En esta terraza vive un pequeño perro, un mil leches blanco y canela, uno de esos perritos que nunca nos llaman la atención por la calle, pero que poseen toda la viveza e inteligencia de aquellos a los que nada les ha sido regalado. Pues bien, todas las mañanas, cuando salíamos con el desayuno a la terraza, nos lo encontrábamos en la de enfrente, sentado junto a la puerta, tieso como un soldado. De vez en cuando pegaba un salto extraordinario para su tamaño y se asomaba a la contraventana de la puerta, yo creo que con el objetivo de empujar el pasador y acceder al interior. Una y otra vez, acompañado de un suave lamento, el perrito intentaba entrar en su casa. Tratábamos de hacerle gracias desde enfrente, hablarle dulcemente para consolarlo. Nos miraba con sus ojos redondos un instante, y enseguida volvía a su posición, alerta, aguardando. Cuando salíamos hacia la playa, bastante tiempo después, aún seguía en guardia, expectante. Mi pobre.
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sábado, 17 de agosto de 2013
Cosas
Como veis, esta entrada no tiene mucha razón de ser, solo mostraros estas fotos que tomé en Mahón, un objeto hecho con ramas secas y paja que colgaba de un hilo de nailon, suspendido en el aire. Bailando en el aire. Me gustaron las caprichosas formas que dibujaba sobre el intenso azul del cielo.
En esta terraza vive un pequeño perro, un mil leches blanco y canela, uno de esos perritos que nunca nos llaman la atención por la calle, pero que poseen toda la viveza e inteligencia de aquellos a los que nada les ha sido regalado. Pues bien, todas las mañanas, cuando salíamos con el desayuno a la terraza, nos lo encontrábamos en la de enfrente, sentado junto a la puerta, tieso como un soldado. De vez en cuando pegaba un salto extraordinario para su tamaño y se asomaba a la contraventana de la puerta, yo creo que con el objetivo de empujar el pasador y acceder al interior. Una y otra vez, acompañado de un suave lamento, el perrito intentaba entrar en su casa. Tratábamos de hacerle gracias desde enfrente, hablarle dulcemente para consolarlo. Nos miraba con sus ojos redondos un instante, y enseguida volvía a su posición, alerta, aguardando. Cuando salíamos hacia la playa, bastante tiempo después, aún seguía en guardia, expectante. Mi pobre.
En esta terraza vive un pequeño perro, un mil leches blanco y canela, uno de esos perritos que nunca nos llaman la atención por la calle, pero que poseen toda la viveza e inteligencia de aquellos a los que nada les ha sido regalado. Pues bien, todas las mañanas, cuando salíamos con el desayuno a la terraza, nos lo encontrábamos en la de enfrente, sentado junto a la puerta, tieso como un soldado. De vez en cuando pegaba un salto extraordinario para su tamaño y se asomaba a la contraventana de la puerta, yo creo que con el objetivo de empujar el pasador y acceder al interior. Una y otra vez, acompañado de un suave lamento, el perrito intentaba entrar en su casa. Tratábamos de hacerle gracias desde enfrente, hablarle dulcemente para consolarlo. Nos miraba con sus ojos redondos un instante, y enseguida volvía a su posición, alerta, aguardando. Cuando salíamos hacia la playa, bastante tiempo después, aún seguía en guardia, expectante. Mi pobre.
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No me digas que no fotografiaste al perro y si a la araña.
ResponderEliminarImposible fotografiar con mi cámara algo en movimiento, querido. Besos.
EliminarCada dia aparecen bichos mas raros, lo digo por la araña, no por el pobrecito perro fiel. Debe ser la contaminación.
ResponderEliminarJajaja, sí. Besos, David
EliminarYO TANBIEN TENGO UN MIL LECHE Y ES MUY CARIÑOSA, Y AMABLE, ES LA MEJOR PERRITA QUE HE TENIDO Y HE TENIDO MUCHO.
ResponderEliminarPORQUE ME SALBO LA VIDA.
Enhorabuena! Disfrútala mucho. Un abrazo
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