"Mamá conocía al pescador, alguna noche tranquila me dejaba ir con él. Me daba un jersey de lana ligera, basta, que me picaba mucho. Yo ayudaba con los remos mientras él cebaba los anzuelos y los dejaba caer en el agua, uno a uno. Una vez acabado el despliegue, esperábamos. La isla estaba lejos, un montoncito de luces. Tumbado a proa sobre la cuerda del ancla, yo contemplaba la noche que daba vueltas sobre mi cabeza. La espalda oscilaba despacio a causa de las olas, el pecho se hinchaba y se deshinchaba bajo el peso del aire. Desciende desde tan alto, desde tan profundo cúmulo de oscuridad, que oprime las costillas. Algunas astillas se precipitan envueltas en llamas, apagándose antes de sumergirse. Los ojos intentan permanecer abiertos, pero el aire en caída los cierra. Me abandonaba a un sueño breve, interrumpido por las sacudidas del mar. Aún hoy, en las noches tumbado al aire libre, siento el peso del aire en la respiración y una acupuntura de estrellas en la piel."
Elijo casi al azar uno de los fragmentos de esta deslumbrante novela, mi ejemplar profusamente subrayado y con multitud de esquinas dobladas como recordatorio de párrafos inolvidables. Por ejemplo: "Desde allí arriba, desde la cima de los besos, puede uno descender después a los gestos convulsos del amor". O: "Era tan hermosa de cerca, con los labios ligeramente abiertos. Me conmueven los de una mujer, desnudos cuando se aproximan para besar, se desvisten de todo, de las palabras hacia abajo". Uno más: "El amor sería una parada breve entre los aislamientos. Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer, con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra".
Podría seguir trayéndoos sus palabras, destellos que pueblan su texto. Habla de un verano que pasó en una isla, a los ocho años, cuando descubre el amor y la justicia.
"La belleza es la energía que se encuentra detrás de la muerte". Erri de
Luca habla despacio, dulcemente. Su discurso está plagado de anécdotas
curiosas, de imágenes brillantes. En la conferencia que, con la sala
atiborrada, nos ofreció hace unos días en la Feria del Libro habló de la
génesis de Los peces no cierran los ojos, y de su
propia vida. Nos contó como creció en una pequeña habitación llena de
libros, donde sus padres montaron su dormitorio, y como esos muros de
papel impreso le dieron calor y, más que aislarle de su entorno, lo
hermanaron con el mundo. Y como aquel niño de ciudad encontraba la total
libertad por el verano, en la aldea costera donde pasaba las
vacaciones. "A esa edad el cerebro de un niño está preparado para
comprender conceptos complejos, como el de justicia". Ese día me dedicó el libro, como os conté en una entrada anterior, que leí de una sentada. Una novela con una enorme carga poética, maravillosamente escrita, que os recomiendo encarecidamente.
Que maravilloso texto!, en realidad estoy haciendo unos peces y buscaba algo en particular para crear los mios.
ResponderEliminarAsi llegue a esta pagina que me parecio maravillosa!
Bienvenida, Patricia, y muchas gracias por tus palabras. Espero encontrarte de nuevo por Mi casa. Un abrazo
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