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sábado, 24 de abril de 2010
Simonetta Vespucci vs. El nacimiento de Venus
"Simonetta era el Renacimiento encarnado en una mujer, la ninfa de la Antiguedad que respiró, caminó y habló el lenguaje de la libertad". Así define Robert de la Sizeranne, estudioso francés, a esta joven amada por los más poderosos y representada en uno de los cuadros más hermosos del Cuatroccento italiano: El nacimiento de Venus.
En 1469 Simonetta Cattaneo llega a Florencia, recién casada con Marco Vespucci, primo de Américo Vespucci, miembro de una rica familia de la nobleza florentina. Tenía cieciseis años. Había nacido en Porto Venere, el puerto de Venus, pequeña ciudad situada en la costa liguria, hija de ricos comerciantes genoveses.
La república de Florencia que encuentra Simonetta está en plena ebullición. Acaba de morir Pedro el Gotoso, de la influyente familia de los Médici, detentadores del poder político y económico de la ciudad, y han tomado las riendas de la república sus hijos Lorenzo y Giuliano. Italia está estructurada en Ciudades Estado y Florencia es una de las más ricas y poderosas. Cuatro familias rivalizan en riqueza y aspiraciones políticas: los Pitti, los Strozzi, los Pazzi y los Médici, aunque fueron estos últimos los que lograron gobernar la ciudad durante tres siglos. Y lo consiguieron a base de comprar voluntades y colocar en todos los puestos clave de la administración republicana a personas que, en la práctica, funcionaban como empleados suyos.
Los Médici eran una familia de agricultores toscanos que llegan a ser prósperos banqueros en el crepúsculo de la Edad Media. Por su origen humilde son tachados por la aristocracia florentina como advenedizos y plebeyos, pero gracias a su astucia logran colocar a su banco, el Monte dei Dotti, a la cabeza de las finanzas republicanas. A partir de entonces su ascenso social es imparable y, paralelo a este, el florecimiento artístico de la ciudad. Porque, si bien supieron hacerse con una incalculable fortuna, lo que hicieron mejor que nadie fue su metódico modo de gastarla. Pasaron a la historia como los mecenas por antonomasia, apoyando a filósofos, poetas, arquitectos, pintores y escultores. A ellos se debe, por ejemplo, la Academia Platónica; la Escuela del Jardín de San Marcos, antecedente de la Academia de 1.561, por la que pasarían, entre otros, Leonardo da Vinci y Miguel Àngel; y la Biblioteca Laurenciana. Ellos fueron el principal motor del renacimiento florentino, que se extendería al resto de Italia y empaparía Europa.
Cuando Lorenzo y Giuliano acceden al poder tienen veinte y dieciseis años respectivamente. Viven en el hermosisímo palacio de los Médici, en la Via Larga, rodeados de artistas e intelectuales. A este ambiente accede Simonetta de la mano de su marido y enseguida es requerida en cuantos fastos organiza la Casa. Ni Lorenzo ni Giuliano son indiferentes a su belleza y cuentan las crónicas que ambos se enamoran de la joven, aun cuando es Giuliano quien logra seducirla. Es fácil imaginar la fascinación de Simonetta ante cuanto le rodea. La corte de los Médici, fastuosa y refinada, donde reina la exaltación de la belleza, el lujo y el placer de los sentidos, se rinde ante su encanto. A sus pies, los dos hombres más poderosos de la República. Pero Lorenzo está casado con Clarice Orsini, perteneciente a una de las familias romanas de más rancia nobleza, y se entrega a las tareas de estado con mayor entusiasmo que su hermano. Dotado de gran inteligencia, encarnó durante su principado (1469-1492) el ideal del Renacimiento italiano: poeta, filósofo, mecenas y diplomático, gozó de gran popularidad en su ciudad y de prestigio en Europa. Èl fue la personificación y el epicentro del Cuatroccento florentino. Y a pesar de que murió joven -sólo contaba cuarenta y tres años- sin él no se podría entender la historia italiana, civil e intelectual del último tercio del siglo XV. En él se inspiraría Maquiavelo para escribir El príncipe.
