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"La mejor peripecia de Torrente Malvido está asociada a su padre, y era uno de los relatos preferidos de ese incomparable narrador oral que fue Rafael Azcona, a quien se lo oí en Almería pocos meses antes de su muerte. Como en la saga clásica, los detalles de la gesta, difundida por otros relatores cambia en algún color, en alguna incidencia o personaje secundario, pero la base es la misma, y se remonta a los primeros años 1960, cuando una urgente llamada telefónica interrumpió la velada en la que un grupo de escritores desengañados del Movimiento (Rosales, Vivancos, Laín Entralgo, Tovar, quizá Ridruejo) tomaban copas en casa de Torrente Ballester, que también invitaba alguna tarde, siendo comunista y más joven que ellos, a Juan García Hortelano. Torrente Ballester volvió pálido tras responder al teléfono. El director general de Seguridad le había llamado personalmente por el robo de un valioso cáliz en una iglesia de la capital, del que era sospechoso Gonzalito; el padre, después de colgar, había ido al dormitorio que su hijo ocupaba a veces en la casa familiar, y allí, bajo, la cama, encontró en efecto el cáliz de oro y pedrería, y lo que era peor, su contenido, una considerable porción de hostias. Al haber por medio no sólo un delito sino un posible sacrilegio, los allí presentes convinieron en que había que pedir consejo al intelectual afín que más podría saber de estos pormenores, Jesús Aguirre, a la sazón sacerdote apenas ejerciente y no vinculado todavía a la Casa de Alba. El cura Aguirre se presentó en taxi poco después, y, ante la duda de que aquellas hostias estuviesen consagradas, les dio la comunión in situ a los poetas y novelistas y antiguos jerifaltes del régimen, los cuales fueron tragando las benditas formas una tras otra, con la excepción de García Hortelano, que, al contrario que los demás, no se arrodilló y no dejó su gin tonic mientras se hacía el reparto eucarístico. El copón fue devuelto vacío e intacto, y por ese robo no hubo condena.
Coincidí con el fundador de la dinastía en los habituales actos del mundillo literario y en especial en uno algo exótico: un homenaje al tango en el Gran Café Moderno de Salamanca, donde yo, que ni lo bailo ni lo conozco casi, hablé, citando prolijamente a Borges, por compromiso amistoso con el organizador, Santiago Beneítez, mientras Torrente Ballester, que vivía entonces en la ciudad castellano-leonesa con su nueva familia, al llegar su turno nos deslumbró a todos con su erudición y el canto a capella de tangos en lunfardo y milongas, que él sabía diferenciar. No hablamos de su primogénito, que por aquellos años, los primeros 90, comparecía con menor frecuencia ante los tribunales y se dedicaba al cuento; su colección Cuentos recuperados de la papelera contiene al menos dos piezas histórico-sarcásticas estupendas.
De su primer matrimonio, Torrente Ballester había también tenido dos hijas muy poco parecidas, físicamente, entre sí. A una, Marisé (María José), me la encontraba de vez en cuando, por ser buena amiga de amigos; de poca estatura, de pelo ensortijado y siempre con gafas negras, se la llamaba, de modo cariñoso, Bob Dylan Torrente. La segunda era Marisa (María Luisa), amiga mía hoy residente en Corcubión pero nunca olvidada: inteligente, culta, bella, fue galerista y periodista televisiva, y es la mujer con el mejor saludo de beso en la mejilla, parco y cálido, que he conocido. Marisé tenía un esposo o pareja muy vivaz, el grabador Julio Zachrisson, y Marisa, cuando la conocí, un ex-marido pintor, Juan Giralt, cuyos cuadros yo admiraba. Y había un hijo de ambos que vivía con la madre, un adolescente de rasgos efébicos y mirada melancólica que seguía las conversaciones adultas con atención y hablaba poco; nunca ha sido, creo, muy hablador. Pronto fue, sin embargo, muy buen escritor.
Marcos Giralt Torrente nos dio hace un par de años la emocionante narración de una sub-trama propia de la saga Torrente en su libro Tiempo de vida, que cuenta una relación paterno-filial no siempre fácil y la enfermedad y muerte de Juan Giralt. Y también hizo en este periódico el retrato breve de su tío Torrente Malvido cuando Gonzalito murió a finales del pasado mes de diciembre. Caí en la cuenta con ese motivo de que Marcos se llama como el protagonista de La raya, la primera noticia que yo tuve de esta formidable estirpe literaria."
Vicente Molina Foix firma en la Cuarta Página del diario El País del 4 de marzo de 2012 un atractivo artículo sobre la saga Torrente, desde Gonzalo Torrente Ballester y su hijo Gonzalo Torrente Malvido hasta su nieto, Marcos Giralt Torrente, cuya novela Tiempo de vida comenté en Mi casa no hace mucho. De Torrente Malvido no leí nada, en realidad acabo de conocer su existencia, pero su padre, el gran Torrente Ballester, fue en mi juventud uno de mis escritores de cabecera, al que debería releer ya.
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