Una mañana, sin razón aparente, recordé de pronto la novela Gramática parda, de García Hortelano, un libro que me fascinó en su momento y que, como tantos otros, desapareció un buen día de mi librería y nunca volví a saber de él. Sospecho que tiene doble fondo y que allí atesora muchas de las obras que me son más queridas. O eso, o mis amigos se han puesto las botas a su costa. La cosa es que ese mismo día, paseando por la Plaza de Santa Bárbara de Madrid, encontré en una librería de segunda mano un ejemplar idéntico al mio. Ni que decir tiene que lo compré.
Viene a cuento la anécdota porque vivo a menudo estas casualidades, que me dejan bastante perpleja. Recordar a un amigo del que llevo tiempo sin noticias y recibir inmediatamente una llamada; una película y ver anunciada su reposición en televisión; o lo que me ocurrió ayer mientras tomaba un café en una terraza.
Todo comenzó con dos anécdotas que me sucedieron hace algún tiempo en diferentes días. No es que me pase la vida sentada en las terrazas, pero allí estaba cuando se me acercó un hombre de alrededor de sesenta años, con el pelo en punta teñido de rubio platino y un Yorkshire en brazos. Sin mediar palabra me espetó: "¿Sabe que el crítico ha dicho que Sara Montiel fue la mujer más bella del mundo?" "¡Ah!", respondí, "sí, era muy guapa". Sin añadir más, se dio media vuelta y se fue. Pues me volvió a ocurrir ayer. El mismo hombre con el mismo perro e idéntica pregunta.
La otra anécdota la protagoniza la paloma de la foto. Entre los millares de palomas que pululan por Madrid, una tarde en la que vigilaba a mi nieto mientras jugaba en el parque me fijé en una en particular, una paloma bastante poco lustrosa, una de cuyas patas era un muñón y de la otra solo conservaba un dedo. La misma que ayer se posó en mi mesa y, ni corta ni perezosa, dio cuenta de los restos de una tostada con tomate que había dejado en el plato. Desayunó sin prisas y, al rato, saltó a la silla, de allí al suelo y se alejó contorneándose. Yo volví, atónita, a mi periódico.
Hace unos inviernos, Josep y yo fuimos a pasear una mañana de domingo a una pedregosa playa de un pueblo vecino. En el paseo, entre todo aquel mar de piedras de aquella playa semidesierta encontramos un movil. Lo tomamos para ver como devolverselo a su dueño. Resumiendo, era el movil de mi hermana. Ni ella ni nosotros visitabamos habitualmente esa playa. ¿Existe el destino?.
ResponderEliminarAhí lo tienes. Te cuento otra. Esta mañana, sentada a mi lado en el tren camino de Asturias, una chica joven me pregunta dónde comer y qué pueblos visitar en el occidente. Me pongo en contacto con un amigo que tiene allí casa y le ofrezco todas las sugerencias que me hace. Resultó ser su sobrina. No es increible?n Besos
EliminarJa, ja, si, definitivamente el destino existe. Un beso, guapetona. Ah, y pasalo bien en tu tierra, es que no paras ;)
EliminarNecesito venir a nutrirme de vez en cuando, si no me reseco de alma y cuerpo. Jajaja. Miles de besos
EliminarQuerida Solcito, lo que te ocurre es lo que Jung llama "Sincronicidad" y nos pasa a todos pero, claro, no todos toman nota como tú a quien no se le escabulle nada.
ResponderEliminarte mando un beso
Celia Romero
Hola preciosa. Pues debo estar sincronizada contigo porque hace un rato te recordaba. Jajajaja. Debo estar en conjunción con la naturaleza. Es mi tierra, que me sienta muy bien. Un beso fuerte fuerte
EliminarSí Sol, es cierto, es así..Gracias por recordarme, disfruto tus paseos y conozco tantos lugares encantadores que me siento viajera y con ganas de tomar un avión! Besos
ResponderEliminarCelia
Ojalá puedas hacerlo pronto. Entre tanto, yo te mostraré todo lo que me rodee. Un beso enorme, preciosa
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