De su habilidad como diplomático nos habla el siguiente episodio: en 1478 el rey Fernando de Nápoles declara la guerra a los florentinos. Nada más contrario al talante y los intereses de Lorenzo que las hazañas bélicas, de modo que, dos años más tarde, decide partir hacia Nápoles solo y desarmado, casi a escondidas, con el gran riesgo que suponía recorrer tamaña distancia para un personaje de su rango. Logró llegar a Nápoles, entrevistarse con Fernando y firmar la paz. Todos los historiadores coinciden en alabar en él al prudente conciliador de los intereses italianos. Supo ser el "fiel de la balanza" política, frenando rivalidades peligrosas, conciliando intereses contrapuestos y evitando unas guerras que hubieran sido funestas para el desarrollo económico de los Estados italianos.
La Florencia de la última mitad del siglo XV, donde vivían de 60.000 a 80.000 personas, brillaba a orillas del Arno con sus cúpulas y campaniles, magnífica en sus palacios y casas señoriales en cuyos pórticos y bancos de piedra se congregaba la multitud. Una ciudad de comerciantes y artesanos, alegre y bulliciosa, donde sólo una minoría, aquellos que podían pagar impuestos, contaban con derechos ciudadanos. La música se elevaba por encima del griterío popular: era el sonar de clavicémbalos, órganos, violas, laúdes, arpas, cuernos, trombones y violonchelos, a los que tan aficionados eran los florentinos. Se jugaba al ajedrez y a los dados en plena calle. En las plazas la gente se arremolinaba alrededor de los mendigos y los narradores de fábulas, salmodiando sus historias de amor y guerra. Y entre los puestos de comida y cachivaches, entre tanta algarabía, la muchedumbre podía observar a una mujer principal atravesando la calle rodeada de criados, mostrando los atributos de su rango y belleza, pues no en vano se vivía la exaltación de "lo humano" frente al oscurantismo y la represión religiosa precedente. En Florencia se sentía, como quizá en ninguna otra ciudad, la fuerza de la vida.
Gustaban las familias principales de organizar torneos, bien pudiera ser en la hermosa Piazza de la Signoría, cuya estructura rectangular resultaba muy apropiada para ello. Allí los caballeros se medían bajo el madrinazgo de la dama elegida, que solía entregar una prenda como señal de aceptación. En enero de 1475 Giuliano organiza un torneo en honor de Simonetta, inmortalizado en las Estancias del poeta Poliziano, nombrándola Reina de la Belleza. La tradición dice que este gesto supuso el reconocimiento público de sus sentimientos y que en el diseño del estandarte lucido por Giuliano habría intervenido la mano de Leonardo da Vinci. "La pintura de un estandarte con un duende para el torneo de Giuliano" se puede leer en la lista de sus trabajos que Tommaso, hermano del artista, realizó después de la muerte de este. En esos años el pintor trabajaba en el taller de Verrocchio, en Florencia, siendo este uno de los más afamados de la ciudad. El estandarte se trataba de una representación de Simonetta bajo los rasgos de una Venus al estilo de Botticelli, en pose clásica, con los párpados cerrados, esperando el sueño o la muerte. Junto a Venus se representó a Cupido, con un estudio de hojas y cañas. Los críticos piensan que, aun cuando la diosa fuera obra de Verrocchio o algún otro de sus discípulos, tanto el "duende" Cupido como la vegetación podrían ser de Leonardo. Pero poco tiempo más pudo disfrutar la pareja de su amor ya que, unos meses después, moriría Simonetta aquejada de tuberculosis. El gesto de la joven en el estandarte fue premonitorio. "La bella Simonetta", como se la conocía en Florencia, fue llorada por toda la ciudad.
