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domingo, 5 de septiembre de 2010
Hay vida sin los libros?
Nunca he vuelto a leer con la misma voracidad con la que lo hacía a los 16, a los 18 años, ni he vuelto a sentir con la misma intensidad ese cosquilleo, esa excitación provocada por un libro nuevo. Ante mí, la expectativa de adentrarme en un mundo desconocido, de ser otros. Cuando salía de la librería, con el libro en las manos, buscaba un lugar donde sentarme y lo miraba, lo acariciaba y, momento mágico, lo abría y metía la nariz entre sus páginas. No hay nada como el olor a tinta, papel recién impreso. Luego la ceremonia de poner mi nombre en la primera página como quien coloca una bandera en un planeta inexplorado, o más aún, como quién cerca un territorio donde construirá su hogar.
Zambullirte en la lectura, abandonar el mundo real, vivir universos paralelos sin saber a ciencia cierta cuál de los dos es más propio. Buscar desesperadamente un tiempo, un lugar apartado en el que volver al libro.
Y, a veces, ese párrafo que te deslumbra, que te golpea, y te quedas en suspenso, con la frase bailando en la mente, y cierras el libro usando un dedo como señalador y miras absorta un punto en la lejanía, y de repente sentimientos, interrogantes, contradicciones, todo encaja como un puzle y ahí está la respuesta, a veces simplemente en la formulación de la pregunta exacta. Algunos subrayamos, anotamos en los márgenes, reescribimos las páginas. Recuerdo un texto en el que escribí al margen: "Leído y agradecido" y la fecha.
Ayer reviví esa exaltación con idéntica sensualidad que hace años. Salí de mi casa con el objetivo de ver la película Origen en la sesión de las siete de la tarde cuando, una vez adquirida la entrada, me doy cuenta de que el pase no comienza hasta las 7:45. Casi una hora por delante. Estoy en la calle Fuencarral de Madrid, donde creo se concentra el mayor número de cines de la ciudad, después de la masacre sufrida por la Gran Vía. Muy cerca del cine hay una Casa del Libro. Existe un placer comparable a deambular por una librería bien surtida? Encuentro lo que busco, Principiantes, de Raymond Carver. Con permiso de Faulkner, fueron sus libros los responsables de mi amor por la novela americana, hace años, antes de Roth. De qué hablamos cuando hablamos de amor. Y ahora resulta que esta obra es el resultado de la cuchilla del editor de Carver, Gordon Lish, que desechó prácticamente la mitad del texto. Anagrama nos devuelve la totalidad en una nueva edición: Principiantes.
Cruzo de acera y entro en un café, Viena Capellanes, una institución en Madrid, me siento en un velador de hierro y mármol y abro el libro. Me excita descubrir los cambios, comprobar si soy capaz de recordar. Su grosor es el doble que en la edición anterior, distinta la portada. Una fotografía del autor me mira desde ella. Me traen el café. Abro el libro y comienzo a leer. Casi llego tarde al cine. Existe la soledad con un libro en las manos?
Leo en la cabecera de un blog que recomiendo: La lectura es capaz de liberar una multitud de sonidos, de imágenes, de sentimientos, de ideas, de elementos de información, abriéndoles las puertas al tiempo y al espacio y luego, junto a otros libros, encauzar estos elementos difusos hacia una multitud de otros puntos dispersos, a través de los siglos y los continentes, en una infinidad de combinaciones, todas ellas diferentes entre sí.
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