Una lagartija sin cola y yo hemos estado tomando el sol este mediodía en la escalera de la casa al jardín. Yo leía Verano, de Coetzee, tomaba un vaso de vino y un trozo de empanada, mientras disfrutaba del tibio sol de septiembre. De vez en cuando levantaba la vista hacia los Picos de Europa, rocas desnudas en esta época del año, sin sus ropas de nubes o nieve. Blancas y majestuosas, dan un poco de miedo. Volvía a mi libro.
Esta mañana, mientras me duchaba con las ventanas del cuarto de baño abiertas, las ramas de los árboles parecían entrar en la casa. Bocanadas del olor dulce de mi tierra, rumor del río que corre justo detrás de la casa. En la otra orilla, la ladera del monte sube suavemente, prados y bosquecillos. Desde la ducha veo pastar dos caballos, uno blanco y otro castaño. En invierno bajan los jabalíes, los ciervos, los lobos.
Se acerca el otoño. El jardín se va cubriendo de hojas, los árboles se desnudan poco a poco. Las hortensias se marchitan y sus brillantes colores se apagan. Los manzanos, los piescos, las moreras se cargan de frutos que terminan siendo alimento de hormigas y pájaros. Así ocurre en esta tierra de abundancia. Pero el aire es transparente, al desaparecer la calima del verano el cielo de Asturias se expande, se dilata, y vemos a lo lejos con total nitidez.
Ayer, al salir de casa, casi piso un caracol que caminaba lentamente por el escalón. No era uno de esos ejemplares espléndidos que se ven a veces, con su abultado caparazón oscuro, su cuello poderoso y esa cola rizada y musculosa. Era un pequeño caracol de caparazón casi traslúcido, asomando timidamente la cabeza con sus antenas moviéndose enloquecidas. Creo que le salvé la vida metiéndole dentro de una maceta vacía que encontré cerca de la escalera. Cuál no habrá sido mi sorpresa cuando hoy, al asomarme, he visto a mi amigo encaramado sobre otro caracol idéntico a él, con clarísimas intenciones reproductoras.
En eso consistió mi buena acción de la semana. En eso y en colocar un trocito de exquisito hojaldre de empanada cerca de mi amiga la sin cola, la que me observaba de medio lado cerca de la hiedra, que al notar mi gesto dio un salto y se escondió bajo las hojas. Malinterpretó mis intenciones, sin duda. O quizá sea cosa de la memoria genética. Quizá ella “sabe” de todas las colas que corté cuando era niña, y no se fía de mi. Conste en mi defensa que alguien nos había asegurado que se reproducen. El rencor es mal consejero. Al cabo de un rato llegó un gorrión y se lo llevó.
Casi piso dos babosas que se desplazaban perezosamente sobre la hierba recién cortada del jardín. Las vi por casualidad, debajo de un peral, entre restos de peras podridas. Ya comienzan a salir, cuando la tierra vuelve a humedecerse.
No hay duda, se acerca el otoño.
Que envídia me das Sol.Que bonitas fotos, la de la ventana parece la de Eugenio Oneguín del Real.
ResponderEliminar