El Retiro está precioso esta primavera. Antes de llegar al Paseo de coches, donde se montan los tenderetes de la Feria del Libro, paseo sin rumbo. Mucha gente joven sentada en la hierba, algunos leyendo, otros tocando la guitarra, tomando el sol o charlando. Me prometo volver uno de estos días con una manta, algo de comer y ropa cómoda y pasar la tarde bajo un árbol, libro y cuaderno en ristre.
Como es lunes el Paseo no ha sido tomado por la marabunta que lo asola los fines de semana, así que es posible acercarse a las casetas y curiosear con comodidad. Si os soy sincera debo reconocer que no suelo comprar mucho en la Feria: cerca de mi casa cuento con magníficas librerías (La Casa del Libro, la Antonio Machado, casi a la vuelta de la esquina) que me surten habitualmente y que en estos días te ofrecen también ese descuento del diez por ciento que te hacen aquí. Y no tienes que cargar con los libros hasta casa. Pero siempre cae algo, aunque es mucho más a lo que mis limitados medios económicos me obligan a renunciar. Entre ellos, un fantástico libro de fotografía de Dorothea Lange editado por La Fábrica que, ahora que estoy tan sesibilizada con la Gran Depresión de los años treinta, me hubiera encantado llevarme. Por lealtad me acerco a la librería Antonio Machado. Un chico joven, desde el interior de la caseta, me recomienda encarecidamente un libro, Sueños de bolsillo, de Francesco Spinoglio. Como el autor no me suena de nada no me muestro muy interesada, pero el joven insiste y, como cebo, me ofrece la posibilidad de una dedicatoria del autor. "¿Está aquí?", le pregunto. "Soy yo", me contesta, todo sonrisa. Me da tanta pena que soy incapaz de negarme. Ahí le tenéis, en la fotografía de la derecha. Escritores a la caza y captura del lector. Tendré que leerlo.
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