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sábado, 2 de junio de 2012

"Rostros y manos", en el Museo Thyssen


Exquisita esta pequeña exposición (solo diez obras) que  puede contemplarse en el Museo Thyssen y que forma parte de los actos de conmemoración de su 20 aniversario. Pertenecientes a su fondo, bajo el epígrafe de Rostros y manos. Pintura germánica antigua y moderna, enfrenta a cinco pintores del renacimiento germánico con otros tantos de sus compatriotas del XX, buscando las similitudes y los contrastes, bajo la mirada de uno de los cuadros más fascinantes de la colección, Jesús entre los doctores, la tabla que Durero pintó en 1506, con la que abro el comentario. Me fascinan los rostros de los doctores (el de la izquierda de Jesús parece sacado de un cuadro de Brueghel) y el juego de las manos, sobremanera las de este personaje y el joven Cristo, que parecen dibujar el símbolo del infinito.














Cuánto en común tienen los retratos que os muestro a continuación. Arriba a la izquierda, Retrato de una dama con la Orden del Cisne, de un anónimo alemán de 1490, precioso cuadro que comparte fondo, disposición de la figura y gesto de las manos con el Retrato de una mujer, óleo sobre tabla de Lucas Carnach el Joven, realizado en 1539. Ambos dan total protagonismo a las figuras que plasman con todo lujo de detalles, ocupando prácticamente la totalidad de la tabla, destacando sobre un fondo azul liso, que no distrae la atención del espectador.














También podemos hallar similitudes entre el Retrato de Ruprecht Stüpf, firmado por Barthel Beham en 1528, y el Retrato de Matthäus Schwarz, pintado por Christoph Amberger en 1542, y ambos con Hugo Erfurth con perro, el cuadro que veis abajo a la izquierda, temple y óleo sobre tabla, obra de Otto Dix ejecutada en 1926. Este último, representante de la Nueva Objetividad, se dedicó a pintar  burgueses e intelectuales empleando la técnica y la composición de los maestros antiguos. Este retrato me resulta especialmente fascinante.














El cuadro que os muestro arriba a la izquierda siempre me ha parecido muy inquietante, no sé si por la misteriosa sombra que se refleja en el fondo o por la mirada del retratado, que parece clavarse en el espectador. Y esa media sonrisa irónica de sus labios. Se trata de un médico; no de un siquiatra, como yo presumiría, sino de un dermatólogo especializado en enfermedades venéreas, según atestigua el instrumento que aparece colgado del bolsillo de su chaqueta. Es el Retrato del Dr. Haustein, de Christian Schad, realizado en 1928.














Los pintores germanos siempre sintieron gran interés por la expresión, los gestos, la sicología de los personajes. Lo vemos en todos y cada uno de los cuadros aquí expuestos, comenzando por el de Durero. Esa expresividad se desborda en Kokoschka, un pintor que me entusiasma y que firma los dos retratos que anteceden a estas líneas: el Retrato de Carl Leo Schmidt, de 1911, y el Retrato de Max Schmidt, de 1914. En ellos podéis comprobar como esa ambición de expresividad llega a desfigurar las formas. La elección de los colores, los fuertes contrastes, las formas nudosas, todo ello en aras de una mayor potencia expresiva. Como en el Autorretrato con mano levantada, de Max Beckmann (1908), con el que cierro y que me parece el contrapunto del Durero con el que abrí: perfecto estudio sicológico del personaje, que se enfrenta con osadía a las miradas, mientras su mano alzada disputa protagonismo al rostro. Rostros y manos.


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