Somos seres paradógicos, individuales y sociales a la vez, tanto de nuestro tiempo como parte del flujo de la historia. Somos mortales pero tenemos, como la Cleopatra de Shakespeare, anhelos inmortales en nuestro interior; y la contradicción es nuestra sangre vital. Hay grandes beneficios sociales en estas definiciones tan amplias del yo ya que, cuantos más yos encontremos dentro de nosotros mismos, más fácil será hayar puntos en común con otros yos diversos que contengan multitudes. Podemos tener creencias religiosas diferentes pero apoyar al mismo equipo. Sin embargo, vivimos en una época en que se nos insta a definirnos de forma cada vez más estricta, a comprimir nuestra multidimensionalidad dentro de la camisa de fuerza de una identidad unidimensional nacional, étnica, tribal o religiosa.
He llegado a pensar que este podría ser el mal del que se derivan todos los demás males de nuestro tiempo. Porque cuando sucumbimos a esta limitación, cuando dejamos que nos simplifiquen y nos conviertan en meros serbios, croatas, musulmanes, hindúes, entonces empieza a resultarnos fácil vernos mutuamente como adversarios, como los Otros de cada uno y hasta los puntos cardinales de la brújula empiezan a rivalizar, el este y el oeste chocan, y también el norte y el sur.
La literatura nunca ha perdido de vista lo que nuestro pendenciero mundo trata de obligarnos a olvidar. La literatura se regocija con la contradicción, y en nuestras novelas y poemas cantamos a nuestra complejidad humana, a nuestra capacidad de ser, simultáneamente, tanto el sí como el no, tanto esto como aquello, sin sentir la más mínima incomodidad.
Salman Rushdie. Diario ABC, 11 de septiembre
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