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domingo, 6 de junio de 2010

Tamara de Lempicka, la imagen de la mujer moderna

















"Yo vivo mi vida al margen de la sociedad, y las reglas de la clase media no son válidas para los marginados".

La Europa de entreguerras. Una mujer polaca, hermosa, exquisita, culta, snob, huida del San Petesburgo bolchevique y asentada en el París de La Coupole, que frecuenta a Picasso, Cocteau o Gide, pinta su autorretrato. Ella había dicho: "No copies jamás. Crea un estilo nuevo, colores claros y luminosos, y trata de descubrir la elegancia en tus modelos".

Autorretrato (Tamara en Bugatti verde), 1925. La directora de la revista de moda alemana Die Dame reproduce el cuadro en su portada y lo hace famoso, convirtiéndolo en la imagen de la mujer moderna, símbolo de la época. En Das Magazin Tamara es comparada con Brunilda: encarna a la mujer fuerte, libre y hermosa. Más adelante, cuando se recupera a la artista y su obra, Auto-Journal, en 1974, considera Tamara en Bugatti verde la imagen de la mujer independiente, que sabe afirmarse frente al poder de los hombres: " Lleva guantes y un casco. Es inaccesible: una belleza fría e irritante tras la que se adivina a un ser formidable ¡esta mujer es libre!".

Poco se sabe, en realidad, sobre la biografía de esta pintora, ya que, al igual que Greta Garbo, tuvo gran empeño en mantener en sombra los acontecimientos y fechas que no tenía interés en divulgar. Así consiguió que un halo de misterio envolviera su vida. Se sabe que nació alrededor de 1906, en San Petesburgo, Varsovia o Moscú, aunque ella siempre se consideró polaca. Fué educada por su madre y su abuela en un ambiente refinado que pronto despertó su pasión por la belleza y los placeres estéticos. Algunos biógrafos sostienen que conoció a su primer marido Tadeusz Lempicki, en San Petesburgo, a la edad de quince años, se enamoró locamente y se casó con él muy poco después. También dicen que la cuantiosa dote de la que ella disponía fue razón de peso para que él aceptara, ya que se trataba de un caballero de buena cuna pero sin grandes recursos económicos. Él sería el padre de su única hija, Kizette, a la que pintó en varias ocasiones y de la que se ocupó poco a lo largo de su vida.

Con Tadeusz aparece en París en 1923, a los dieciseis años, y se instala en la zona rica de Montparnasse, en Auteuil. Allí enseguida es aceptada por el excéntrico y brillante círculo de artistas que se mueven alrededor del café La Coupole. Los Lempicki no disponen de dinero para comer, pero ella sigue conservando el glamour, la sofisticación y el encanto de una dama de la alta sociedad, lo que resulta irresistible para los hombres que la rodean. Ha pasado a la historia su relación con Marinetti, padre del futurismo italiano, con el que salió una noche del café dispuestos a quemar el Louvre, tal como proponía el pintor, y terminaron en una comisaría de policía denunciando el robo del coche de Tamara, con el que pretendían desplazarse hasta el museo. Y con Gabrielle d'Annunzio, relación que resumiría así a Franco María Ricci: "Yo era una mujer joven y hermosa y tenía frente a mí a un viejo enano en uniforme".

Las primeras clases de pintura las recibe Tamara en la Académie Ranson de Maurice Denis , un pintor metódico y concienzudo que la enseñó a ejecutar cuadros bien construidos y acabados. Pero su verdadero maestro, el que influyó definitivamente en su estilo fue André Lothe, quien supo conjugar la pintura decorativa, muy del gusto burgués, con las tendencias más actuales. Él fue el inventor de un cubismo ligth que entusiasmó a Tamara, un cubismo adaptado a las paredes de las casas burguesas, con el que se pudiera convivir sin sobresaltos. El aspecto constructivo de este movimiento marcará su impronta en la pintura de Lempicka.

Trabajaba intensamente, llevaba una vida social muy activa, reunía a su alrededor a una trupe de admiradores que la idolatraba, se movía como una reina entre su corte y, sin embago, en todos los ambientes despertaba recelo. En la clase alta suscitaba sospechas el mundo cultural en el que se movía, una cierta maginalidad que la envolvía; en el ambiente bohemio no dejaba de ser una joven rica algo excéntrica, aficionada a las artes. Y, para ambos, una mujer sin prejuicios, aficionada a romper normas, una mujer libre que vivía su sexualidad libremente y no tenía inconveniente en mostrar tal condición en su obra. Son conocidas sus relaciones afectivas con mujeres como Colette, Violeta Trefusis y Vita Sackville-West. Y, paradójicamente, todo ello ayudaba a popularizar y vender su obra.

Y pintaba. Se convirtió en la retratista de moda en Europa, admirada y elogiada por todos. Pintaba a burgueses, aristócratas, artistas y gente de la calle, pero a todos les imponía su impronta, esa monumentalidad elegante y sensual que la caracteriza. Su obra se cotizaba, y Tamara cada día volaba más alto. Todo ello acabó con la paciencia de su marido, que la abandona en 1929. Más tarde conocerá al barón Raoul Kuffner, un coleccionista de su obra, se casa con él y, huyendo en esta ocasión de la Segunda Guerra Mundial, se instala en Nueva York, donde se hace famosa entre la burguesía neoyorkina.

La suerte de Tamara se tuerce cuando se interesa por la abstracción y cambia su modo de pintar. Su público la abandona, y cae en el olvido. Hasta los años 70 no se recuperará su obra. Muere en Cuernavaca, en marzo de 1980, y sus cenizas son arrojadas por su hija al cráter del volcán Popocatépelt, en Mexico, cumpliendo así su voluntad.

Su hija Kizette la describe con estas palabras:" Tamara tenía sus propias leyes, las leyes de los años veinte.Se interesaba por personas que pertenecían a la categoría de los mejores, según ella: los aristócratas, los ricos y la élite intelectual. Como todo el mundo que tiene talento, Tamara creía merecer todo lo que se le ofrecía, lo que le daba la libertad de tratar sólo con personas que pudieran ayudarla o alentar de alguna forma su ego. Vivía en la Rive Gauche, donde debía vivir un artista, y despreciaba todo lo burgués, mediocre y lindo".

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