Una descomunal ola de maldad impulsa hoy a danzar, sea en la Justicia
o en la Política, en Bankia o en el Vaticano, como si la moral hubiera
subido a los cielos y los infiernos se hallaran aquí.
Como consecuencia de este fenómeno, el planeta parece deslizarse sobre unos raíles falsos, unos conductores irresponsables, unas máquinas con tan poca fiabilidad que nos ponen al borde del abismo. No hay una mente que reordene el caos ni un corazón tan bueno que permita transfusiones aquí o allá.
Pero no todo podía ser tan aciago. La física hace ver que aún en la máxima oscuridad bullen unos fotones y en el máximo resplandor se hospedan agujeros negros. Del lado de la esperanza luminosa hay varios ejemplos que, por el momento, no son capaces de combatir el caos pero que, molécula a molécula, van componiendo un tejido benéfico, de “punto de cruz”.
(...)
Hace unos días, científicos norteamericanos que han triunfado en la
creación de píldoras contra el alcoholismo o contra la depresión, han
caído en la cuenta de que su tarea principal sería crear medicamentos
que contribuyeran, sin más, a producir buena gente. Los avances en
biogenética alargan las vidas. Ahora, los avances en las gentes valdrían
para mejorar el gozo de vivir.
No serán grandes laboratorios a lo Sandoz de los que podría esperarse investigaciones de este tipo. Los grandes laboratorios están estructuralmente interesados en que la gente sea mala, se sienta enferma o lo pase mal. Gracias a la oleada del mal actual, los laboratorios son campeones de windsurfing mientras la caridad se mueve, en general, por terrenos más secos. La futura “pastilla de la moralidad” de la que hablaba hace unos días The New York Times sería de un carácter más hondo.
Las farmacias venden hoy “Pastillas contra el dolor ajeno” que apenas valen un euro. Lo llamativo es tanto su coste cercano a cero como el vínculo que, a pequeñas dosis, en “punto de cruz”, une la mísera aportación con la miseria de los pobres. Todos nos unimos, debajo de la ola del mal, en el brote del bien que pone a las personas en contacto con otras. Se trata de “el punto de cruz” que inventa, con la colaboración de muchos y en el plan de un mundo mejor. Mundo de gentes para las gentes, puesto que ya, a estas alturas, lo que importa a la biogenética no sería tanto la importancia de un gen como la feliz reunión de la buena gente.
Extracto de un artículo firmado por Vicente Verdú y publicado en el diario El País el 2 de junio de 2012.
Como consecuencia de este fenómeno, el planeta parece deslizarse sobre unos raíles falsos, unos conductores irresponsables, unas máquinas con tan poca fiabilidad que nos ponen al borde del abismo. No hay una mente que reordene el caos ni un corazón tan bueno que permita transfusiones aquí o allá.
Pero no todo podía ser tan aciago. La física hace ver que aún en la máxima oscuridad bullen unos fotones y en el máximo resplandor se hospedan agujeros negros. Del lado de la esperanza luminosa hay varios ejemplos que, por el momento, no son capaces de combatir el caos pero que, molécula a molécula, van componiendo un tejido benéfico, de “punto de cruz”.
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No serán grandes laboratorios a lo Sandoz de los que podría esperarse investigaciones de este tipo. Los grandes laboratorios están estructuralmente interesados en que la gente sea mala, se sienta enferma o lo pase mal. Gracias a la oleada del mal actual, los laboratorios son campeones de windsurfing mientras la caridad se mueve, en general, por terrenos más secos. La futura “pastilla de la moralidad” de la que hablaba hace unos días The New York Times sería de un carácter más hondo.
Las farmacias venden hoy “Pastillas contra el dolor ajeno” que apenas valen un euro. Lo llamativo es tanto su coste cercano a cero como el vínculo que, a pequeñas dosis, en “punto de cruz”, une la mísera aportación con la miseria de los pobres. Todos nos unimos, debajo de la ola del mal, en el brote del bien que pone a las personas en contacto con otras. Se trata de “el punto de cruz” que inventa, con la colaboración de muchos y en el plan de un mundo mejor. Mundo de gentes para las gentes, puesto que ya, a estas alturas, lo que importa a la biogenética no sería tanto la importancia de un gen como la feliz reunión de la buena gente.
Extracto de un artículo firmado por Vicente Verdú y publicado en el diario El País el 2 de junio de 2012.
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