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martes, 7 de mayo de 2013

El incordio del amor

Mañana de domingo. Sentada en la terraza de mi plaza, ante un café, repaso los suplementos culturales de los diarios que no he tenido tiempo de leer. No me da la vida. Y topo con un artículo del crítico de arte Francisco Calvo Serraller que, bajo el título Chispa, utiliza el arranque de la película norteamericana Ruby Sparks, de los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris, para hablar del mito de Pigmalión, una leyenda que siempre me ha fascinado y de la que, a lo largo de la historia, se han hecho eco todas las artes. Pigmalión, rey de Chipre, no encuentra mujer lo suficientemente perfecta para despertar su amor. Desesperado, decide abandonar su búsqueda y, a través de la escultura, crear a la mujer de sus sueños, la belleza perfecta. Y creó a Galatea, y tanto le complació su obra que se enamoró. Así lo cuenta Ovidio en Las metamorfosis; "Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos." La diosa Afrodita se conmovió ante la pasión que la estatua había despertado en el escultor, y concedió la vida a Galatea.

Siempre he pensado en el rollo insoportable que habrá sido la vida de ambos, uno reflejo del otro, "narcisos" eternamente contemplando su par en el espejo. Y lo que es aún peor: ¿cómo se puede convivir con un ser perfecto? Calvo Serraller habla de que todos buscamos desesperadamente alguien distinto, un adorable incordio. Y así es, realmente. Nos enamora la diferencia aunque, una vez que hemos conseguido su amor, trabajemos denodadamente para destruir aquellas singularidades que nos enamoraron y asemejar lo más posible al amado a nosotros mismos, hasta convertirlo en un nuestro clon: lograr que piense como nosotros, comparta nuestra escala de valores, gustos y aficiones. Y desenamorarnos en cuanto lo logremos. Porque lo realmente apasionante es lo otro, lo que no logramos aprehender, aquello que se escapa a nuestro control, incluso a nuestro entendimiento. Aunque, en palabras de Carvo Serraller, resulte un incordio.

6 comentarios:

  1. Convivimos tanto con nosotros mismos(¿egoismo?), que en realidad nos aburrimos de tan vulgares que nos vemos. El ser humano es tan inteligente, que creó la sociedad para agruparse y así no aburrirse; lo social, la civilización, los valores morales, los nihilismos, y toda la parafernalia que rodea al hombre gregario, se está demostrando en estos colvulsos días, que no sirven de nada y que el aburrimiento se combate con la ruptura. En el amor lo que hay que romper es el inmovilismo. Creo

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    1. Hay tantas recetas como personas, no crees? La teoría la conocemos bien, hacemos agua en la práctica. Besos, cielo

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  2. Totalmente de acuerdo contigo Sol. ¿Porque sera?.
    Una manera muy poetica la tuya de adentrarse en el mundo de las diferencias en la pareja.
    Sutil y sublime.
    Un abrazo

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    1. Gracias Clara. El tema da para mucho y se puede abordar desde muchas ópticas. Hacerlo desde el mito de Pigmalión resulta muy sugerente. Un abrazo muy fuerte

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  3. Me ha gustado mucho tu reflexión, Sol. Y es bien cierto eso del adorable incordio. Un fuerte abrazo.

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  4. ¡Menudo tema que planteas! Me gusta mucho el planteamiento que haces y el trasfondo tierno y sutil, como dice Clara, que imprimes.
    Creo que en muchos casos, nos enamora lo distinto, lo atípico a nuestro espíritu y que al poco tiempo de logrado en ese amor se de una cierta rebelión contra lo que nos es ajeno. Pero discrepo de que se intente destruir esas singularidades hasta el punto de anularlas dando paso al clon y al desenamoramiento. Es verdad que a este estado se puede llegar, a veces, por causas objetivas, pero no es menos cierto que, en otros muchísimos casos, el misterio de la fuerza del amor no se reduce a cero por muchas divergencias que se den en la pareja. En fin, ya sabes que aunque esté muy manido: hay razones del corazón que la razón no entiende. Muchos besinos, reina.

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