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miércoles, 18 de mayo de 2011

Museos

Mijaíl Piotrovski, director del Ermitage de San Petersburgo, contestó así cuando le preguntaron qué era para él un museo:" Una institución que se encuentra a medio camino entre Disneylandia y la Iglesia". Y añadió: "No somos la Iglesia, no somos un lugar sagrado. Pero debemos acercarnos en estos tiempos más a eso porque nos hemos movido demasiado hacia Disneylandia".

Hoy se celebra el Día internacional de los Museos y, con ese motivo, han proliferado en periódicos y revistas los artículos sobre el papel de dichas instituciones en nuestras sociedades. Curiosamente, muchos de ellos manifiestan una cierta nostalgia hacia el tiempo en que el arte era degustado exclusivamente por la refinada sensibilidad de unos pocos sibaritas, y por tanto un rechazo (eso sí, disfrazado tras argumentos más o menos sofisticados) a la popularidad de la que gozan hoy las grandes exposiciones.


Hace unos días, en el El Cultural del diario El Mundo escribía Ignacio Echevarría: "Esta relación usuaria que con el museo mantenía antes un pequeño sector de la población que lo rodeaba (a cuyo número se añadía la afluencia de visitantes ocasionales) se ha visto seriamente dañada de un tiempo a esta parte por las nuevas políticas museísticas, empeñadas -por necesidad, sin duda, pero también por vanidad- en atraer tanto a las grandes masas de turistas como a ciudadanos que, aunque profanos en materia de arte, son susceptibles de movilizarse gracias a los reclamos de la publicidad y del periodismo cultural. "

¿Por necesidad (supongo que económica) y por vanidad? No podría ser, además, porque los ciudadanos vamos exigiendo al establishment algo más de cultura y algo menos de futbol y toros? No sería fantástico emplear el mismo ardor publicitario en dar a conocer una exposición de Rembrandt, por ejemplo, que un partido entre el Madrid y el Barcelona?

Eso sí, comprendo que puede resultar muy molesto, para quien estaba acostumbrado a deambular casi en solitario por las salas de los museos, verse rodeado por una pléyade de ciudadanos con la nariz pegada a los cuadros. La democratización de la cultura tiene estas cosas. Y la antigua "minoría selecta" se queja. En palabras de Manuel Rodríguez Rivero en El País: "Hace ya tiempo que la muchedumbre, aquel fenómeno de la modernidad diseccionado por Ortega con indisimulada aprensión elitista, ha llegado a los museos. Entre nosotros el hambre colectiva de arte se manifestó espectacularmente a partir de los ochenta, coincidiendo con el celebrado himeneo de los primeros Gobiernos socialistas con la alta cultura: fue la época en que, al tiempo que los intelectuales se reconciliaban con el fútbol y el pueblo accedía masivamente a los museos (estimulado por la incorporación del país al circuito internacional de grandes exposiciones), nuestra burguesía patricia descubría simultáneamente la haute cuisine, la ópera y la "nueva narrativa".

Paciencia, señores. Y a aprender a compartir, por incómodo que sea.

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