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jueves, 23 de septiembre de 2010

Una casa en la Arena. La Bonita. Pablo Neruda


La Bonita

No sólo se llamó "La Bonita" la barcaza sino que, ya desmantelada, cogida por las ventoleras del Estrecho, pasó a ser, siempre bella, juguete de tempestades y desventuras. Las costillas del barco pudieron mantenerse por años después del naufragio pero la Figura de Proa se desmembró a pedazos. Las grandes olas la atacaron y las vestiduras se perdieron, fueron exterminados los brazos y los dedos, hasta que, por milagro, se sostuvo aquella solitaria cabeza, como empalada, en el último orgullo de la proa.

Allí, en un mediodía apaciguado, la encontraron las manos rapaces. Anduvo así, de manos en manos.

Pero por quel rostro no había pasado nada. Ni la guerra del mar, ni el naufragio, ni la soledad tempestuosa de Magallanes, ni la ventisca que muerde con dientes de nieve. No.

Se quedó con su rostro impertérrito, con sus facciones de muñeca, vacía de corazón.

La hicieron lámpara de vestíbulo y la encontré por primera vez bajo una horrible pantalla de rayón, con la misma sonrisa que nunca comprendió la desdicha. Hasta una oreja, que la tempestad no destruyó, mostraba el lóbulo quemado por la corriente eléctrica. Lleno de ira le hice volar el sombrero barato que parecía satisfacerla, la libré de su electrificación ignominiosa para que siguiera mirándome como si no hubiera pasado nada, tan bonita como antes de naufragar en el mar y en los vestíbulos.

Hoy se cumplen 37 años de la muerte de Neruda. Aprovechando esta fecha, me despido también de Una casa en la arena. Y de las preciosas fotografías de Sergio Larrain.

Ver el capítulo anterior

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