El león hambriento se avalanza sobre el antílope. Aquí tenemos a Henri Rousseau pintando, en gran formato, esta singular obra, llena de candor y de energía. En ella vemos como un león clava sus fauces en el cuello de su víctima, que parece bramar desfallecida. Pero hay más. A la derecha, sobre un árbol, descubrimos una pantera negra al acecho, dispuesta a saltar sobre los desechos que abandone el león saciado. Sobre las ramas de los árboles, dos aves rapaces sostienen en sus picos pedazos de carne del pobre animal y de pie, a la izquierda, una gran masa negra, un animal con pico de cuervo y cuerpo de oso, observa expectante. Y la selva como gran protagonista. Cuanta ingenuidad y cuanta crueldad.
Rousseau pintó la selva sin haberla pisado jamás, y todos los animales salvajes que conoció fué los que visitó en el zoo. Pero quizá sea en esta falta de verosimilitud donde se encuentre su mayor encanto. Su pintura es el triunfo de la imaginación, de la exuberancia creativa. Él construye estos espacios de plantas elefantiásicas y frondosos bosques como un escenario donde coloca a los animales, en muchas ocasiones en primer plano, mirando fijamente al espectador.
He visitado la exposición sobre Rousseau que organizó el Museo Guggenheim de Bilbao y que acaba de ser clausurada, algo más de cuarenta cuadros que muestran las distintas facetas de su pintura. Estos tres lienzos me han gustado especialmente. Una noche de carnaval, Paseo por el bosque y Encuentro en el bosque, los dos primeros realizados en 1886 y el tercero en 1889. Los tres marcan un momento cumbre en la obra de Rousseau, en los tres la figura humana es anácrónica respecto al ambiente en el que se presenta. En el primero, una pareja ataviada con atuendos teatrales camina por este paisaje nocturno de árboles desnudos, ellos iluminados frente a las sombras, las nubes en el plano medio y el cielo alto surcado por tres pequeñas nubes y la luna llena. En el segundo, una dama vestida a la antigua usanza, claramente urbana, pasea con lo que parece un paraguas cerrado en su mano derecha por un bosque; y en el tercero, una pareja de enamorados recorren a caballo un bosque, ambos con guerreras del XVIII. Son imágenes salidas de un cuento. Rousseau, con un enorme virtuosismo, con pequeñas pinceladas, crea estos ambientes fantásticos, un punto inquietantes, la vegetación ramificada en mil filigranas que en cuadros posteriores dará paso a la selva mórbida que vimos en los cuadros superiores.
El carro del tío Junier, pintado en 1908, es otro cuadro fascinante. El pintor se inspiró en una foto, por lo que parece ser un encargo del señor Junier. El caballero con sombrero que se sienta a su lado es el propio pintor. Llama la atención el atiborramiento de personajes dentro del carro, que parece muy frágil para sostenerlos, aunque las robustas ruedas se asientan fiermemente en el suelo. Y la gran desproporción entre el tamaño de los dos perros del camino. Los jugadores de futbol ejerció una enorme influencia en algunos pintores contemporáneos al artista. Picasso se inspiró en él para sus Bañistas con pelota y más adelante Roy Lichtenstein en su Escena de playa con estrella de mar.
El más extraño, el más atrevido, el más encantador de los pintorers exóticos, dijo de él Guillaume Apollinaire. Así lo fue en su época este pintor que, sin tener ninguna formación académica, sin pretensión alguna, utilizando simplemente su imaginación, creo un mundo único del que muchos bebieron y se convirtió, sin quererlo, en avanzado de la modernidad.
Qué casualidad! Este sábado tuve una larguísima conversación con un amigo acerca de la obra Sorpresa! y la fascinante mirada del tigre, su postura, todo lo que no sabemos pero intuimos en el cuadro.
ResponderEliminar:)