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viernes, 6 de mayo de 2011
"El columpio" de Fragonard
Es muy probable que este cuadro, El columpio, de Jean- Honoré Fragonard, simbolice el periodo rococó como ningún otro. Tras el barroco llega el triunfo de la voluptuosidad, la emoción, la alegría de vivir, los juegos y la farándula. Triunfa lo liviano y trivial. De qué huía la sociedad del XVIII? Las postrimerías del barroco, el "fin de los tiempos", el miedo al futuro. Como respuesta, las elegantes escenas de Watteau y Boucher, o las naturalezas muertas de Chardin, de cuya exposición en el Museo del Prado os hablaré uno de estos días. En la elegante Inglaterra, los espléndidos retratos de Hogart, Gainsborough y Reynolds. Y la Venecia de Canaletto, Guardi o Tiepolo.
Me encanta la voluptuosidad que desprende este cuadro, comenzando por el jardín boscoso, casi una jungla de árboles y arbustos cuajados de flores. Todo en él es sensualidad. Comienza el verano, el sol se filtra entre los árboles, el olor intenso de las flores y la abrumadora vegetación abrazando las figuras. Una cierta sensación de secreto en este rincón del jardín, con Cupido y los amorcillos como testigos de la escena. Una joven se columpia, impulsada por un personaje que, sentado en un banco de piedra, mueve las cuerdas, a su espalda. Con el movimiento, uno de sus zapatos salta por el aire, dejando al descubierto el pie. ¿O lo ha lanzado ella? La falda se hincha en un revuelo de capas sobre sus piernas, mostrando y ocultando. A sus pies, un joven bajo el pedestal de Cupido, no sabemos si se ha tropezado y caído o se ha recostado en él para conseguir sus propósitos. Según se desprende de la expresión de su rostro, una visión celestial, sin duda. A ella parece brindar su sombrero.
Todo parece casual, tan inocente como el vaivén del columpio pero, lo es? La ingenua coquetería del rostro de la joven, su mirada fija en él, la media sonrisa. Ellos ejercitan el juego de la seducción y, para completar su erotismo, el testigo en la persona del hombre mayor, para algunos expertos un clérigo (según su vestimenta), el personaje que mueve los hilos sin participar del placer.
Todo ocurre en un minuto, la fragilidad del instante. Un segundo después, el hombre mayor volverá a tirar del columpio y este se retirará, la visión habrá concluido, la decepción velará los rasgos del joven y arrancará una carcajada alegre y coqueta de la muchacha. Los críticos de arte afirman que este cuadro simboliza el equilibrio que el rococó guardó para no caer en el exceso, conservando la gracia y esa jovial elegancia que le caracteriza. Pintura galante en estado puro.
Mirad la diferencia con este otro cuadro, titulado también El columpio, firmado por Nicolas Lancret hacia 1735, treinta años antes del Fragonard.
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Y el zapatito volando por el aire. Ah, rococó, nada hubo como él. ¿Sería el placer de sentirse al borde del abismo?
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