un hombre y una mujer desolados, franqueados por el Agnus Dei de Zurbarán y Dolorosa de Pedro de Mena. La cámara lenta hace aún más angustioso su dolor, que parece eternizarse sin principio ni fin.











Algo más allá, Montaña silenciosa, del 2001, "es un estudio de la aparición y efecto posterior de un desbordamiento emocional explosivo cuando recorre el cuerpo humano. Es un testimonio visual de la capacidad humana de resistir la autodestrucción y esforzarse por una renovación". Muestra a un hombre y una mujer sujetos a una enorme presión emocional, desesperándose el uno junto al otro, en paralelo, aislados, en silencio. En otra sala, entre San Jerónimo penitente, de José de Ribera, y Cristo recogiendo sus vestiduras, de Alonso Cano, Quinteto de los silenciosos (sobre estas líneas, a la derecha). Cinco personajes se ven sacudidos, de repente, por una emoción intensa, un dolor in crescendo que cada uno expresa individualmente, sin interactuar con sus compañeros. Cuando la emoción llega al paroxismo, comienza a descender, hasta dejarlos exhaustos. Tanto exceso de emotividad contrasta con la serenidad que se respira en la sala.













El diálogo concluye con Rendición, situada en la sala dedicada a Goya, vecina de dos autorretratos del pintor aragonés, y del Entierro de la sardina. Un hombre y una mujer, de medio cuerpo, en un díptico. Alternan su posición arriba y abajo, y el que se encuentra en la parte inferior aparece cabeza abajo. Muy lentamente se van acercando, inclinándose el uno hacia el otro, como si fueran a besarse. Conforme se aproximan aumenta la intensidad de su emoción. Pero, al llegar al centro, sus rostros se introducen en el agua, toda la superficie se ondula y comprendemos que ambos son reflejos. Cuando emergen sus rostros expresan un intenso dolor. Las ondulaciones desfiguran sus reflejos hasta hacerlos monstruosos. Retratos fictícios, reflejos deformes, ¿no resulta una obra perfecta para convivir con Goya?



2 comentarios:

  1. Suena muy tentadora, y mas con tus comentarios. Por cierto, Pedro de Mena me pierde. Un beso.

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  2. Nos encanta tu post Sol. Con tu permiso, lo llevamos a nuestro twitter @promociondearte

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