De Giuliano es poco lo que se sabe, pues no la sobrevivirá durante mucho tiempo. En aquella Florencia convulsa florecen las conjuras y las familias patricias no pueden resignarse al poder de los Médici. Son sus competidores, los banqueros Pazzi, quienes urden la venganza con el apoyo del papa Sixto IV y del rey de Nápoles. Lorenzo, tan hábil para otros asuntos, no ve llegar el peligro. El 26 de abril de 1.478, mientras Lorenzo y Giuliano escuchan misa en Santa Maria dei Fiori, los conjurados atacan y matan a este último de diecinueve puñaladas, mientras Lorenzo aprovecha la confusión para huir por la sacristía. De nada les servirá a los Pazzi su conjura ya que la ciudad toma partido por los Médici y al grito de palle, palle (haciendo referencia al escudo de los Médici que contenía unas "palle" o bolas) matan a los asesinos y a sus familias. Lorenzo, de ser "primer ciudadano", pasa a ser considerado "el señor".
El sicario que le propinó el golpe de gracia a Giuliano fue Bernardo di Bandino Baroncelli, quien logró huir entre el tumulto que se organizó en los alrededores de la catedral, cerca del Ponte Vecchio. Quizá mediante la ayuda de los Pazzi y la protección del arzobispado de Pisa logra abandonar Italia y refugiarse en Constantinopla. Pero el brazo de Lorenzo es largo y su deseo de venganza infinito. Bernardo fue apresado, extraditado a Florencia, juzgado y condenado. Año y medio después de la muerte de Giuliano, Bernardo Baroncelli fue colgado con las mismas ropas turcas que vestía en el momento de su detención. Leonardo da Vinci inmortalizó el instante en un dibujo en el que se le ve colgando de una de las ventanas del palacio del Capitán.
Giuliano dejará un hijo ilegítimo, Giulio, nacido el mismo año de su muerte, que con el tiempo se convertirá en el papa Clemente VII. Pero este no sería el único Médici que ocuparía el trono de san Pedro: le precedería su primo Giovanni, hijo de Lorenzo, que accedería al papado con el nombre de León X.
Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, más conocido como Sandro Botticelli, amigo personal de Lorenzo, fue el encargado de perpetuar la belleza de Simonetta. No se sabe para quién pintó El nacimiento de Venus, pero tanto esta obra como La Primavera se encontraban en 1.550 en el Castello, una villa cerca de Florencia perteneciente al duque Cosme I de Médici. Los historiadores creyeron durante mucho tiempo que el encargo había sido para el propietario de esta villa, que en 1.486, año en el que se pintó el cuadro, era Lorenzo Pierfrancesco de Médici, apodado "el joven" para diferenciarlo de su primo. Si bien está acreditado que en esta fecha La Primavera le pertenecía, no está claro que ocurriera lo mismo con El nacimiento de Venus. Pero tanto si el cliente fue un Médici como si no, que Simonetta protagonizara este lienzo diez años después de su muerte nos habla de la impronta que había dejado en la memoria de quienes la conocieron. Simonetta Vespucci, pintada por Piero da Cosimo y Botticelli, cantada por el poeta Poliziano, amada por Marco Vespucci, Lorenzo y Giuliano de Médici, y Alfonso de Aragón, futuro rey de Nápoles, ha llegado a nosotros convertida en leyenda.
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Muy interesante la historia.
ResponderEliminarMuy inspirador tu espacio.
Que hablar! de las fotografias
Un coordial saludo
Buen trabajo en este tu espacio con virtud de leer y ser leid@.
Muchas gracias, me encanta que te guste. Me inventé este espacio ("La mujer del cuadro" es el título de una película fantástica de Fritz Lang)para hablar de las mujeres que protagonizaron cuadros famosos, en muchos casos perfectas desconocidas. Quién posó para un cuadro titulado, por ejemplo, "Bacante"?. He investigado y en ocasiones te encuentras con personajes interensantísimos. Si te apetece, echa un vistazo a la sección. Gracias por tu comentario, espero que participes en más ocasiones. Un abrazo
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