"En la irrealidad del sueño se le mezclaban retazos de confusas imágenes vívidas, cercanas y a la vez algo ajenas.
Jugaba a la pelota con su lata llena de agua en la cabeza. Eso era absurdo. Pero driblaba como nadie y no se derramaba ni una gota. Así.
Un regate pegado a la banda y el pase exacto. Eso es.
Un toque. Justo.
Volvía a recibir. Chuta y ¡goool! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gooool!
Corría a buscar agua, rabioso con la madre por el encargo inoportuno y cogía el sendero del atajo.
— ¡Por ahí no! —escuchó gritar a madre sin dejar de correr con la lata hacia el arroyo.
Aún estaba saliendo del sueño, en duermevela aturdida y en la cama, pero se iba dando cuenta de que le rodeaban luces, cámaras y fotógrafos y eso no era parte del sueño. Se vio en el centro del estadio. Su madre estaba a su lado, muy triste aunque buscaba poner una sonrisa.
Eso era real. Sonrió pensando que iba a ser famoso, que saldría en televisión y su foto en las revistas; los amigos le tendrían envidia, seguro.
Entre el sueño vívido y delirante y la realidad difusa afloró un recuerdo: el trueno cercano, los gritos de madre y el gemir de la sirena.
Cuando terminó de despertar y se vio en televisión y en una cama, lloró con rabia amarga y tenaz. Y odió con toda su alma la fama que le proporcionaba una maldita, olvidada y traidora mina que le llevó su pierna por delante."
Podéis encontrar este y otros relatos de Carlos Álvarez en la página web Hora antes editorial.
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