Tanto esta como la temporada pasada hemos disfrutado de varios conciertos antológicos en el programa de Ibermúsica del Auditorio Nacional. Y uno de ellos fue el que, hace unos días, nos ofreció la Philharmonia Orchestra dirigida por Esa-Pekka Salonen. Una de las mejores orquestas europeas bajo la batuta de uno de los mejores directores del mundo. Un espectáculo impagable. Y un programa excepcional: para abrir boca, una pieza que no conocía, In memoriam Béla Bartok, de Lutoslawski, ideada en el décimo aniversario de la muerte del compositor, una partitura bellísima, solemne y conmovedora. Y, después, dos catedrales de la música, la Séptima Sinfonía de Beethoven y La consagración de la primavera de Stravinsky. A mi modo de ver, la dirección de ambas fue magistral. Por muy conocidas que me resulten, ambas me sonaron nuevas, vibrantes, apasionadas, dulces, magnéticas. Salí del Auditorio conmocionada. Conciertos como este me dan la vida. Pura belleza.
Os dejo con un documento extraordinario: La consagración de la primavera representada en el Teatro Mariinski por la orquesta y el ballet del teatro, bajo la dirección de Valery Gergiev.
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