Es un jardín pequeño, escondido tras una alta tapia y una puerta herrumbrosa. El musgo y la yedra cubren la piedra. Rosales trepadores caen en cascada hacia el exterior, racimos de pequeñas rosas olorosas, blancas y rojas. Otros arbustos crecen a la orilla de la verja, no es fácil descubrir qué ocultan. Al fondo, se entrevé una casa blanca y amarilla, y más al fondo un bosque. Y el rumor del río, más allá.
Al empujar la puerta un pequeño sendero de piedra, delimitado por setos de boj de dos tonalidades de verde. La hierba, muy tupida, salpicada de pequeñas margaritas, de diminutas flores amarillas. Árboles frutales: avellanos, ciruelos, manzanos, cerezos. Las hortensias extienden sus hojas lujuriosas, se apiñan. Rosales salvajes con flores blancas, amarillas, rojas. Hierbaluisa, romero, tomillo, pequeños abetos dorados y azules en una jardinera de piedra, algo destartalada.
Más adelante el jardín se cierra, umbroso. Olor a humus, a jazmín, a tierra fértil. Algarabía de pájaros, rumor de agua. Se respira un aire algo salvaje. Las copas de los árboles se cierran. Los rayos del sol penetran como flechas, con tiralíneas. Una pequeña puerta se abre sobre unas empinadas escaleras de piedra hasta un estrecho pasillo tapizado con hojas, que cae abruptamente hacia el río. Los pies se hunden en hojas y maleza. Matorrales, flores silvestres, plantas trepadoras, hiedra, helechos, árboles con sus enormes copas formando una bóveda o cayendo hacia el río, que baja dulce, saltando las rocas, transparente.
Me siento en las escaleras. Escucho. Me empapo de este instante. Descubro una lagartija a mi lado, con su esbelto y dorado cuerpo al sol. La siento expectante. Junto a su pata delantera descubro el loco latir de su corazón. Sé que me observa, como yo la estoy mirando. Siento un cosquilleo en una pierna. Una hormiga trepa por mi tobillo. No me muevo, pero cuando vuelvo a mirar mi compañera ha emprendido una loca carrera y sólo me da tiempo a ver el final de su cola esconderse en una grieta.
Sobre un helecho próximo, un caracol tantea el aire con sus antenas, iza su cuello, otea. Una pequeña sacudida y se arrastra sinuoso bamboleando el caparazón. En el borde, la hoja se inclina por su peso en una lenta reverencia.
Las hojas de los árboles, las más altas, brillan al sol sacudidas por la brisa. Recuerdo “El bosque animado”, de Fernández Flórez, y sus maravillosas descripciones de la fraga de Cecebre. Las leyendas celtas sobre las tierras septentrionales. El bronco latido de las tierras del áspero norte.
Un espacio íntimo.
La lagartija era venenosa...?
ResponderEliminarFeldetestas
La semana pasada ascendí el Mekong en una lancha mientras la brisa me daba en la cara y podía ver los arrozales; esta mañana me encuentro en un jardín un tanto destartalado donde todo crece a lo loco, salió el sol (que agradezco después de tanta agua),hay lagartijas,caracoles, se oye el rio......estaremos en Contranquil??????
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