Lo de llamar antisistema a cualquiera que se mueva tiene su
aquel, su trampa, su contenido subliminal: si hay peña antisistema, es porque
hay sistema. Desengáñense, no hay sistema, hay un tinglado, solo que el término
antitinglado no funcionaría porque contra el tinglado se manifiestan hasta
quienes viven de él, es decir, el Gobierno y los partidos que, con más o menos
matices, se encuentran en su lógica. Significa que los aledaños del poder, de
todos los poderes, así como su centro, están corrompidos hasta el tuétano y con
las formas de corrupción más diversas que quepa imaginar. No es solo Bárcenas.
Bárcenas es el Dioni de la comedia, el esperpento hacia el que se vuelven las
cámaras para distraernos de lo demás. Si no había ido a la cárcel hasta ahora, era
por eso mismo, porque mientras lo veíamos entrar y salir de su mansión, y darse
el paseíllo hasta el coche vestido de verano o invierno, según, con la cartera
de atrezo vacía, o quizá con el plátano de media mañana en su interior, no
veíamos otras cosas. Bárcenas viene a ser una Barbie o un Ken para adultos.
Vistiéndolo o desnudándolo pasamos las horas muertas, que son las mismas que
nos matan, convencidos de vivir bajo un sistema y no bajo un tinglado. Ahora lo
podremos disfrazar también de presidiario. Todos los tiempos, todas las
actuaciones, están calculadas al milímetro. El problema es que cada vez que se
desprende una viga del tinglado, del tenderete, del quiosco al que llamamos
sistema, los damnificados somos usted y yo. En efecto, las vigas de la sanidad
pública y de la política educativa y de la justicia de las tasas y de las
mentiras electorales caen sobre nuestras cabezas. Cuando alguien se queja, por
inocente que sea su protesta, lo tachan de antisistema para hacernos creer que
se rebela contra un orden y no contra un desbarajuste.
Juan José Millás, diario El País, 28 de junio de 2013
Después de guapear a su antojo cuanto le apeteció, Luis Bárcenas está donde debería desde hace mucho tiempo: en la trena. Dentro de este desbarajuste que bien enmarca Millar, sí creo que la decisión del juez Ruz es como la lluvia tras la sequía. Ahora es cuando puede comenzar el baile de verdad. Más de uno debe de estar en un puro sin vivir ante lo que se le puede venir encima el día menos pensado. Amigos: "se avecinan tiempos venideros". Muchos besos, reina.
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ResponderEliminarLeo ·el poema "Si España cae", de César Vallejo", y digo:
Tuvo la suerte de morirse en 1938, cuando aún quedaba un poco de esperanza. Si España cae... Y cayó, fatalmente, a los pies de la bestia sanguinaria. Y no ha logrado todavía erguirse de aquella postración. Tener doblado el espinazo tantos años propicia que los hombres adopten la postura de las bestias de carga. Cuesta volver a levantar el rosario de la dignidad vertebral que vertebre de nuevo un colectivo de hombres libres... Los hay que piensan que teniendo inclinada la cerviz alcanzan mejor el pienso suyo de cada día. Centauros de híbrida condición, no se decantan por ninguna de las dos naturalezas: días hay que piensan sólo en los pastos de Tesalia; otros, son el torso y la cabeza quienes dictan la precaria voluntad.
Pero casi siempre les puede la condición de equinos de coz, galope y algarroba.
Cesar Vallejo volvería a morirse -de pena- al contemplar el panorama de esta España nuestra, donde ningún niño sabría afilar un lápiz despuntado. ¿Un lápiz? ¿No eso que se empotra en la parte baja de la torre cibernética? Sí, claro, también, desde luego. Pero...
Hace buena noche, un viento del nordeste peina los tamariscos del paseo marítimo. La luna en cuarto menguante, la pleamar lleva tres horas retrocediendo (son casi las dos de la madrugada). Huele a algas y de la arena viene un efluvio de crema bronceadora. Las balizas del bajo de Las Amosucas parpadean y las luces de unos pescadores de bajura oscilan en la marejadilla. Repunta el fresquito y me subo la cremallera de la chupa. Pienso. Estoy vivo y disfruto de esta noche: esperanza.