En la calle Cardenal Cisneros de Toledo, en un lateral de la Catedral, está la librería Balaguer, una pequeña librería de viejo donde, hace más de quince años, compré unos preciosos mosaicos toledanos del XVI. Los encontré rebuscando en una caja de cartón apilada junto a otras en una esquina del establecimiento. La señora que regentaba la tienda me informó de que provenían de un palacio en ruinas. Recuerdo haberme hecho también con algunos grabados y varios libros interesantes que, si no me han desaparecido, deben continuar en algún estante de mi biblioteca.
La librería ha cambiado de dueño. Hoy está al frente un señor de mediana edad, enjuto, con un cierto aspecto de "ratón de biblioteca" pero locuaz y encantador. Conversamos. Le pregunto, sin ninguna esperanza, si conservará en la trastienda mosaicos, ladrillos o cualquier deshecho pretérito. Me sonríe con indulgencia, destroza mis paupérrimas expectativas pero me regala alguna anécdota divertida. Parece ser que, hace no mucho tiempo, apareció por la tienda un caballero inglés muy interesado en adquirir pergaminos antiguos, profusamente iluminados, si fuera posible. Su finalidad era utilizarlos como pantallas de lámparas y le urgía reponer la remesa que años atrás había adquirido, en ese mismo local, a la antigua dueña. Según decía, el tono amarillento del pergamino y la tinta roja de las capitulares producían una luz acogedora, muy adecuada para espacios íntimos.
En otra ocasión fue un norteamericano muy interesado en adquirir un cantoral. Según relató a mi interlocutor, hacía años había comprado uno allí mismo, lo había colocado sobre un hermoso atril en la zona principal de su casa y allí seguiría todavía si no hubiera adquirido la costumbre de arrancar con una cuchilla y regalar una preciosísima página a cada amigo que le visitaba. Ya sólo conservaba las tapas. Como es de suponer, ellos se iban encantados, eso sí, sin tener la menor idea de lo que tenían entre manos.
El dadivoso anfitrión pretendia hacerse con un nuevo cantoral para continuar con su pródiga costumbre. Me contó el librero que le miró con ojos espantados cuando se enteró de que el precio del libro que tan inconscientemente había destrozado rondaba los 30.000 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario